Empatía

— Dígame, ¿en qué podemos ayudarle?

— Mi esposo quiere que lleve burka.

— Vaya; no sabe cuánto lo siento. En fin, tendrá que rellenar estos impresos y firmar ahí.

— ¿Aquí abajo?

— Eso es. ¿Están ustedes seguros del paso que van a dar? La ley me obliga a preguntárselo.

— Lo estamos.

— Bueno, pues no se hable más. Venga por aquí… ¿Cuál es la talla de su cónyuge?

— Una M.

— Es la que más salida tiene. Vamos a ver si nos queda alguna… Sí. Aquí hay un equipo completo: traje de neopreno, aletas, gafas de bucear y sus dos bombonas de oxígeno de siete kilos cada una. Creo que no nos dejamos nada. Necesitará una carretilla para cargar todo esto.

— No se preocupe, tenemos la furgoneta ahí mismo… Es que le daba cosa entrar.

— Ya. No me extraña. Pues recuérdele que mientras usted lleve burka él deberá ir ataviado con este pintoresco y estúpido atuendo de buceador: en la calle, en el trabajo, en casa, en la mezquita, en el bar de la esquina y, por supuesto, en la bañera. Y recuérdele también que si le sorprendemos sin el traje le cortaremos la lengua, como se hacía antes con los mentirosos… Ala, pues todo arreglado… Y saludos al señor de la casa.

— Perdone.

— Dígame.

— Una última cosa.

— Faltaría más.

— ¿Cuánto suelen aguantar los hombres con esto puesto?

— Ninguno ha pasado de tres días.

— Parece un sistema de reeducación verdaderamente eficaz.

— ¡Y muy audaz! Por eso viene avalado por la UNESCO. No hay como ponerse en la piel del otro, aunque sea a la fuerza, para empezar a entender cómo funcionan realmente las cosas.

— ¿Y esto lo sabe el delegado del Gobierno?

— No sabría decirle.

— Gracias por todo.

— Somos el Estado, señora. Estamos aquí para ayudar… ¡Se deja una bombona!

***

P.D. El desenlace de la lucha por la igualdad de género determinará el resultado de las demás… Feliz 8M para todas.