¿De qué proceso constituyente hablamos?

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Julián Sauquillo

La pasada semana se proyectó La memoria rebelde (2012) de Julio Diamante en la Filmoteca Nacional de Madrid. Se trata de un documental de dos horas que también tiene formato de serie de cuatro horas. Se presenta como una “visión coral” de la transición política española con una voz predominante de izquierdas, no de centro izquierda. Los participantes son Nicolás Sartorius, Marcos Ana, Javier Pradera, Francisco García Salve, Rafael Azcona, José Antonio Labordeta, Alberto Iniesta, Ramón Sáez, Rosa Regás, Santiago Carrillo, José María Díez Alegría, Gonzalo Puente Ojea, Luis Otero, Armando López Salinas, José Antonio Martín Pallín, Carlos Jiménez Villarejo, Ana María Matute, Jorge Semprún y Pilar Bardem en conversación con el director del documental.

Hay un deseo de esclarecimiento de nuestra historia reciente por encima de su constante deformación. Se trata de una visión de la transición en su proceso histórico con la voluntad de orientar el futuro en que nos encontramos. Su compromiso político es claro: ni la II República fue un despropósito lleno de confusión y desorden, ni la guerra civil fue una guerra fratricida sino la guerra de España. Su director se dirige a unos espectadores republicanos y antifranquistas. La II República es restituida como un tiempo de igualdad y desarrollo social admirable. Y de la guerra se da otra versión: enfrentó a hermanos, a veces, pero fue, sobre todo, la guerra de la Alemania nazi y la Italia fascista contra una España defendida por las magníficas Brigadas Internacionales. Después, llegó la represión franquista, el atraso cultural, el control religioso y la doble moral individual sobre cualquier comportamiento libre –sobre todo de la mujer-.

Julio Diamante es un individuo ejemplar y respetado entre los que componen la “generación del cincuenta y seis”. Es hijo y nieto de profesionales muy destacados en la República, encarcelados en los años cuarenta. Uno de sus antepasados murió el día que salía de prisión. A Diamante todavía se le recuerda rodeado por la policía en la manifestación estudiantil de reconocimiento de Ortega y Gasset, en el cincuenta y cinco, en los balcones del patio de la calle Amaniel, arrojando muebles sobre las fuerzas represivas en una actitud combativa, más bien anarquista. Es alguien, de una entereza y vitalidad moral incuestionables, que duda de que “la transición haya sido tan buena como nos dijeron”.

Su documental reúne, tantas voces de izquierdas como aristas tuvo la transición. Pero la tensión fundamental reside entre el posibilismo de Santiago Carrillo y el maximalismo de Gonzalo Puente Ojea que arrancó aplausos en la sesión. Carrillo defiende la negociación con Adolfo Suárez, menos anticomunista que algunas celebridades socialistas. Se trataba de ahondar la brecha abierta entre los reformistas y los ultras del franquismo negociando algunas renuncias en aras de navegar en la vía modernizadora de la Monarquía. Carrillo parece reconocer, luego, algo desilusionado, que la izquierda tendría menos papel político del que imaginó. La mojigatería represiva del periodo franquista –Javier Pradera y Pilar Miró la ilustran en la represión de la edición de Antonio Machado y en un proceso de separación, respectivamente, que reconoce “casadas”, “viudas” y “monjas”, pero no “separadas”- alentaba a los antifranquistas a ceder y abrirse políticamente. Pero Gonzalo Puente Ojea insiste en la falta de cambio político real en las instituciones y la administración de la transición, así como en la ausencia de reposición histórica de los republicanos frente a la humillación política, económica y religiosa sufrida. Un argumento en el que coinciden el político y sindicalista Nicolás Sartorius y una representación de la fiscalía y la magistratura en las personas de José Antonio Martín Pallín, Ramón Sáez y Carlos Jiménez Villarejo.

