La otra guerra de Crimea

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Jesús Cuadrado *

Jesús-Cuadrado1Nina L. Khrushcheva, biznieta de Nikita Khrushchev, prestigiosa profesora de Política Internacional en EEUU, se pregunta en un interesante artículo si Crimea es de Rusia. Su opinión tiene un interés añadido, teniendo en cuenta que su pariente fue quien, en 1954, decidió que esta península del Mar Negro pasara a formar parte de Ucrania. Escribe: “En defensa de Khrushchev (mi bisabuelo), poco importaba que Crimea fuera parte de Rusia o de Ucrania. Después de todo, todas formaban parte del imperio soviético”. Para Khrushcheva, la anexión de Crimea por parte de Rusia le supondría enormes costes estratégicos a largo plazo. Tiene razón; segregar de Ucrania un territorio en el que casi un 50% de la población no es “rusa”, y en una región, la del Cáucaso Norte, que es ya un polvorín para Putin, sería un pésimo negocio. Pero éste no sería el único foco de inestabilidad; evidentemente, ésta se extendería a toda Ucrania. Para la biznieta de Khrushchev, este tipo de errores estratégicos se deben a la obsesión de Putin por las “victorias tácticas a corto plazo”, que terminarían debilitando la posición de Rusia en todas partes.

Pero, en esta nueva guerra de Crimea, Putin no es el único responsable. En Ucrania se ha estrellado, una vez más, una UE incapaz de articular una política exterior y de seguridad coordinada, como se pudo comprobar en el Consejo del pasado día 3 de este mes. Han fracasado los partidos ucranianos, incapaces de dotar de un mínimo de estabilidad política al país desde la independencia de 1991, y dominados por extremistas de todo cuño. En cuanto a la ONU y su Consejo de Seguridad, ante la implicación de uno de sus miembros permanentes, poco se podía esperar. Es en ese contexto de fracasos múltiples en el que hay que situar la ilegal, y torpe, ocupación “de facto” de Crimea por Putin. Aparte del lío en el que se mete, cabe preguntarse si Rusia tiene recursos económicos y militares para mantener ese pulso, si el gas y el petróleo darían para tanto. Una lectura “entre líneas” del interesante artículo del ex ministro de exteriores Igor Ivanov, publicado en El Mundo, muestra que para sectores influyentes en el poder ruso existe conciencia clara de la imposibilidad estratégica de mantener ese pulso de la anexión.

Es conocida la permanente obsesión de Putin por reconstruir “el imperio perdido de Rusia”, interpretado como una estrategia de seguridad para el país. Para él, las “pérdidas” de la Unión Soviética son una gran catástrofe que debe ser corregida. Pero, ¿tiene medios para esa ambición? Si se comparan los recursos económicos y militares de Rusia con los de EEUU o con los de la UE y la OTAN, salvo que se quisiera recuperar el equilibrio del terror nuclear, las diferencias son enormes. Su PIB es similar al de Italia y su gasto militar es inferior al de Francia, por ejemplo, y siete veces inferior al de EEUU. Además, Rusia tiene una economía con los pies de barro, con unas exportaciones basadas en productos básicos, petróleo y gas sobre todo, que representan casi el 90% del total, y con una industria de nula capacidad competitiva. Y Putin, sin ningún interés por aprovechar la coyuntura favorable de los precios de los hidrocarburos para reorientarse hacia “una economía con mayor densidad de conocimiento”, ha consolidado un modelo económico insostenible que empieza a dar ya señales de agotamiento en las finanzas públicas, como apunta el propio Banco Central de Rusia y señala el economista polaco Jan Winiecki. La balanza por cuenta corriente del país entraría ya en déficit el próximo año, después de haber llegado a acumular unas reservas de 785.000 millones de euros en 2000-2011, en parte empleados en una política exterior al servicio de los sueños de grandeza de Putin, como el sostén financiero a la cleptocracia organizada por la familia del presidente Yanukóvich en Ucrania (se les calcula una fortuna amasada de más de 12.000 millones de euros), o en los Juegos Olímpicos de Sochi, con un coste de 50.000 millones de dólares, además de en una carrera de armamento insostenible, con casi un 5% del PIB anual dedicado a gasto militar. En fin, los errores se repiten y ahí está Rusia otra vez, en el “quiero y no puedo”.

