La batalla de Francia: el odio a la República

8

Manolo Monereo y Héctor Illueca *

Presidenciales francesas. Debate Macron-Le Pen
La candidata por el Frente Nacional, Marine Le Pen (izda.) , y su rival, el socioliberal Emmanuel Macron (dcha.), poco antes de iniciar el debate televisado por el canal público nacional este 3 de mayo. / Eric Feferberg (Efe)

Nunca he creído que amar a la patria impidiera amar a sus hijos;
tampoco comprendo que el internacionalismo del espíritu o de
las clases sea irreconciliable con el culto de la patria. O, más
bien, cuando interrogo mi conciencia, me doy perfecta cuenta de
que esta antinomia no existe. ¡Pobre corazón el que se prohíbe
albergar más de una ternura! 
Marc Bloch (La extraña derrota)

Se trata de esto, de odio, de un odio viejo y antiguo que se acentúa con los años y que hoy parece hacerse irreversible. El odio es a la “anomalía” francesa, a la singularidad francesa, a su específica relación entre Estado y sociedad y, sobre todo, al republicanismo, a unos valores basados en la igualdad, la libertad y los derechos de ciudadanía. ¿Por qué? Las élites francesas y las élites dominantes en la Unión Europea llevan años intentando liquidar un específico modo de ser, de estar y de organizarse del pueblo francés. Molesta, específicamente, el tamaño y dimensión del Estado, los mecanismos de regulación del mercado y los derechos laborales conquistados. Molesta la rebeldía subyacente, la capacidad de resistencia que se le supone a un pueblo al que se teme y al que se desprecia. Molesta la Francia surgida de la Resistencia, la Francia de los días gloriosos y de las conquistas del Estado del bienestar. Molesta la República.

No se trata de idealizar el pasado. Todo lo anterior, lo sabemos sobradamente, ha sido erosionado, disminuido, limitado, pero sigue vivo y basta movilizarlo con honestidad para que se organice y se convierta en una opción política real. Jean-Luc Mélenchon es el mejor ejemplo de lo que acabamos de decir y, si se nos permite, Marine Le Pen es también un reflejo de esto. No hay que confundir las causas con los efectos. Las élites dominantes llevan años intentando imponer un nuevo régimen político contra la Francia republicana. Llevan años criticando la burocratización, el conservadurismo de la sociedad, los excesos de la democracia, la baja competitividad y, sobre todo, la dotación de derechos y libertades conseguidos por las clases trabajadoras.

El combate ha sido y es durísimo. Tanto la derecha como la izquierda socialdemócrata lo han intentado una y otra vez y no han podido lograrlo, fracasaron en su empeño de hacer irreversible el neoliberalismo. Ya no es posible ocultar que la clase política francesa es contraria su pueblo, a los deseos mayoritarios, a las aspiraciones de las personas comunes y corrientes que reclaman más República, más Estado, más seguridad social, más derechos laborales y sindicales, defensa de la soberanía popular y de la independencia nacional. Nada nuevo, por lo demás. Son las bases de un contrato social que funda y organiza una república. A estos derechos conquistados se les califica hoy de frenos al progreso, de incapacidad para adaptarse a la modernidad, a la globalización, a una Unión Europea hegemonizada por Alemania. Es lo que los medios, con sugerente unanimidad, llaman la Francia conservadora, la Francia atrasada. Una Francia profunda convertida en una anomalía de la Europa neoliberal abierta al mundo y dominada con mano de hierro por la gran Alemania.

Definitivamente, el gobierno de Hollande se ha superado a sí mismo: ha destrozado al Partido Socialista y ha engendrado a un político como Macron, que viene a poner fin al régimen republicano tal como lo hemos conocido hasta el presente. No hay que olvidarlo, aunque desgraciadamente se olvida. El de Hollande ha sido el gobierno de la autoderrota de la izquierda y el inicio de lo que podríamos llamar la tendencia irreversible a la norteamericanización de la vida pública europea. El actual presidente francés, no solo ha incumplido sus promesas electorales, sino que ha cambiado varias veces de proyecto y de posición durante su mandato. No es casualidad que en el giro derechista que supuso el gobierno de Valls estuviera ya incrustado Macron.

