DOMINGO
Otro Madriz
- "Las izquierdas madrileñas pueden situar la disputa no entre territorios, sino entre clases sociales"
- "Las élites madrileñas políticas y económicas se han hecho fuertes en una suerte de corte endogámica que se retroalimenta"
- "La guerra que Ayuso declara al independentismo hacia el exterior es, en clave interna, la batalla soterrada por el liderazgo del partido conservador"
Gabriel Rufián, portavoz de ERC, anunciaba esta semana en el Congreso un preacuerdo con el PSOE para apoyar los presupuestos. En este, se atisba una iniciativa por la cual la mayoría de la investidura (de carácter progresista y plurinacional) trabajará en los próximos meses en el sentido de una reforma de la financiación autonómica con el ojo puesto en la Comunidad de Madrid. Una apuesta por impulsar una armonización fiscal que evite el conocido como “dumping fiscal” que, en palabras del republicano, “el paraíso fiscal de Madrid” ejerce contra el resto del Estado.
“Madrid es cada vez menos España”. El historiador e impulsor del Institut Sobiranies, Xavier Domènech, ya advertía en una entrevista con cuartopoder de que el actual problema territorial español es el madrileño. Para el exlíder de los comunes, el problema territorial español se acentúa precisamente en el epicentro del Estado: Madrid. Y es que analiza en cuatro fases la crisis del modelo territorial: la primera tuvo que ver con Euskadi y el Plan Ibarretxe; la segunda, Catalunya con su culmen del año 2017; la tercera, la toma de consciencia de la España vaciada como un problema de desigualdad del territorio; la cuarta, Madrid, como agujero negro atrayente de recursos y población del resto del Estado, causante, en buena medida, de esas grandes cotas de desigualdades geográficas.
Las élites madrileñas políticas (el laboratorio neoliberal de décadas de gobierno del PP más ultra) y económicas (simbolizadas en el Paseo de la Castellana, como gran avenida en la que se aglutinan las sedes de empresas que se benefician de un régimen fiscal, el madrileño, más endeble con respecto al resto del Estado) se han hecho fuertes en una suerte de corte endogámica que se retroalimenta. Se escuchan a sí mismas a través de sus altavoces mediáticos que ofrecen una visión del Estado madrileñocéntrica y (ultra)derechista. Comparten proyecto cultural vinculado a una idea de nación española que no entiende la pluralidad nacional, lingüística y cultural del Estado.
Resortes del franquismo que no ha muerto. La España madrileña conecta con sectores conservadores de algunas provincias, en las que encuentra una conexión con el territorio que no existe en este mar de asfalto de la capital. Así, consiguen generar una idea de España en la que los héroes no llevan capa, sino rojigualdas atadas al cuello paseando por Núñez de Balboa. Una concepción de lo español que se construye, de nuevo, como ha pasado tantas veces a lo largo de la historia, en oposición a lo anti-español. El diferente: el catalán, el vasco o cualquiera que se exprese en otra lengua; el inmigrante; y, cada vez más, el pobre y el de izquierdas. Es en base a esa gama de contrarios que seducen a grupos sociales de corte popular, de barrios y municipios alejados de las élites: azuzando contra Catalunya y, de nuevo Euskadi, vuelve la ETA, contra la inmigración y reavivando el anticomunismo.
Efectivamente, el efecto capitalidad (concentración de la administración del estado y de grandes directivos de empresas) beneficia a la Comunidad de Madrid, lo que le permite bonificar impuestos, como el de patrimonio, que beneficia a las personas más pudientes. Al mismo tiempo, esto genera el llamado “dumping fiscal”, pues empresas de otras comunidades que no se benefician de este efecto capitalidad no pueden bonificar a sus empresas y estas acaban desplazando su domicilio fiscal a Madrid, vaciando las comunidades de alrededor. Unas bajadas de impuestos que, al mismo tiempo, repercuten en los servicios públicos madrileños y su deterioro. Las clases populares madrileñas ven cómo, año tras año, la calidad de estos empeora. Siempre se distinguió de Madrid entre la villa y la corte. Otro Madriz.
Conforme cerraba la boca Rufián, Isabel Díaz Ayuso (y su principal asesor, Miguel Ángel Rodríguez) veían una nueva oportunidad: tocaba declararle la guerra al independentismo y al Gobierno de coalición. "Lo suyo es una declaración de guerra, es decirle a los madrileños que van a pagar más impuestos por contentar a los independentistas", declaraba la presidenta madrileña. Díaz Ayuso que, durante la pandemia, se ha convertido en el principal puntal de oposición al Gobierno, no cede terreno ni ante el líder del PP, Pablo Casado. La guerra que Ayuso declara al independentismo hacia el exterior es, en clave interna, la batalla soterrada por el liderazgo del partido conservador.
La bandera que mejor sabe empuñar la derecha y ultraderecha española es, precisamente, la rojigualda. La batalla contra la anti-España de la que hablábamos. Azuzar el nacionalismo español. Madrid contra el independentismo catalán es un terreno de juego soñado por Ayuso. Por ello, cabe preguntarse cuál será la postura que las izquierdas madrileñas adoptarán en este nuevo capítulo de batalla de relato y cultural, que también es material (impuestos, la pasta).
Hace unos meses, cuando desde la Real Casa de Correos, la sede de la Presidencia autonómica de la Puerta del Sol, se decretaban confinamientos perimetrales de barrios, hubo una reacción vecinal de los barrios más empobrecidos, los más afectados por el coronavirus, por aquellas decisiones segregadoras. La protesta que se articulaba desde los barrios se desmovilizó, dado el momento, desde algunas organizaciones sociales y partidos de izquierdas, una vez que el Gobierno estatal y madrileño simularan un acuerdo en una estampa que reunió a Pedro Sánchez y Ayuso ante decenas de banderas madrileñas y rojigualdas.
Hoy, si el próximo capítulo del relato político generado desde la Puerta del Sol se va a centrar en la pelea entre Madrid y Catalunya, las izquierdas madrileñas pueden verlas venir, volverse a quedar en un segundo plano ante un nuevo problema territorial o buscar alianzas con otras izquierdas del resto del Estado y situar la disputa no entre territorios, sino entre clases sociales.
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