Nuestra purpurina no viaja en carroza: 50 años de lucha, memoria y resistencia

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¿Os habéis dado cuenta de cómo ha crecido la contaminación en Madrid? Desde hace unas semanas, cuesta todavía más que antes respirar. El aire está impregnado de odio. Odio que aparece en forma de mocos viscosos y verdes al inhalar, odio que apesta a naranja podrida, odio desagradable como una mierda de gaviota en la cara. Por ese motivo, como medida de precaución y en acérrima defensa de la salud pública (y púbica), proponemos trasladar a los agentes causantes de semejantes niveles de polución discriminatoria a las afueras.

Cuando decimos afueras nos referimos mucho más allá de la Casa de Campo, pues bien sabéis que es un escenario de familias desviadas y qué dirían de ese desfile de cisheteropatriarcado trifachoso… Sin olvidar al resto de animales no humanos y vegetación del entorno, que quedaría marchita ante el veneno de elevadas dosis de conservadurismo rancio. Centro y periferia han de quedar limpios, por lo que las afueras bien podrían ser las afueras del mapa de nuestro planeta si fuese posible.

Como la tarea se presenta complicada, otra posible medida es implantar la obligatoriedad de unas terapias conversivas de esa variante de heterosexualidad tan enfermiza, de ese nivel de fobia tan corrosivo. Estas personas hacen cosas que no son agradables, como ir en coches de lujo haciendo barbaridades tales como gastarse tu dinero en sus caprichos. En este 28 de junio que se acerca, qué orgullo sería tener también una ciudad libre de los fantasmas del pasado más turbio.

Y sin embargo, qué poco tiempo ha pasado desde nuestras críticas a que Madrid acogiera el orgullo mundial, y a lemas como “Ames a quien ames Madrid te ama” (¿por qué tenía que girar todo en torno al amor? ¿Qué pasaba con las que no amábamos ni queríamos ser amadas? No queríamos que Madrid nos amase sino que nos respetase). Y un día como hoy nos levantamos con la noticia de que el nuevo ayuntamiento ha censurado parte de la campaña diseñada por el equipo anterior para la conmemoración del 50 aniversario de las revueltas de Stonewall. Este año no hay lemas que criticar: silencio. Y vacío.

Las vivencias del orgullo han venido aparejadas para nosotras de encuentros, desencuentros y encontronazos con unas fechas que de un modo u otro siempre nos han interpelado… Los primeros “orgullos gays” (expresión que hace alarde de las fobias e invisibilizaciones que tanto nos caracterizan) a los que asistimos en nuestras más dulces juventudes desde las provincias y los extrarradios, nos producían una sensación ficticia de libertad sexual. Recordamos de manera nítida a señores musculados mostrando buena parte de su territorio corporal… Mucho hetero, muchos gays (que no marikas) y, por la parte que nos tocaba para sentirnos reconocidas, muy poquitas bibollos. Suponemos que esta era y es una sensación compartida con otras disidencias.

Los aires de liberación de aquella ocasión fueron transformándose año a año en desencanto. Cuando el armario pasó a ser por fin piel mudada, las carrozas y el ambiente festivo comenzaron a sabernos a poco. Cuanto más nos celebrábamos en los pasos que dábamos hacia delante para nombrarnos como bibolleras, más necesidad teníamos de dignificar esa lucha, de visibilizar que el camino no era fácil y que había una memoria que se alargaba en el tiempo mucho más allá de nuestras propias experiencias. Fue entonces cuando desembocamos un 28 de junio en el Orgullo Crítico hace unos años, fecha desde ese momento inamovible en nuestras agendas de unicornies.

Por eso creemos que este año, ante este panorama hostil y desolador que nos traen las derechas, el ejercicio de la memoria y del reconocimiento es imprescindible. A activistas como Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, mujeres trans* bisexuales y racializadas, que pusieron sus cuerpos junto a muches otres aquella noche hace 50 años en un bar de Nueva York. Historias que han sido borradas y reescritas para ser vendidas bajo la narrativa complaciente del “orgullo gay”, vaciada de crítica y contenido político.

Para nosotras el Crítico (como los orgullos rurales, de barrios, provincias) es un lugar en el que nuestras identidades disidentes son reconocidas, donde entretejemos lazos y alianzas con tantas otras que no encajan en ese molde del varón cisgay euroblanco (esa G más presente que otras siglas) homonormalizado que resulta enormemente productivo. Porque nuestra disidencia no viaja en carrozas de mensaje efímero, ni entiende el lenguaje de la transacción monetaria que desdibuja nuestra identidad y la hace más amable, más aceptable, más políticamente correcta. Porque a todes nos atraviesa la necesidad de reclamar y reivindicar nuestros deseos, afectos, cuerpos y experiencias, y hacerlo desde el transfeminismo, el antirracismo, el anticapitalismo, el anticapacitismo, para que interseccional no sea solo una palabra más que añadir a un manifiesto.

Este año nos sumamos aún con más entusiasmo, determinación y entereza junto a las compas de la Plataforma de Encuentros Bolleros. Un espacio político en el que (re)pensarnos, (auto)cuestionarnos y mirar hacia dentro. Que nos proporciona esa posibilidad de revisarnos, de habitar las tensiones e instalarnos en una constante, pero siempre productiva, incomodidad ante nuestros privilegios. Pues sabemos bien que nuestros colectivos no están exentos de ellos.¿Cuántas veces excluimos a las bisexuales en nuestras prácticas y discursos? ¿Cuántas veces nuestra mirada cis se impone en nuestros planteamientos? ¿Cuánta ignorancia tenemos en cuestiones de accesibilidad y qué fácil es la comodidad del olvido por “no saber cómo hacer”? ¿Cuántas veces damos por hecho la alosexualidad en la persona que tenemos enfrente? ¿Cuántas, cuantísimas veces, nuestra blanquitud se hace presente y violenta sin que seamos siquiera conscientes?

Volveremos a okupar el Madrid centro con nuestro despliegue desviado de tutús, plumas, purpurina, boas, dildos, cuerdas, cueros y unicornies. Quizá así sea un lugar un poquito más respirable, menos contaminado y más diverso. Estas hordas de feminazis más feas que el miedo (como nos han llamado los de Vox) han venido para quedarse, por mucho tiempo. Aunque no quieran, aunque nos odien, aunque busquen relegarnos a los márgenes materiales y simbólicos. ¡Pluma, pluma, que eso es lo que les jode!

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