Nunca salen las cosas como se piensan, pero es evidente que el joven financiero formado en la casa Rothschild entendió a la perfección el sentido de la jugada política y se vio con capacidad para protagonizarla él solo, sin dependencias de aparatos partidarios, creando su propio movimiento y dirigiéndose al pueblo directamente y sin intermediarios. Operación populista de manual; el mejor, el más sabio, siempre acaba haciendo populismo mientras acusa a los demás de practicarlo. La otra cara se oculta, pero tampoco conviene olvidarla: el apoyo unánime de la gran patronal y sus poderosos medios de comunicación; el apoyo del presidente socialista y de una parte sustancial del Partido Socialista; el apoyo claro, nítido, de las instituciones europeas y, sobre todo, de la jefa del gobierno alemán, Merkel. Macron no está solo ante el peligro, viene acompañado de una enorme fuerza que supone una amenaza inminente para la Francia republicana.

¿A alguien le puede sorprender que, con esta clase política, con este presidente, con este Partido Socialista, una parte significativa del pueblo francés acabe apoyando a Marine Le Pen? En esto tampoco cabe engañarse: lo que hay que hacer es comprenderlo para encontrar remedios que neutralicen el fenómeno y permitan construir una alternativa al nivel de las demandas democráticas del pueblo francés. Este es el gran mérito de Mélenchon. Reconocer la crisis de la V República y proponer su superación desde la conciencia y el imaginario popular, es decir, desde el republicanismo político y social. Saber que en la Francia de hoy, gobernando Hollande, la división entre izquierda y derecha nada dice y oculta más que aclara. Intuir que las viejas lógicas del voto republicano son cosas del pasado y que la crisis de la forma-partido, de la actual forma-partido, es irreversible. Mélenchon, él sí, no tuvo problemas para quedarse solo ante el peligro de los poderes dominantes que lo ignoraban y lo despreciaban, sólo frente a su propio partido y demás aliados de la izquierda francesa.

Lo que viene ahora es una batalla muy dura que recién empieza. Que nadie se equivoque. La elección real es entre una derecha populista que ha moderado su discurso y que busca desesperadamente arañar votos en todo el espectro político y una derecha neoliberal pura y dura que pretende realizar lo que Margaret Thatcher hizo en Gran Bretaña en los años setenta. Más aún, Macron aspira a ser, junto a una parte sustancial del Partido Socialista, una especie Toni Blair, fundador de una república basada en el capital, en el predominio de la gran empresa y en la devastación social y laboral.

Llama la atención ese antifascismo light que une al PP con el PSOE y Ciudadanos. Se podría decir, parafraseando un viejo eslogan, que los neoliberales de todos los partidos se hacen partidarios de Macron y defensores de una democracia demediada y sin contenido social. Lo que acecha, conviene tenerlo en cuenta, es la consecuencia natural de esta Europa neoliberal en crisis: la norteamericanización de la vida pública europea. La UE es, cada vez más, la anti-Europa, una Europa no europea sino norteamericana y bajo hegemonía alemana: sistemas políticos gobernables donde los que mandan y no se presentan a las elecciones controlan férreamente a una clase política sin proyecto ni ideología y obligan a los electores a elegir entre la derecha y la mano izquierda de la derecha. Elegir siempre entre variantes de un mismo tipo de capitalismo y poner fin a la historia. ¿Qué historia? La del movimiento obrero organizado y la de los derechos sindicales y laborales; la de los grandes partidos de masas, la del control del mercado y del capital financiero, la del Estado social, es decir, la especificidad de una Europa permeabilizada por 150 años de lucha de clases, por durísimos conflictos sociales y nacionales, por dos Guerras Mundiales, por la esperanza de construir una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales comprometidos con la emancipación.

El síndrome de Vichy retorna, cómo no. La unanimidad de las grandes organizaciones económicas y de las instituciones europeas a favor de Macron apunta algo que también está en juego en estas elecciones: el futuro de la UE. La Francia republicana es, seguramente, el mayor obstáculo que tiene hoy la UE dirigida por el Estado alemán. Las élites francesas necesitan el apoyo extranjero para derrotar a su propio pueblo. Es la gran coincidencia entre Merkel y Macron, el sueño de una Francia no republicana, fiel aliada de Alemania, comprometida con su proyecto europeo y subalterna a la Alianza Atlántica. Lo dicho: la batalla de Francia recién comienza y no se debería menospreciar al pueblo francés. Los que mandan no lo hacen.

