Hugo Martínez Abarca *
Hace cuatro años y unos días debuté en La Tuerka, el programa que habían montado Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero en TeleK. Yo iba con unas alpargatas verdes, lo cual era infinitamente más formal que las bermudas con las que se presentaba Miguel Urban: estábamos casi en un programa de amigos. Debatíamos sobre las elecciones municipales y autonómicas de unos días después. Todo era pesimismo electoral: España se iba a teñir de azul, de gobiernos del PP, y Madrid seguía. como siempre. esperando una mayoría absoluta de quienes nos habían arruinado robándonos todo sin que, como denunciaba en aquella Tuerka Pilar Velasco, hubiera una oposición capaz o con ganas de plantar cara al tinglado de corrupción organizado en Madrid. En medio de tanto pesimismo, disociábamos el fracaso electoral con una difusa esperanza política y social que se abría en las calles: dentro de unos días, decíamos en el minuto 12 del programa, habrá una manifestación pidiendo Democracia Real, que recoge el testigo de la de Juventud Sin Futuro y que es algo radicalmente nuevo. Algo así escribía el 12 de mayo en mi blog: “En los últimos meses se han producido una serie de movimientos, de los que quizás Democracia Real Ya sea la guinda y, por qué no, la chispa que hará que prenda de una vez la vieja y sucia moqueta (...) La revolución no será este domingo, pero quizás el final del letargo sí empiece entonces”. Algo de ojo tuvimos.
Cuatro años han sido un mundo. Efectivamente, el 15M no fue la revolución que tomara el Palacio de Invierno, pero lo cambió todo. El 15M no era una mani, ni una acampada, ni unos manifiestos ni grupos de trabajo… El 15M era un clima en el que se desarrollaba todo aquello. Incluido aquel pequeño programa en TeleK, prueba de la audacia y lucidez de unos profesores universitarios que sabían que los pensadores, además de interpretar de diversos modos el mundo, tenían que transformarlo. Han sido cuatro años que han generado conflicto en torno al sentido común, que han politizado profundamente a nuestro pueblo y que han abierto la puerta a la transformación del país que entonces sólo teorizábamos con cierta melancolía.
Los más obtusos criticaron que el 15M no era eficaz, pues una semana después el resultado electoral no tuvo alteraciones relevantes: unos criticaban al 15M por no haberles regalado la victoria electoral, otros criticaban al 15M por no presentarse a las elecciones a demostrar una supuesta marginalidad cuantitativa. El conservadurismo transversal identificó ese proceso de repolitización popular con la antipolítica, pues no concebían otra política que la caciquil y secuestrada por el poder económico y sus sobres, en la que llevábamos tanto tiempo instalados. Podía incluso modificarse para bien aquello, pero había que intentarlo con los mismos instrumentos que nos habían llevado de derrota en derrota.
“Bajo la apariencia de inocentes movilizaciones se esconde la deslegitimación de nuestro sistema representativo y, en definitiva, constituyen la semilla del totalitarismo", decía Esperanza Aguirre con el mismo desparpajo con el que ahora asegura que vuelve al protagonismo electoral porque “si gana Podemos no volveremos a tener elecciones libres”.
Esperanza Aguirre, en su obscena elevación del listón de disparates, engarza aquel temor al totalitarismo del 15M con el miedo idéntico al cambio político que puede producirse en nuestro país en 2015. Los insultos, las mentiras y el acoso del pesebre mediático contra el 15M es muy parecido al que vienen sufriendo los principales actores del posible cambio político en 2015. También la insistencia con la que daban por muerto al 15M, y que siempre era desmentida con otra movilización, encuestas de popularidad, desahucios parados y asambleas multitudinarias, recuerda a la insistencia con la que simulan dar por amortiguada la pujanza electoral de Podemos.
Lo más importante es que sería impensable estar en disposición de pelear por el cambio sin los elementos principales de aquel clima llamado 15M: sin la movilización, sin la organización en barrios y pueblos, y, sobre todo, sin el impulso de un nuevo sentido común, hijo de un radicalismo antagónico al fanatismo con el que es atacado el cambio. Un radicalismo emancipador, ilustrado y popular.
Al volver a ver aquella Tuerka inmediatamente anterior al 15M, lo que más llama la atención es el pesimismo con el que asumíamos un país en el que había condiciones objetivas, pero no éramos capaces de crear las condiciones subjetivas necesarias para detener a quienes nos habían arruinado y aprovechaban la crisis para arruinarnos más.
El 15M cambió todo aquello. El 15M no fue alguien que nos dijera nada, sino un tiempo que nos hizo decirnos a nosotros mismos que éramos un pueblo y que no había ninguna razón para permitir que nos trataran como una mercancía, que no había democracia si no éramos el sujeto y el objeto de la política. Durante estos cuatro años aquel clima llamado 15M ha cambiado tantas veces tanto que ya es imposible hablar del 15M en presente. Sin embargo lo que pueda pasar este año es hijo de lo que se empezó a respirar aquel domingo de hace cuatro años.
Vamos despacio porque vamos lejos, decíamos cuando nos metían prisa. Aquí estamos. Es ahora.
Aguirre tiene casta; es inútil valerse de insultos y de desprecio arrogante frente a ella. Va a ganar en ese terreno. Así que, lo exigible en políticos que quieran derrotar en las urnas a Aguirre es más audacia y más inteligencia. No una batería de frases despectivas hacia Aguirre. En cuanto a la unión… en fin, mejor callarse.
Si, es un ambiente.
Es pasar por un rincon un día cualquiera para encontrar una asamblea popular…
Alegra el alma.