Hugo Martínez Abarca *
En las últimas semanas aparece un soterrado debate sobre las posibilidades para un gobierno central en el que participara el PSOE dado que no hay encuesta que permita pensar en mayoría absoluta alguna. Antes de la breve pero intensa crisis del gobierno andaluz Felipe González explicaba que con Izquierda Unida es “inviable” gobernar (porque IU defiende “utopías regresivas”) y que él personalmente intentaría facilitar grandes pactos del PSOE con el PP. Pocos días después Elena Valenciano se sumaba a explicar que sería “muy difícil” un gobierno nacional con el PSOE e Izquierda Unida “con las posiciones que IU está defendiendo de cara a las elecciones europeas”. Quizás esos preámbulos permitan entender mejor la sorprendente actuación de Susana Díaz provocando un absurdo incendio con el que sólo consiguió dar a Manos Limpias un argumentario para su penúltima querella.
Más allá de esa sintomática escenificación del PSOE en Andalucía ha seguido apareciendo el debate con sordina sobre qué pareja de baile elegiría el PSOE. Por supuesto tal debate parte del mismo supuesto con el que se mira desde el orden a la izquierda: que Izquierda Unida es un hermano pequeño del PSOE, un hermano algo travieso pero que en realidad está ansioso por apoyar al hermano mayor en cuanto éste lo necesite.
El debate no es menor: de cómo se responda a él dependerá cómo afrontar el ciclo político que empieza con estas europeas, cómo se conduzca Izquierda Unida y cómo se relacione con otras organizaciones políticas y sociales. Y que la vista esté puesta en las elecciones generales es plenamente razonable pues es desde ahí desde donde cabe una rebeldía institucional que se hace muy difícil desde municipios y autonomías: hemos visto como desde Moncloa se han parado las más audaces políticas de vivienda andaluzas a golpe de recurso constitucional. Y la ley de estabilidad presupuestaria (estatal) junto con la reforma local ponen sobre cada administración local y regional la espada de Damocles de la intervención de cualquier administración que desafíe los compromisos de déficit que vertebran esta época de austeridad. Todavía nadie ha explicado cómo conseguir que un municipio o una comunidad pueda romper de raíz las políticas de recortes mientras el cauce legal (¡y la financiación!) lo sigue marcando rígidamente Moncloa (y su apéndice de Carrera de San Jerónimo): existe margen para políticas muy distintas, pero los cimientos se pueden tocar o incluso cambiar en las generales. Así pues la madre del cordero de este ciclo político está en su final: en el próximo gobierno central. Estas elecciones europeas deben marcar un cambio histórico en el electorado (que sin duda podría tener consecuencias muy importantes si el resultado es tan desastroso para las élites cortesanas como se merecen); las municipales y autonómicas podrán desalojar a gobiernos corruptos, saqueadores, recortadores… Pero es el próximo gobierno central empujado por la movilización popular el que podrá impulsar un cambio radical y empezar a construir una salida de la crisis democrática y justa. Eso también es clave para entender que un partido de este orden (como el PSOE) pueda gobernar con IU (y viceversa) en algunos municipios y comunidades pero que sea impensable en el Estado central.
Hay dos razones para afirmar que, si tras las próximas elecciones generales el PSOE pudiese decidir con quién gobierna, en ningún caso miraría hacia Izquierda Unida.
En primer lugar tenemos el ADN de la socialdemocracia contemporánea, ese ADN que hace que los partidos socialdemócratas de Europa aprovechen toda posibilidad de apuntalar el orden político y económico aliándose con el PP de cada país. Es especialmente canalla el caso del PASOK (que en paz descanse) en Grecia. Pero sólo sigue un patrón repetido contumazmente allá donde un partido socialdemócrata ha tenido la ocasión de retratarse: en Italia, Alemania o donde sea menester. En los escasos lugares donde gobiernan los socialdemócratas en Europa sin apoyarse en los conservadores (Francia) lo hacen con políticas indistinguibles de los gobiernos más liberales. ¿Qué razón hay para pensar que sólo el partido socialdemócrata español renunciaría a una “Gran coalición”? ¿Acaso está a la izquierda de sus hermanos europeos el partido que gobernaba en mayo de 2010, el que introdujo la reforma del artículo 135 de la Constitución, el que inició sumisamente en España la receta de recortes sociales y privatizaciones dictada desde Bruselas?
