Julián Sauquillo
Cada mañana, sin falta, El Roto, ojo avizor, desgarra la realidad. Vapulea fríamente esa sustancia que se nos presenta, desde la política y la economía, como inevitable. La golpea hasta dejarla en un cuento que nos habíamos creído. Lo hace como un pintor sobrio adaptado al cuadrilátero de El País donde busca el KO a la injusticia social. Pero también como un sociólogo buen fajador. Alfonso Ortí, entre los mejores sociólogos de España, dice que El Roto es el mejor sociólogo existente. Y no es para menos. Pero la sociología de El Roto es, incluso, una antisociología. Este gremio cuantifica, mide y sopesa la “realidad” para explicarla con leyes rigurosas que sirvan para predecirla. Los sociólogos celebran su repetición orquestada. Mientras que El Roto busca el talón de Aquiles de esta losa social que nos sepulta. Pretende que no se vuelva a producir. Nos advierte de que sólo un descreído puede sacudirse la realidad de encima. La sociedad no responde a unas leyes universales, parece indicar. El magma que nos rodea, a sus ojos, aparece versátil, cambiante, voluble. Puede adquirir muchas formas. Depende de nuestra rabia, advierte cada mañana, que venga todo dado o que lo construyamos nosotros de forma diferente. Para quebrar la lápida con que nos intentan sepultar, se inventa una imagen todos los días. Así desmantela la vigilancia espía, la corte servil, el consumo masivo o la frustración popular. De esta manera, limpia nuestros ojos para apreciar, diáfano, lo que está pasando.
Interpreta y le da la vuelta a todo para darnos una versión nueva, más crítica. Está lejos de tener una teoría completa sobre la sociedad, ni en las entrevistas radiofónicas donde le hemos escuchado. Como los clásicos de la sociología, va dando pinceladas de fenómenos cotidianos hasta completar la visión. Unas veces, se interna en lo que está pasando. Otras, golpea los cimientos de nuestra plurisecular obediencia. A base de impresiones va completando el gran cuadro del mundo. Pero no es ni un impresionista que pinte bailarinas ni un acuarelista que apunte marinas. Su tono sombrío es inquietante y su visión resulta radical. Parece un maestro del humorismo kafkiano.
No mantiene componendas con la “realidad”. Pero, además, Andrés Rábago García, que da vida a El Roto, es una personalidad cívica muy serena. Un personaje muy tranquilo, casi místico, se desmanda cada mañana con el lápiz y el pincel para no dejar títere con cabeza. Los empresarios, los políticos, la corte aduladora, los medios de comunicación, el sacerdocio ultra, el mismísimo respetable son contemplados implacablemente. Pero su estoica inteligencia, le impide ser alguien colérico. Y lejos de ser un marginal, explota, todos los días, en el centro de donde se cuece todo.
Tantas viñetas matutinas han acabado dándonos una visión patética, de nuestra existencia. Pero nunca tira la toalla. Aconseja siempre no bajar la guardia para que los magnates de la economía, los gobernantes y los aduladores del poder no nos cuelen nuestra sufridora vida como necesaria y merecida. Los sacrificios económicos que padecemos no son el escarmiento de nuestra glotonería. Son la consecuencia, en su visión, del derroche y la corrupción públicos no atajados por unas instituciones políticas mal gobernadas.
El epicentro de su terremoto es el eje de la vida pública. Ahora, expone en la galería La Caja Negra, hasta el dieciocho de enero, su reflexión sobre el esnobismo del arte en los galeristas, los creadores y el público. La serie “Oh la, l´Art” presenta un “arte” al servicio del mejor postor. A fin de cuentas, todos los implicados en la creación desde el espectador, al expositor, pasando por el crítico, coinciden en un circuito cerrado para convertir cualquier brote original, por dificultoso que sea, en un producto de consumo “pret a porter”. Del infernal mundo del arte no se escapa nadie. Sus dos últimas publicaciones –Camarón que se duerme (se lo lleva la corriente de opinión) (2012) y A cada uno lo suyo (2013) (ambos en Random House Mondadori, Barcelona)- son una excelente presentación de su estilo diario, que puede completarse con el catalogo de la exposición, Oh la, l´Art (Libros del Zorro Rojo, Barcelona, 2013).
Como pintor, El Roto recuerda al Constantine Guys que pintaba infatigablemente apenas apuntes para captar a tiempo el trepidar de la vida cotidiana diaria. Lejos de ahuyentar a la presa, Andrés Rábago García la acecha hasta que cae en su mirilla. Parece mentira que no desfallezca su imaginación, a viñeta diaria y libro anual. Da la vuelta del revés a todos los tópicos sociales y políticos que obstruyen a nuestra inteligencia de las cosas constantemente. La manipulación de masas y la santificación de la pobreza son dos lugares comunes fundamentales de nuestro vejatorio mundo, desmantelado por El Roto. La pobreza y la humillación del débil son, en su visión, el correlato de la opulencia del rico. El Roto pinta, en negro y con escasos colores, un universo cada vez más explosivo: adolescentes que piden material inflamable a los Reyes Magos, un orden dictado a golpe de genitales y porras, un trabajo explotado sosteniendo la ostentación del lujo o unas instituciones caducas para evitar la miseria más obscena.
El Roto va desgranando la fragilidad del mundo salvaje en que vivimos: “los escombros sostienen la fachada”. Nuestro sólido mundo, a la vista marxista de El Roto, se desvanece en el aire. Por sus dibujos, desfila el repertorio de los peores vicios y desafueros sociales: el desprecio a la educación, la codicia, los intereses oscuros de los dirigentes, el desamparo ante los tiburones económicos, el imperio global de la economía por agencias enmascaradas, la impiedad con los jóvenes parados, el orden sostenido en la mera fuerza, el ventajismo del pudiente, el autoritarismo, la manipulación mental (religiosa fundamentalmente) y la ceguera política a las reivindicaciones sociales. ¡Ah, si George Grosz levantara la cabeza!… Le encantaría El Roto. Comparten el rechazo de un mundo obsolescente y humillante que está socavando lo que queda de democracia.
Y sin embargo, nada más lejos de El Roto que desear anestesiarnos. Con un bisturí sujeto a un excelente pulso, disecciona constantemente una realidad que no puede ser más flagelante para la mayoría. Destripa el tan vejatorio como frágil caos diario. Así lo vemos claro y de frente. Por lo menos, hasta pasar la página.
El Roto cuestiona el economicismo de los recortes sociales. Es genial
Completa y totalmente de acuerdo con las palabras de ulián Sauquillo sobre El Roto y nada más que añadir mi agradecimiento a sus viñetas que me ayudan a llegar a la realidad todos los días.
Mejor descripcion de un artista-sociologo-dibujante, imposible, Julian.
Es un placer leer este retrato de alguien tan complejo y genial como El Roto.
El Roto ayuda a mantenerse alerta ante la realidad descarnada, sin adornos Julián Sauquillo lo ha descrito con la lucidez y certeza que le caracteriza.
Me adhiero a este homenaje, muy merecido, que haces a EL ROTO.
EL ROTO nos pone a las claras lo que, sin él, parecerianos solo un descosido.