Juan Carlos Monedero *
Visto cómo discurre el comportamiento generalizado del PP, con su Gürtel, sus Bárcenas, sus Jaguar, sus homofobias recurrentes, sus Días del Perro -cuando la alcaldesa de Fuengirola quiere celebrar el día de la República-, sus recortes a los parroquianos al lado de sus dádivas al Vaticano y a Bankia, sus querellas con los que no quieren verse todos los días cara de pendejo, su televisión pública por los suelos y la marca de España reflejada en las risas arrugadas de millones de parados, en las espaldas de los que miran en los cubos de basura, en los jóvenes que han vuelto a exiliarse económicamente como en los mejores tiempos del franquismo, pronto vamos a poder expresar, llegado el caso, aquello que exclamó un campesino cuando leyó en una lápida: “aquí yace un militante del PP, un demócrata, una persona honrada”, y no le quedó otra que decir: “¡Dios mío, han enterrado a tres personas en la misma fosa!”.
Paso por una universidad privada –y, claro, religiosa- y escucho a unos estudiantes comentar sobre asuntos jurídicos. Hablan como si todos fueran el doctor Spock de Star Trek, el que decidió apostar por la raza vulcana y renunció a los sentimientos para abrazar una lógica y razón estrictas carentes de emoción. La España real no va con ellos. Igual que al doctor Spock, a quien le resultaban indiferentes el amor o la empatía. Viven un mundo paralelo donde los problemas son de los otros y, a lo sumo, una molestia entre dos entretenimientos. El derecho es el intermediario entre el dinero que van a ganar y la gente a la que se lo van a sacar. Les interesa, claro, el dinero, no la gente. Abogados, economistas, notarios, registradores de la propiedad, tesoreros, asesores de campaña. Los suizos votan en referéndum reducir los sueldos astronómicos de los empresarios y banqueros. Uno de los estudiantes dice: “luego vendrán con que la lucha de clases la empezamos nosotros”. El domingo el diario ABC les ha regalado, por un módico euro, una pulsera de tela con la bandera española. No me extrañaría que la hayan hecho en la India niños que cobran un dólar al día. Para esos patriotas, España es un lugar curioso que sirve para que se te llene la boca de raza y suelo nacional aunque los dineros estén lejos de donde se ven los olivos.
Recuerdo un debate antes de la crisis con un reputado catedrático de economía en esa misma universidad. Cuando se le agotaron los argumentos empezó a gritar como gritan los catedráticos cuando se les agotan los argumentos. Transmutado –porque no puedo creer que fuera su condición natural- en un energúmeno nada vulcánico gritaba en el auditorio: “¡Esto es lo que hay! ¡Esto es lo que hay!”, repitiendo la cantinela de recortes, recortes y más recortes. Mentiría si no dijera que daban ganas de darle un ligero golpecito en la cabeza con los dedos para que saltara la aguja y dejara de repetir su rayada monserga. Ahora que hay crisis evidente, me gustaría volver a discutir con él. Seguro que volvería a gritar su “¡Esto es lo que hay!”, que los catedráticos de economía ni en tiempos de crisis dudan en ahorrar una disculpa e insistir en lo que aprendieron aunque no sirva sino para justificar lo que a todas luces no funciona. Pero me gustaría mirarle a los ojos para decirle si su dios sigue, como ha dicho Ratzinger, dormido también mientras caminamos hacia los 6 millones de parados o sólo dormita cuando los obispos rijosos abusan de los niños. Viendo a esos alumnos ajenos a cualquier cuestionamiento del derecho, de la economía, del poder, de la crisis, recuerdo que a Sócrates lo condenaron a beber cicuta por alejar a los jóvenes de los dioses de la ciudad. Necesitamos dispensarios de cicuta –metafórica- para los profesores que convierten a los estudiantes en autómatas que no miran a los ojos de la gente. Cicuta socrática como justicia democrática contra los enemigos de la ciudad.