En segundo lugar están las soluciones políticas y económicas que daría a la crisis tal gobierno. El legado de deuda pública (fundamentalmente deuda privada nacionalizada) que dejará la crisis cuando dejemos de llamarla así atará de pies y manos a cualquier gobierno que intente hacer políticas de izquierdas por tímidas que pretendan ser. El artículo 135 de la Constitución acordado por PSOE y PP en 2011 hace que cualquier prioridad política que no sea el pago de esa deuda se sitúe al margen de la legalidad. Así pues un gobierno central de izquierdas (aún diría más: un gobierno demócrata) pasa necesariamente por la auditoría de la deuda, impago de la deuda ilegítima y renegociación del resto y revocación de la reforma del artículo 135 (algo que no podría hacer un gobierno local ni autonómico sin asegurarse su intervención por parte del Gobierno). Ello supondría un terremoto político imposible de gestionar en el actual marco institucional, por lo que también nos llevaría inexorablemente a una apertura de un proceso constituyente. Pero más allá de eso ¿alguien imagina al PSOE participando en un gobierno que derogara su reforma constitucional y que se enfrentara a la banca mundial y a las oligarquías europeas negándose a pagar la deuda injusta? De estar dispuesto a ello ¿por qué desde mayo de 2010 habría preferido suicidarse en vez de aplicar una política digna, democrática, de izquierdas y hasta patriótica?
Descartando que el PSOE colabore con un gobierno que parta de esos presupuestos mínimos sólo cabe pensar que la hipótesis de que PSOE e IU gobiernen juntos en Moncloa pretende la completa desnaturalización de IU y su renuncia a sus propuestas de partida. Algo que nadie puede esperar de IU salvo quienes nunca la han respetado más que como muleta de usar y tirar.
Sí se dan resultados como los que auguran las encuestas lo previsible es que en España pase como en toda Europa: que conservadores y socialdemócratas se unan para seguir machacando a sus pueblos al servicio de la troika. Por eso la alternativa al saqueo actual en ningún caso puede ser un gobierno del PSOE vigilado por IU. No es que no deba. Es que debemos tener claro que es imposible incluso en el caso de que fuera deseable. El bipartidismo es la alianza con la que gobierna la troika, tenemos innumerables muestras de ello. Un gobierno que rescate al pueblo pasa necesariamente por nuevas alianzas políticas y sociales (como las que lleva proponiendo IU desde hace unos años). Sólo eso es una aspiración posible y realista. El resto es alimentar el sueño del bipartidismo: engullir y digerir la alternativa.
El artículo expresa deseos sinceros, pero la realidad nos muestra que es posible que IU no esté preparada para ser una auténtica alternativa de izquierdas, sino más bien para llenar el hueco socialdemócrata que el PSOE ha dejado al mostrar su verdadera naturaleza de colaborador necesario de la derecha neoliberal.
Por otro lado, la incapacidad de IU para integrar sus propias corrientes (IA) por un lado y de tener una visión amplia de convergencia con las fuerzas progresistas de cambio hacen cada vez mas necesario que IU revolucione su forma de hacer política. La prueba la vamos a tener en las elecciones europeas. El aviso va a ser claro: mientras IU no sea capaz de abrirse a las «otras alternativas» sobre la base de un programa moderno innovador y decididamente radical, los votos no van a ir masivamente a su formación, que tendrá dificultades para superar un nuevo techo de voto, sino en gran medida a las opciones alternativas, incluso por parte de potenciales votantes de una IU amplia y sin complejos (y radicalmente alejada del PSOE)