Pero Putin no es el único que se alimenta de las viejas batallas de la Guerra Fría. Siguen activos algunos sectores que necesitan siempre un enemigo visible con el que afirmar su propia ideología conservadora. La ex ministra Ana Palacio escribía en Project Syndicate (“Europa a examen en Ucrania”), donde en síntesis venía a decir que Putin se atreve a invadir Crimea porque en la Casa Blanca no hay un presidente con la “visión estratégica” y decisión suficientes para imponer una “influencia global de los EEUU”, es decir, un George W. Bush, como cuando ella se sentaba en el Consejo de Seguridad. Con más contundencia se expresaba en las páginas de El País el eurodiputado conservador británico Charles Tannock. Coincidí con él en la Asamblea Parlamentaria de la OTAN y era uno de esos que, con sólo oír la palabra Rusia, se colocaba en posición de ataque. No me defraudó en el artículo titulado por El País “El imperio de Putin” (en el original, Putin’s Kampf), donde ésta es su tesis central: “Putin es Hitler y repite sus pasos en Crimea”. Por supuesto, como le oí en tantas ocasiones, propone medidas contundentes, desde cerrar los Dardanelos a los buques rusos a instar a Obama a que amenace a los chinos para que rompan con Putin. Y Cameron, el jefe de partido de este europarlamentario, ¿qué dice? Conocida la magnitud de los fondos rusos en la City, el gobierno británico se ha alineado con el grupo europeo de los prudentes. Más allá de la retórica conservadora al uso, sí existe un problema real con los países del antiguo Pacto de Varsovia, hoy en la UE; en estos casos, la actitud antirrusa está muy arraigada y la crisis de Crimea puede hacer mucho daño. Entiendo la preocupación del ex ministro ruso Ivanov; él hizo un gran esfuerzo, con buenos resultados, por la reconciliación con Polonia y ahora se está detectando una marcha atrás con esta crisis, allí y en otros países del este.

Hay en Europa, y también en EEUU como demuestra ese “que le den a la UE” de una subsecretaria de Estado, muchos predispuestos a recrear la Guerra Fría. Suponen un serio riesgo, sumado al del lunático Putin. Así que, ya que no estamos sobrados de estadistas hoy en Europa, nos interesa que dominen la escena en esta nueva guerra de Crimea al menos los más prudentes. Como señala Félix Arteaga, del instituto Elcano, han fracasado todas las “alarmas para la reacción temprana” de la UE en Ucrania, así que ahora tendrán que ir detrás de los acontecimientos. Primero, gestionar con Putin el despropósito de Crimea, incluido ese absurdo referéndum, sabiendo que la integridad territorial de Ucrania es irrenunciable. En segundo lugar, deben darse prisa en reconducir el desastre económico de Ucrania con una renegociación rápida y práctica del Acuerdo de Asociación, antes de que el sistema político ucraniano se descomponga, pasto de todo tipo de radicalismos. Y, para obtener resultados, la UE debe actuar con Rusia, no contra Rusia, digan lo que digan los hooligans habituales, porque a la UE le interesa  mantener el objetivo por una “interdependencia cooperativa” con Rusia y abandonar cualquier tentación por una “competencia geopolítica” fuera de lugar.

Y, más allá de esta complicada y peligrosa crisis, la próxima campaña electoral de las europeas, si se supera el nivel actual de frases ocurrentes, debería tratar una cuestión de enorme interés para España: ¿Por qué está fracasando toda la Política Europea de Vecindad? En el Este, como se ve, y en el Sur, en el Norte de África, como comprobamos cada día los españoles. Estaremos atentos.

(*) Jesús Cuadrado es militante y exdiputado del PSOE.
2 Comments
  1. Pablo says

    Buen análisis, pero como no le paren los pies a Putin se puede armar.

  2. prudente says

    Viendo lo que está ocurriendo ahora mismo en Crimea me parece muy acertado el análisis de Cuadrado. Acierta.

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