El presidente del Gobierno Mariano Rajoy se encuentra en estos momentos en Guinea Ecuatorial. Sí, el adalid de la democracia y la transparencia, el líder de los liberales populares, de viaje oficial en la férrea dictadura del sangriento dictador Teodoro Obiang. Tan agustito. Ya le estoy viendo, como un Tintín deteriorado, con su salacot y sus bombachos, preguntando al sátrapa por la selección de fútbol guineana. Ahí tiene usted a Mariano, el mismo que hace cuatro días, todo digno, no quiso cenar con Obiang en la última cumbre UE-África, convertido ahora en el primer jefe del ejecutivo español que visita Guinea en 23 años.
Los grandes medios se tiran de los pelos con esta noticia, porque si en lugar de Rajoy hubiese sido Pablo Iglesias quien hubiese viajado al país africano tendrían una exclusiva maravillosa. La noticia serviría a los tertulianos a sueldo del Gobierno para disparar nueva y jugosa munición contra Podemos, ese enemigo común de políticos y periodistas de bien. Aparcarían lo de filoetarra y bolivariano, que ya huele, y desvelarían que Iglesias asesora al criminal régimen de Obiang, que tiene en casa una guitarra con el diapasón de una madera tropical que muy bien pudiera proceder de selvas africanas, e incluso que está tan dotado que no se siente español sino mandinga. El muy independentista.
No se que tiene Obiang que les vuelve locos. A los demócratas más demócratas del mundo, digo. ¿Será el petróleo? Pues igual. En Google se pueden encontrar fotos del dictador africano con todos los presidentes españoles, demócratas a más no poder. González, Aznar, Zapatero… incluso con el rey Juan Carlos, visitante habitual de países africanos con paquidermos. Rajoy abraza ahora al dictador Obiang, al que antes negó el saludo, porque busca un lugar para España en el Consejo de Seguridad de la ONU, que se vota tras el verano, y para el que necesita el apoyo de los países africanos. ¿Que algunos no respeten los derechos humanos? Es su problema.
“Considero que debo ir porque África es un continente vecino que nos importa”, justificó Mariano Rajoy el lunes desde la ciudad polaca de Gansk. No como la Venezuela de Sudamérica, que es un continente lejano que no nos importa. Y que es una dictadura feroz, con ese ogro llamado Maduro. Ahí tiene a medios monárquicos del prestigio de El País, que insisten en la misma línea: el régimen bolivariano es lo peor. Mucho peor que el gobierno de nuestros colegas chinos, una democracia consolidada que "agradece a Rajoy el archivo de la causa por el genocidio en el Tíbet". O que el de nuestros amigos de Arabia Saudí, esos chicos tan amables que nos han comprado el AVE. O que el Marruecos del rey Mohamed VI, hermano de sangre de nuestro rey Juan Carlos, tío de Felipe VI el Preparado. O que el del mismo Obiang, que ahora nos ocupa.
La hipocresía del Gobierno en general, y de Mariano Rajoy en particular, no tiene límites. Y no hablo de sus cuentas en B o de los sobres con dinero negro, temas que me gusta recordar siempre que puedo. Hablo de su relación con las dictaduras. Un trauma no superado que sin duda viene del franquismo, su historia, sus raíces.
La cantidad de coherencia que gastan la mayoría de los políticos actuales es directamente proporcional a la de honestidad.
Esto apesta.
Elocuente foto: 1 tirano. 2 corruptos.