Pero por qué en una inmensa sala del antiguo cine Doré, pese al gran interés del filme, sólo un diez por ciento escaso no rebasaba los cincuenta años. Pareciera que el documental, injustamente, quedó encerrado entre sus protagonistas. Sin embargo, no hay ninguna complacencia de esta generación de los cincuenta y seis ni con lo ocurrido ni con lo que pasa hoy en España. Puede coincidir con los más jóvenes en el anhelo de cambio político profundo. Me malicio, más bien, que buena parte de la izquierda juvenil vive de espaldas a los orígenes políticos inmediatos de la situación actual. No porque no se identifique con esta izquierda republicana y crítica de la generación derrotada, despojada de las posiciones de poder ocupadas por los victoriosos de la guerra. Sino porque los jóvenes de izquierdas poseen una mirada vertiginosa hacia el futuro. La necesidad de los cambios políticos es urgida, con razón, por jóvenes con los peores índices de paro de nuestro país. Se trata de toda una generación perdida, y presta a participar. Una generación que puede hacer buena la opinión de Jefferson cuando aconsejaba una reforma constitucional cada diez y nueve años. Pero conviene conocer nuestro pasado y las circunstancias del pacto constitucional que dio lugar a nuestra Constitución para no caer en el adanismo. La historia es maestra de la vida y convendría aunar esfuerzos generacionales en un cambio real en el sistema de partidos. Es difícil suponer novedad genuina en las propuestas que los jóvenes de izquierdas plantean con razón frecuentemente. Muchas de las propuestas alternativas de Partido X tienen unos precedentes ignorados si no se conoce el pasado de la política. Hay que conocer bien el pasado político para alumbrar algún futuro nuevo. No hay mejor experiencia de los sujetos constituyentes y sus límites imponderables que nuestra propia Transición.

¿Cómo puede apuntarse la apertura de un proceso constituyente, hoy, ajeno a los partidos actuales? Nuestra Constitución es un texto rígido. Requiere unas mayorías amplias –“cualificadas”- y un procedimiento especial –Asamblea constituyente-. Así que van a ser necesarios una serie de cambios previos en la Ley de partidos, en la Ley Electoral y un ejercicio muy crítico y meditado del voto para abrir el arco partidista de representantes. Las iniciativas populares deben conjuntarse con una renovación profunda de los partidos. Las movilizaciones sociales están presionando la agenda política de partidos muy poco porosos a las reivindicaciones sociales. Si cambian los partidos, serán más capaces de acuerdos sociales en interés general.

Una joven mexicana interpelaba a un filósofo con desafío, la semana pasada, si no es hora ya de cambiar el sistema actual como un calcetín porque ya no sirve para nada. Fernando Savater advertía de que la reparación o sustitución de nuestro sistema político no es como la de un barco que pueda ser llevado a puerto, para que desciendan los pasajeros y sea reparado en el astillero. Estaba convencido de que el boquete que el barco lleva en la proa pide hábiles mecánicos. Pero el problema es que tenemos que achicar el agua del barco sin poder bajarnos de la nave y sin que aflojen las tempestades y amainen las corrientes marinas. Y en esa operación de emergencia, en que nos encontramos todos, no se salva ninguna generación si no braceamos, jóvenes, maduros y mayores, en alguna dirección más potable.

7 Comments
  1. Enrique says

    Hay que volver a Marx: la lucha de clases y la movilización constante compañeros

  2. Fernando says

    ¡Ah si los jueces y los fiscales se parecieran mayoritariamente un poco a los de la película !

  3. maria jesus diaz veiga says

    Muy interesantes reflexiones sobre «el olvido de nuestra historia reciente». Si nos olvidamos de ella, malamente podremos construir el futuro.

  4. Francisco says

    El problema del barco es que no hay brazos suficientes para achicar agua, el agujero es cada vez más grandes, algunos ya se han montado en el bote salvavidas y otros hace mucho que se fueron para Suiza…

  5. Gramático says

    A las nuevas generaciones no les interesa especialmente el proceso de la transición democrática en España. No parecen apreciar la titánica lucha que supuso instaurar las libertades y derechos que los jóvenes se han encontrado vigentes. El enjundioso documental del cineasta Julio Diamante, recia figura de la lucha por la restauración democrática en los años cincuenta del sigol pasado, sólo interesa a un porcentaje mínimo de menores de cincuenta años. La transición-puede desprenderse de aquel documental-, no se hizo a fondo. Se cerró con un déficit democrático. ¿Será ese déficit el que ahora, en el fondo, empuja a los jóvenes a la calle, aparte de la crisis económica? Desde luego, en una parte de los manifestantes este motivo está muy claro. Son ciudadanos-muchos-que peinan canas, que tienen su sustento cubierto, que conocieron el torvo franquismo. Son los que sí asistieron a la proyección de la película de Julio Diamante.

  6. Gustavo says

    Desde luego, esta claro: todos vamos a tener que bracear, remar, bogar, pero ¿donde está el visionario que vislumbre esa «direccion mas potable»?
    ¿Dónde están las elites griegas clásicas?

    Quiero decir que, a mi juicio, el problema es de dirigentes, cabezas, guias, en definitiva, timoneles que conozcan el mar y asuman la responsabilidad de navegar en un barco con una vía de agua (o sin ella).

    Pero, ¡ojo! cuidado con los «salvapatrias» y con el amotinamiento de la marinería.

    ¡Vamos a tener que atarnos muy bien los machos!, pero nos creo capaces.

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