Víctor Arrogante *
Una ley no puede escribir la historia, ni crearla, ni enmendarla, menos que todo, interpretarla o corregirla. La historia es compleja y nos muestra caminos diversos, hechos ciertos o inventados, casi siempre subjetivos, interpretados según las fuentes y las entendederas de quién la investiga o de la ideología política que ostente el poder de turno, casi siempre, con el mal ánimo de tergiversarla.
Por la Ley 18/1987, «se declara Fiesta Nacional de España, a todos los efectos, el día 12 de octubre». ¡Qué barbaridad! Tal día ha sido conocido como Día Nacional de España, Fiesta de la Hispanidad, de la Raza. de la Madre Patria, del Descubrimiento, de Colón, del Pilar y ahora 12-O. Franco, por decreto, en 1958, decía: «Dada la enorme trascendencia que el 12 de Octubre significa para España y todos los pueblos de América Hispana, será fiesta nacional, bajo el nombre de Día de la Hispanidad», por lo que el despropósito actual es aun mayor, junto con el hecho de que la Fiesta Nacional, siga presidida por un desfile, que muestra el poderío del Ejército, que no del pueblo.
Frente a las denominaciones españolas, las del «Día de la resistencia indígena» en Nicaragua o Venezuela o «Día del respeto a la diversidad cultural» en Argentina. O «Día de las Américas», celebrado el 14 de abril, por ciudades, pueblos y comunidades, en todas las repúblicas americanas, como símbolo de su soberanía y de su unión voluntaria en una comunidad continental. Amor y odio, desarrollo y opresión y una memoria histórica, en la que persiste el sufrimiento y exclusión vivido por sus ancestros, cimentadas en la actualidad en la discriminación racial y en la servidumbre.
La conmemoración de una fiesta nacional, debe recordar momentos de la historia colectiva, que forman parte del patrimonio histórico, cultural y social común, asumido como tal por historiadores y aceptado por la ciudadanía. Si es complicado configurar el pasado de una nación, mucho más lo es cuando la nación no está claro que lo sea, sino un entramado de nacionalidades y regiones que configuran un Estado. Juan Linz, fallecido recientemente, decía en 1973: «España es hoy un Estado para todos los españoles, una nación-Estado para una parte de ellos, y sólo un Estado, pero nación, para algunas minorías importantes». Difícil conciliación, cuando todavía existe memoria histórica, no tanto de aquel 12 de octubre de 1492 y lo que significó, sino de la historia española, interpretada y escrita por los vencedores, sus días y sus banderas.
Durante el debate constituyente, el concepto «nación» fue ampliamente debatido. Alianza Popular mostró una oposición frontal al término nacionalidades. Las minorías nacionalistas, eran partidarias de suprimir el vocablo nación, por entender que España no es una nación, sino un Estado formado por un conjunto de naciones. El PNV, se limitó a declarar que «la Constitución se fundamenta en la unión, la solidaridad y el derecho a la autonomía de las nacionalidades que integran España». Y la Minoría Catalana, reconociendo la unidad nacional, proponía que «la Constitución se fundamenta en la unidad de España, la solidaridad entre sus pueblos y el derecho a la autonomía de las nacionalidades que la integran».
La posición de los «padres de la Constitución» fue sesuda, amplia, diversa y al final consensuada. Herrero y Rodríguez de Miñón entendía que el término nacionalidades se refería a «hechos diferenciales con conciencia de su propia, infungible e irreductible personalidad»; Roca Junyet, a «nación sin Estado, con personalidad cultural, histórica y política propia... dentro de la realidad plurinacional de España,... como Nación de Naciones». Peces-Barba proponía que «la existencia de diversas naciones o nacionalidades no excluye, sino todo lo contrario, hace mucho más real y más posible la existencia de esa Nación, como conjunto y absorción de todas las demás y que se llama España». Y Solé Tura lo definía como «un estado de conciencia colectivo que se fundamenta no sólo en la historia, en el pasado común, en la lengua, en la cultura o en la realidad económica sino también en una forma determinada de concebir su propia realidad frente a las otras».
Lo cierto es que la fecha elegida —12 de octubre—, según la ley, «simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos». No es prudente valorar la historia, con razonamientos actuales, pero lo cierto es que el castellano viejo se expandió por América, y una cultura, basada en la religión católica represiva, única y verdadera, hace presa de los nativos. Mucho hay que objetar sobre que todos los reinos de España estuvieran integrados en una misma Monarquía; no se había dado el tiempo.
Muchos pensamos que no puede celebrarse lo que fue una conquista, que exterminó a millones de personas, que estableció una jerarquía racial y significó un enorme saqueo de recursos naturales, de expolio de tierras y de su cultura, cuyas consecuencias todavía se deja notar en los países americanos del Sur, Centro-América y el Caribe. La celebración «españolista» del 12 de octubre, tiene una historia franquista, con lo fue el «Día de la raza», que presenta la «hispanidad» como algo natural, unificador y patriótico, manipulando la historia a su acomodo. No fue tampoco un encuentro entre dos culturas, sino un atropello histórico de dimensiones hoy día calculables.
La ley del Día Nacional en su exposición de motivos dice que «ha de procurarse que el hecho histórico que se celebre represente uno de los momentos más relevantes para la convivencia política, el acervo cultural y la afirmación misma de la identidad estatal y la singularidad nacional de ese pueblo». Quién expuso tales motivos, se acordó del «Descubrimiento de América» —que fue una conquista— y olvidó, conscientemente, la ratificación de la Constitución de 1978, que sí era un hecho histórico significativo. Salíamos de una dictadura, que había durado cuarenta años, y retornábamos a la senda de la democracia, la libertad y los derechos. La Constitución representaba el nuevo modelo de convivencia; por lo que el 6 de diciembre tenía que haber sido declarado Día de la Fiesta Nacional. Hoy no se bien cuál debe ser el día.
En fechas señaladas como éstas, de fiesta nacional oficial, que fuerza hechos históricos significativos, son muy dados los actos patriotas, y el enarbolar banderas, que al grito de ¡España! violentan conciencias, patrimonios y humanidades. En momentos así, es oportuno recordar al emperador romano dirigiéndose a los patricios: «Roma no son las columnas ni las estatuas, son los romanos». Pues algo así digo yo hoy: España son las personas que conviven en su territorio, sus derechos, sus libertades, su bienestar.