Pedro Costa Morata*
Teniendo en cuenta el hecho incontestable de que China ha sido repetidas veces víctima de la agresividad militar y económica del Japón moderno, no puede extrañar la enérgica protesta del Gobierno de Pekín por la decisión de Shinzo Abe, primer ministro japonés, de legislar para impedir que la Constitución pacifista siga obstaculizando las intervenciones en el exterior. Más que por el contencioso insular que mantiene enfrentadas a ambas potencias por unas islas deshabitadas junto a Taiwán, es por la tradición intervencionista, y revanchista desde la derrota de 1945, por lo que Pekín se alarma, aun sabiendo que nunca será un rival militar directo. Es el respaldo, cuando no estímulo, que los Estados Unidos ejercen sobre Japón como su principal aliado en el “cercamiento” de una China gran potencia lo que preocupa a Pekín, por lo que esto supone en una estrategia que pretende evitar en lo posible las salidas chinas por el Pacífico en caso de tensión o conflicto militar.
Los chinos son quienes mejor conocen Japón y a los japoneses, no sólo por la ambición mostrada por Tokio sobre el espacio continental chino, de la que han sido víctimas desde hace casi siglo y medio, sino también porque, en definitiva, desde China llegaron al archipiélago lengua y religión en tiempos pasados, con una sostenida corriente cultural unívoca durante siglos. Pero, desde luego, es al Japón moderno al que realmente temen, con sobradas razones, por los pertinaces demonios de su historia reciente, a los que sigue sometido y que le hacen expresarse en clave militarista e imperialista cuando las circunstancias se lo permiten.
De manera especial y sin el menor disimulo, es el actual gobierno, dirigido por Shinzo Abe, el que está dando decididos pasos en la agitación política de Extremo Oriente, siguiendo al pie de la letra la consigna anti-China emitida por los Estados Unidos (que son, al tiempo, odiados amigos y aborrecidos aliados) y dando alas a la siempre a punto “vocación exterior” nipona. El episodio anterior de esta encomienda por procuración tuvo que ver con la victoria comunista en Vietnam y la subsiguiente estrategia norteamericana de contención de la URSS, que incluía la aproximación a China, lo que ya permitió a Japón saltarse los drásticos obstáculos de su Constitución y disimular el rearme con sus “fuerzas de autodefensa”, que ahora muestran su capacidad bélica con el doble de unidades navales de ataque que China.
El caso es que desde su derrota en 1945, su papel vicario de Estados Unidos en lo militar-internacional lo determina estrictamente, encubriendo a una clase política altamente corrupta y que representa los anti valores más nítidos de la cultura y la tradición japonesas (que sobreviven, pese a todo); una casta política plenamente identificada con la económica y que se agrupa en las filas del Partido Liberal Democrático, PLD, al que se vota desde 1955 y que ha aportado una mayoría de primeros ministros relacionados con casos de corrupción, de los que varios tuvieron que dimitir de sus funciones por eso mismo.
Juega su papel en esta pulsión militarista el nacionalismo japonés, por supuesto, que fue eminentemente defensivo e insular hasta que las cañoneras del comodoro Perry visitaron la bahía de Tokio (1853 y 1854) exigiendo una apertura comercial a la que siguió la imposición de privilegios para norteamericanos y europeos. Todo ello en un ambiente de general humillación que produjo –con el cierre de la etapa Yokogawa, trisecular, que dio paso a la Meiji, que sería mucho más breve– una carrera histórica de carácter político, económico y militar que multiplicaría las agresiones en el exterior y que sólo finalizaría en la catástrofe de 1945, con Hiroshima y Nagasaki como baldones de la historia universal.
Con motivo del reciente 70º aniversario de esta derrota, el gobierno dirigido por Abe no ha dado ninguna muestra de enmienda ni en lo militar ni en lo energético, enfrentándose doblemente a una opinión pública hostil y que parece dispuesta a hacerle frente pese a su mayoría absoluta en la Dieta. Abe debe preocupar porque pertenece a una estirpe nacionalista dura (fundadora del PLD) y porque ya al iniciar su primer mandato (2006) anunció que modificaría la Constitución para eliminar restricciones militares de cara al exterior. El notable aumento del presupuesto militar para 2015 se añade a una realidad inocultable, y es que sus fuerzas armadas de tierra, mar y aire no corresponden, por su envergadura, con las de un país en el que siguen estacionadas tropas del vencedor y que se prohíbe a sí mismo la capacidad militar capaz de la menor agresión. Y, por otra parte, el actual gobierno está muy lejos de renunciar a la nuclearización energética pese al accidente de Fukushima de 2011, que fue el peor de una serie de numerosos incidentes y problemas en sus centrales nucleares (y que, contra lo creído, no se debió al tsunami sino a las propias vibraciones del terremoto, es decir, a fallos de diseño). Y pretende volver a poner en marcha la red nuclear más densa del mundo (54 reactores) en uno de los países más sísmicos del planeta: necedad de bulto que debiera obligar a los numerosos admiradores de este país a matizar esa apreciación.
El mundo parece olvidar, obnubilado por los avances científicos y económicos japoneses, esa cadena incesante de agresiones, invasiones, ocupaciones y crímenes a la que se entregó Japón desde que en 1868 cambió de régimen y de perspectiva histórica, teniendo como casi permanente leit motiv perjudicar y humillar a China. Así lo hizo desde 1874, desafiándola con la ocupación de Okinawa, con las agresiones a Corea (que finalmente se anexionaría en 1910) y mediante la guerra directa que le hizo en 1894-95, imponiéndole humillantes condiciones y ocupando ciertos enclaves del propio espacio continental chino; a lo que siguió, durante la Primera Guerra Mundial, sus “Veintiuna demandas” y el despojo de los puertos y territorios estratégicos que antes habían sido alemanes. Aunque la mayor agresión vendría en los años de 1930, debiendo datarse el inicio de la Segunda Guerra Mundial en julio de 1937, cuando las fuerzas expedicionarias japonesas inician sus operaciones de conquista en China, que incluirían la anexión de Manchuria y su intensiva explotación económica. Siendo China una de las potencias vencedoras de esa guerra, el reame de Japón deberá sentirlo como burla y desafío.
Por supuesto que al fondo y sobre todo están los designios de Estados Unidos, cuya alta dirección sobre los asuntos de Japón es absoluta y muy estricta: en el archipiélago sigue habiendo cuatro bases militares norteamericanas (vinculadas el formidable dispositivo militar estacionado en Corea del Sur) que son causa eficiente de frustración nacional por motivos múltiples: singularmente los de tipo nacionalista, cultural y espiritual. Además de que sus pretensiones de índole exterior no pueden evitar el reconocimiento de que, in fine, el Estado japonés carece de libertad y autonomía en esas políticas. Un episodio muy representativo de esta frustración general se vive en la isla de Okinawa, en la que se acumulan dos tercios de las fuerzas norteamericanas que permanecen en Japón (ya no como ocupantes sino como invitadas) y en la que se han previsto ampliaciones castrenses que afectan a zonas isleñas de gran valor ecológico y que ya han movilizado a la población local y a los ecologistas, una fuerza siempre activa en este Japón enfrentado a sí mismo.