La «Democracia tumultuaria» y la libertad de los posmodernos

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Francisco Serra 

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Un sobre con fotocopias de billetes de 500 euros, depositado a los pies de un policía durante el 'escrache' realizado ante la vivienda de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, el pasado día 5. / Kote Rodrigo (Efe)

Hace unos días un profesor de Derecho Constitucional, aprovechando una nueva jornada de huelga convocada por los estudiantes de las Universidades madrileñas, se dirigió presuroso a una Biblioteca Pública, situada en un barrio de Madrid. Se había levantado temprano y confiaba en poder regresar a casa, después de sacar en préstamo los libros que deseaba leer, sin encontrarse con ninguna de las treinta y tres manifestaciones programadas para esa fecha.

En tiempos, el profesor frecuentaba las librerías y se gastaba en ellas buena parte de su sueldo, pero a causa de la elevada hipoteca y los continuos recortes salariales cada vez recurría con mayor frecuencia a las Bibliotecas. Al principio sobre todo a las de su propia Universidad, pero hacía ya varios años que en los llamados “campus de excelencia” (la denominación debe responder a una cruel ironía de las autoridades académicas) casi no había dinero y el profesor, después de consultar los ficheros informatizados, emprendía largos viajes por la ciudad hasta conseguir el ansiado volumen.

“Gracias” a la crisis, había llegado a conocer parajes que quizás nunca habría visitado y descubrió modernas instalaciones, algunas veces sin apenas lectores y otras llenas a rebosar, incluso de personas que no parecían atender al libro o la revista que tenían delante. Una amiga le explicó la causa: “cuando hace mucho frío, en mi barrio, hay familias enteras, hasta la abuela, que se van a la Biblioteca. La luz o el gas son caros y allí se está calentito”.

El ministro actual, al tiempo que recortaba una vez más la partida presupuestaria dedicada a nuevas adquisiciones, había recordado que las “Bibliotecas” ya estaban muy provistas: tal vez no hay libros, pero al menos hay calefacción.

Una amiga, que sobrevivía con los cuatrocientos y pico euros de la prestación, casi no encendía la luz y todas las noches, como no podía salir a tomarse ni una caña ni  una hamburguesa en el McDonald’s (uno de los pocos negocios, junto con los supermercados Dia, de los más económicos, que habían aumentado sus ventas), cenaba a la luz de las velas. “Es muy romántico”, aseguraba con algo de tristeza.

El profesor se dejó llevar al azar y curioseó en los estantes. Descubrió un bello ejemplar con algunos escritos políticos de Benjamin Constant, que incluía su célebre discurso, pronunciado en el Ateneo de París, comparando la libertad de los antiguos con la libertad de los modernos: entre los antiguos, leyó el profesor, el individuo, soberano casi habitualmente en los negocios públicos, era esclavo en todas sus relaciones privadas; como ciudadano, decidía de la paz y de la guerra, pero como particular estaba limitado, observado y reprimido en todos sus movimientos.

Entre los modernos, por el contrario, proseguía Constant, el individuo, independiente en su vida privada, no es soberano más que en apariencia aun en los Estados más libres, pues su soberanía está restringida y casi siempre suspensa; y si en algunas  épocas fijas, pero raras, llega a ejercer esa soberanía, lo hace rodeado de mil trabas y precauciones, y nunca sino para abdicar de ella.

El profesor, acordándose de los escraches que habían tenido lugar en los últimos días, pensó que quizás no se habían extraído las necesarias consecuencias de que ya no vivimos en los “tiempos modernos” y la libertad actual no puede identificarse con la existencia de una esfera íntima, ajena a la intervención de los demás, porque no existe el mundo social que la vio surgir. En los orígenes de la Modernidad, podía decirse que el “aire de la ciudad hacía libres”, pero en el momento presente todos vivimos en una gigantesca “aldea global” y, aunque abarque toda la Tierra, es por encima de todo “una aldea”, en la que todos nos conocemos y nada queda sustraído al escrutinio de la multitud.

La libertad de los posmodernos está más próxima a la libertad de los antiguos que a la libertad de los modernos y todos estamos “limitados, observados y reprimidos” en nuestros movimientos. La democracia representativa ya casi no existe y en la espera del alumbramiento de nuevas formas políticas ha sido reemplazada por la “democracia tumultuaria”, que lleva a cabo el control y la exigencia de responsabilidad que el Parlamento es incapaz de realizar.

Esta reflexión sobre la obra de Constant le hizo recordar al profesor que este autor había sido también el gran teórico de la monarquía entendida como “poder moderador” y le llevó también a meditar sobre los últimos acontecimientos que en España han llevado a poner en cuestión el papel de la Corona. La transición había alumbrado toda una generación de “republicanos de corazón”, pero “monárquicos de razón” (atendiendo a las circunstancias concretas); mas no se puede olvidar, como está sucediendo con las demandas de independencia en Cataluña, que las “razones del corazón” son muy poderosas y casi siempre acaban venciendo, incluso aunque lleven aparejadas consecuencias negativas. La Monarquía en el momento presente (un tiempo sin dioses ni reyes ni héroes) es una anomalía histórica y si genera más problemas de los que pretende resolver es difícil que pueda sobrevivir.

Al final el profesor decidió llevarse a casa los últimos libros de Rafael Chirbes y de Antonio Muñoz Molina. Sin siquiera hojearlos, aprovechando que los acababan de devolver, los solicitó en préstamo. Sabía que uno de ellos era una novela y el otro un ensayo y supuso que el de Chirbes, que ya había escrito en Crematorio la gran novela sobre la crisis y el despilfarro de los años anteriores, era un demoledor ensayo sobre la España del pelotazo, y el de Muñoz Molina, refugiado hace ya mucho en su mundo de palabras, el relato “ficticio” de una generación que había ocupado el papel más relevante de la vida pública española y ahora descubría, con asombro, que todo estaba podrido.

2 Comments
  1. celine says

    Una buena novela deja muy claras las cosas para el buen lector. Bonito relato, profesor.

  2. Susana says

    Le leo en la Casa Encendida ya en penumbra con la falsedad corporativa que sustenta este paraíso cultural

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