El tiempo juega a favor de los que tienen el privilegio de vivir muy bien porque compran el tiempo de mucha gente. El rey puede operarse y estar de baja el tiempo que quiera. Bueno, tampoco tanto, porque tiene miedo de que su hijo haga con él lo que él hizo con su padre. La generación del rey es una generación edípica: todos asesinaron a sus mayores –cómo no mencionar Suresnes en 1974, cuando Felipe González y Alfonso Guerra defenestraron a Rodolfo Llopis y reinventaron un PSOE funcional para Europa y para ellos mismos– y siempre han tenido el miedo de que sus hijos hagan lo mismo con ellos. Por eso se aferran a la Transición como un náufrago a un trozo de madera. Pero la comparación es abusiva –la del rey y la del trabajador, no la de la transición y el madero–. Un trabajador enfermo se lo piensa muchas veces antes de estar tres meses de baja. Nos escandaliza la corrupción, pero lo verdaderamente lacerante son las desigualdades. Los ricos viven más, cobran más tiempo la pensión, pero regañan a los pobres, que viven mucho menos, porque hacen gasto. Aunque el gasto sea pequeño. Tenía razón El Roto: el único cartel que quieren colgar en los centros de mayores es: “Bienvenidos, sean breves”.
Cruza la calle un perro con una mirada fría, casi asesina, indiferente a cualquier realidad. El semáforo, aún en verde, no le dice nada. Alguien le ha puesto una pulsera con la bandera de España en una pata. Consecuencia, seguro, de la caída del precio de las pulseritas con la bandera de España. Mira a ambos lados mientras alcanza la acera con la seguridad que sólo tienen los señoritos. Husmea en una farola, en un árbol, en un buzón que alguien ha pintado de azul y ha puesto el logo del Partido Popular –para que lleguen con bien los sobres–. Ignora todos esos territorios. Como si ya fueran suyos. Unos jóvenes, de aspecto bien diferente, reparten panfletos unos metros más allá. Dicen que les están robando el futuro, que no se van de España sino que los echan. El perro se acerca y orina en una esquina de la mesa plegable. Gruñe cuando los estudiantes sin futuro van a reprenderle. Luego se va con los estudiantes con futuro que lo acarician mientras siguen discutiendo acerca de a dónde van a ir de vacaciones esta Semana Santa. Igual coinciden con los descendientes de Fernando VII. Un ilustrado. Tan Borbón. Sabemos que el asesino de Yolanda González, Emilio Hellín, trabajó para la Guardia Civil y para ayuntamientos del PP. Hoy que se marcha el estudiante camino de la biblioteca del infierno, todo parece menos reflexivo. Qué tensa está la cuerda. Parece que algunos están esperando a gritos que regrese Curro Jiménez. De momento, ya hay una querella popular contra Bárcenas y sus dadivosas constructoras. El doctor Spock asiente con la cabeza. Qué frialdad. El 15 sigue preguntándose cómo convertirse en política y las palomas abonan la estatua de un prócer de la patria.
La marca de España reflejada en las risas desmadejadas de millones de parados en la España, poseedora del título más incivil de Europa: la que más desigualdad social anota. ¡ biban las caenas!
Luis el Cabrón y otros chistes del montón. Es cierto que los españoles, junto con los ciudadanos de otros países mediterráneos hermanos como Grecia, Italia y Portugal, son víctimas de una estafa brutal (a la que llaman crisis). Pero también no es menos cierto que está viviendo una edad de oro del humor. http://www.elsenorgordo.com/2013/03/luis-el-cabron-y-otros-chistes-del-buen_5.html
Hasta para describir la más nauseabunda de las realidades, hay que tener clase. Genial…!!
http://www.attacmadrid.org/?p=8951
Me ha parecido éste, un buen lugar para colocar esta información.
Porque la creo importante; y grave.
ESPAÑA «PATRIA COMUN E INDIVISIBLE( ¡ manda coj..!)es lugar pródigo en sinvergüenzas y refugio sentimental de los que guardan sus centenares de miles de euros en paraisos fiscales ; desde donde se ven borrosamente los raídos pantalones y los ojos cansados de las víctimas de la crisis.