(*) Manolo Monereo es politólogo, autor del blog Carta al Amauta en cuartopoder.es y diputado de Unidos Podemos. Héctor Illueca es doctor en Derecho y profesor de la Universidad de Valencia.
8 Comments
  1. andres says

    Nadie a destrozado el partido socialista francés, se ha destrozado el mismo. el problema , a mi opinion, es que hay demasiado correintes de opinión en el partido socialista francés y que no han sido capaces de ponerse de acuerdo ,sino a un compromiso. Creo que tenemos la izquierda la más tonta de Europea, aunque haya también iguales en otros países de la Unión.Ahora amos a ver si seran capaces de reunirse para las elecciones de los diputados, afin de ejercer un contrapoder,no estoy seguro de eso.

  2. marcos says

    el 71% de los franceses no considera independientes a los periodistas.70% de los franceses expresando desagrado por la opción que se les da a votar en las presidenciales del domingo Por si acaso, los medios de comunicación bombardean de una forma inusitada. Ayer, en el quiosco estaban alineados, uno al lado del otro, los siete principales semanarios de Francia: todos llevaban la foto de Macron en portada. Todos con titulares favorables al candidato excepto uno (Valeurs actuelles), el menos leído, que se anuncia como, «el único semanario favorable a Marine Le Pen». Y al lado de los semanarios, los diarios. Uno de ellos, Liberation, dedicaba toda su portada a una foto de Marine le Pen, con el titular, «No».  Les Echos, el diario de los negocios, también ponía a Le Pen en portada con el titular: «Proyecto FN, las empresas lanzan la señal de alarma». Y fuera del quiosco, lo mismo. Este era el menú de artículos ayer recomendados por el portal digital preferido por los periodistas (por orden de aparición): «El fotógrafo de Le Pen «like» el nazismo», «El único eslogan que vale es simple: Ni Le Pen, ni Le Pen»,»El domingo votaré por Europa y la tolerancia»,»La Croix (diario católico) vota Emmanuel Macron», «Gilles Kepel (experto en terrorismo): «La victoria de Marine Le Pen forma parte del proyecto yihadista». «De Gaulle. Su nieto se las tiene con Dupont-Aignan y el FN». «Yannis Varufakis: «Emmanuel Macron quiso salvar a Grecia, votad por él». «Las mentiras de Le Pen sobre el proyecto Macron».
    Una presión apabullante. Utilidad discutible: el 71% de los franceses no considera independientes a los periodistas.
    Fuente http://www.lavanguardia.com/edicion-impresa/20170503/422234995327/francia-insumisa-se-abstendra.html

  3. Jommmer says

    Las políticas neoliberales de saqueo de lo público así como de derechos laborales y sociales aplicadas durante décadas en Francia por Republicanos conservadores y Socialistas, han generado la paradoja de tener que decidir electoralmente entre «MACRON como CAUSA» y «LE PEN como CONSECUENCIA».
    Dichas políticas neoliberales recortadoras son también las de Macron y son las mismas que han llevado al crecimiento de fascismos xenófobos como los de Le Pen.
    Macron ha visto de lejos la debilidad de conservadores y socialistas ante el pueblo francés. Siendo puro establisment, a la vista está por su gran apoyo mediático, lo han presentado como algo nuevo, usando la entelequia «centro» para arrastrar votos y colarse como opción a gobernar a los franceses. El centro es esa gran falacia política en la que la clase trabajadora cae una y otra vez, y que no es otra cosa que una derecha como un piano de grande.
    La ultraderecha no es mejor, ya sabemos que tipo de consecuencias a los pueblos puede traer…
    Los franceses han perdido su revolución social. Sea como sea, se pegarán un tiro en un pie o en el otro.

  4. Jean says

    Solo 2 puntos:
    – Mélenchon es ahora en conflicto grave con el Partido communista
    – la Conferencia de los Obispos Catolicos no se ha declarado en contra de Le Pen. Supongo que se ha convertido isquierdista et
    es en contra de Macron.
    Ojo! Podemos y Mélenchon, nada qué ver ! Os équivocais totalmente. Los problemas de là sociédad francesa son algo LIGHT respecto a los de la
    española …. y el movimiento Mélenchon tambien ha conocido ninguno probléma concreto como desahucios, potencia de la Iglesia, corrupcion, ley mordaza, paro double, etc.. etc…
    Os equivocais, lo siento

Leave A Reply