Jorge Alemán *
Últimamente se suele discutir una y otra vez la cuestión del líder y su posible función en la política. Son muchas las ocasiones donde se trata al líder como una manifestación "patológica" del populismo, y en muchos foros se trata, a su vez, al populismo como la "enfermedad infantil del republicanismo".
Como si se tratara siempre de una antesala fallida de la verdadera "salud" institucional. Sin embargo, más allá de los enormes problemas y debates que este asunto, de modo inevitable suscita, habría que constatar que es el propio poder mediático el que odia la consolidación de un líder popular. Nos referimos por supuesto, no al líder primario que es la resultante de las identificaciones de una suerte de horda primitiva, ni al que despierta una hipnosis paralizante, sino al líder que emerge como el resultado de un proceso instituyente de vocación emancipatoria.
En este aspecto hay que siempre recordar que los medios son una fábrica de personajes políticos que se construyen de un modo efímero para, a continuación, iniciar el proceso de destrucción y destitución que evite su consolidación en el lugar de una apuesta política capaz de poder trazar una nueva frontera antagónica en lo social. En este punto, insistimos en que nos referimos a aquel Líder embarcado en una apuesta por una transformación seria en la articulación hegemónica de una voluntad colectiva. El líder es la prueba de existencia de dicha voluntad y su nombre propio, no sólo no domina el proceso de construcción, pues está atravesado por el mismo, sino que posibilita la resignificacion de la articulación simbólica del proyecto. En este sentido, incluso se "usa" al líder para ir más allá de él mismo. Y por ello el líder es un nombre propio que nunca coincide con la persona que lo encarna, sino el lugar donde las tensiones internas se entrecruzan sin poder ser nunca sintetizadas del todo.
Si los medios corporativos más tarde o más temprano terminan por odiar al líder instituyente es porque se les escapa de sus dispositivos de producción de personajes. Por ello custodiar al Líder no es en absoluto perder el sentido crítico, ni estar alienado a un ideal ciego que obnubila toda condición deliberativa. Más bien, el líder popular de izquierda es el resultado de una invención común que muestra que lo político, en su estructura constitutiva y antagónica, participa del arte de la nominación de un proyecto transformador. Custodiar orgánicamente al líder instituyente es proteger el nudo donde aún se puede articular un nombre propio no producido ni domesticado por los medios. Cierta "aversión" intelectual a la figura del líder en nombre de una autonomía abstracta y conceptual, muchas veces esconde, en su buena intención crítica y en definitiva liberal, un desconocimiento finalmente cómplice con el poder destituyente de la construcción mediática de las corporaciones neoliberales.
Es un aporte interesante,para seguir trabajando en la accion politica para los que pensamos que las organizaciones son una solucion de compromiso entre verticalidad y horizontalidad.