Algunos de los mejores años de mi vida los pasé en Navalcarnero. En la primera mitad de los setenta mis padres compraron un piso en una urbanización con piscina, justo donde terminaba el pueblo. Porque entonces era un pueblo. Desde la ventana de mi cuarto podía ver cómo las perdices se revolcaban en la arena de los olivares. Allí tuve mi primera novia, metí mi primer gol en un campo grande, pise por primera vez una discoteca y aprendí a conducir en un Gordini.
También allí deje de ser un niño. Escuché desde la terraza de la cocina cómo ahorcaban galgos, observé cómo se construía sin orden ni concierto, comprendí el concepto especulación y vi cómo los vecinos perdían el control sobre el lugar donde vivían. Regresé muy de cuando en cuando, y me fui encontrando con un lugar cada vez más diferente, menos pueblo, deformado por el cemento, sembrado de rotondas y estatuas, con cientos de chalets rodeando la que fuera mi casa. Dejé un pueblo que celebraba las fiestas en una plaza de toros portátil que se instalaba en el centro de la localidad y, cuando volví, habían construido una plaza de toros cubierta que costó 33 millones de euros y se utiliza tres días al año. Navalcarnero se ha convertido en un pueblo con más de 26.000 habitantes.
Conocía de los viejos tiempos al que, hasta hace solos unos días, fue alcalde durante 20 años. El responsable de que el Ayuntamiento de Navalcarnero tenga una deuda de 191 millones de euros y facturas pendientes por 52 millones. Y de que hace año y medio se dejase de pagar a las concesionarias encargadas del alumbrado público, la limpieza de las calles y la recogida de residuos sólidos. Y de que Iberdrola, al tener facturas impagadas desde 2009/2010, haya cortado la luz en edificios municipales.
Navalcarnero es un pueblo hipotecado por 20 años de una gestión tan nefasta, tan enloquecida, que parece imposible no relacionarla con la corrupción. El plan de ajuste para refinanciar la deuda a 100 años habla de destinar 7,7 millones de euros anuales a pagar la deuda contraída por el anterior gobierno. Una cifra descomunal, si tenemos en cuenta que los presupuestos reales del Ayuntamiento son de 14 millones de euros.
Navalcarnero dejó de ser un pueblo cuando se convirtió en una fuente de negocios especulativos. Creció de manera descabellada, gastó por encima de sus posibilidades (estatuas, fuentes, nuevas cuevas…) y destruyó su futuro dejando un pufo monumental. ¿Corrupción? Apenas se habla de corrupción, pero cuesta trabajo creer que alguien pueda gestionar tan mal durante tanto tiempo con las manos limpias. Dos décadas dirigiendo un Ayuntamiento es demasiado tiempo en cualquier circunstancia. Si a esto le añadimos decenas de rotondas ostentosamente decoradas, excavaciones de cuevas inexistentes, plaza de toros cubierta y cruceiros gallegos, encontraremos las razones de la deuda, los motivos de la debacle económica. Perdone, ¿cruceiros gallegos? Sí, esas cruces de piedra que se pueden ver habitualmente en los atrios de las iglesias, cementerios y encrucijadas de caminos para protección de los viajeros por los caminos gallegos. Las tienen en Navalcarnero, a 30 kilómetros de Madrid, y les han costado diez millones de euros.
Y es que en este país se ha robado mucho, y de manera muy burda. Y durante décadas. Y con total y absoluta impunidad. Navalcarnero es un ejemplo perfecto.
Te cagas. Así estamos.
Menudo sinvergüenza
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/02/16/madrid/1392578168_269861.html