Julián Sauquillo
Dentro de la recuperación de la memoria histórica, no debemos olvidar la penalización padecida por las mujeres bajo el franquismo. La exposición “Mujeres bajo sospecha. Memoria y sexualidad (1930-1980)” dirigida por la profesora Raquel Osborne y con María Rosón como comisaria, está teniendo el eco social merecido dentro de las actividades del Ateneo de Madrid*. La muestra da cuenta tanto de las formas más rudas del universo carcelario como de los instrumentos mentales de moldeamiento femenino a que fueron sometidas las mujeres de esa época bajo la dictadura. Pero también expone las sutiles y organizadas formas de rebeldía con que mujeres de diversas extracciones sociales fueron protagonizando una consciente rebelión. Objetos (de los cilicios y los escapularios a las muñecas), publicaciones (de las normas de urbanidad de la perfecta casada a Vindicación feminista), vestimentas (del uniforme completo de una escolar del Sagrado Corazón, con liguero y pololos, al corpiño, inicialmente considerado ropa interior hasta que salió afuera como indumentaria externa), fotografías (de las imágenes de las presidiarias y las condenadas a muerte a los carteles de las primeras películas rupturistas) y videos (con muestras de la “apertura” y declaraciones de las pioneras) configuran un testimonio excelente sobre la condena política de la sexualidad femenina.
También se exponen las formas abiertas y encubiertas mediante las que las mujeres transgredían las normas sociales que les imponían ser un icono sexual decorativo. Maruja Mallo y Concha Méndez se paseaban por la Castellana practicando el “sinsombrerismo” –posiblemente importado por Margarita Nelken desde Inglaterra- cuando llevar el cabello al descubierto era sospechoso. En vez de calarse ellas sus respectivos sombreros, llevaban sendos globos de aire con un sombrero en cada uno. Si llegaba alguien a quien se debía saludar, descubrían los sombreros de los globos. Y otras mujeres batallaban por el pelo corto y el pantalón como signo de modernidad. La exposición da cuenta de las reuniones de mujeres como “libreras” que se comienzan a organizar en campamentos, baños orientales, cabarets para trasgredir las normas que imposibilitan tener cualquier contacto sexual entre ellas. A veces se ganaba la batalla con apariencia de parejas con otros hombres homosexuales y se defendían con “códigos secretos”. Algunas de las declaraciones de las pioneras del lesbianismo, recogidas en esta exposición, tienen el mayor desenfado y cariño entre mujeres. Así cuando las “libreras” se refieren a “tebeos” como las mujeres muy jóvenes que han logrado franquear con las mayores las prohibiciones a cualquier contacto físico. O cuando aparecen testimonios de mujeres torero o espectadoras que rompieron toda inhibición en el mundo de las bailarinas o de la tauromaquia. Trasgredir requería, a veces, travestirse como hizo Eloisa por “Mario” para poder casarse por la Iglesia con Marcela en La Coruña en 1901. Fueron felices hasta que resultaron descubiertas, tres meses después, y las autoridades oficiales y la prensa se ensañaron con ellas, viéndose obligadas a perderse, sin dejar rastro, en Argentina. Ni la muy anticipada Emilia Pardo Bazán reconocía poder imaginar una novela mejor.
La porosa personalidad represiva del Caudillo se extendía a través de su aparato represor desde los cursos carcelarios de cocina bien condimentada y las demostraciones físicas de mujeres deportistas hasta la diferenciación social que conllevaba tener en casa a la muñequita Pérez (“y qué me dices de Mariquita Pérez/ que la compran de seiscientas pesetas/ habiendo tanta niña sin muñeca”, escribió Gloria Fuertes con justicia en 1954). El franquismo configuraba un espacio público reprimido del que microespacios de libertad, como el pub Daniel´s a partir de los años setenta, irán planteando una sistemática y muy ardua subversión. Las escritoras salieron desigualmente paradas bajo la represión: algunas combatieron clandestinamente, otras se vieron obligadas a soportar trabajos editoriales convencionales meramente alimenticios. Quedaron en la memoria colectiva personajes como Celia, de la “novela de aprendizaje” del mismo nombre más leída desde la Segunda República, imaginado por Encarnación Aragoneses Urquijo (“Elena Fortún”). La rebeldía fue subterránea hasta que la liberación sexual se sacudió la losa franquista. En 1991, Cristina Peri Rossi declaraba: “El Daniel´s es uno de los locales de ambiente más antiguo de Barcelona, y uno de los pocos para mujeres solas. Para mujeres que aman a mujeres… A medida que las mujeres conseguían desprenderse de sus compromisos afluían al Daniel´s como a un territorio liberado: liberado de las formas sociales ortodoxas, de las obligaciones familiares, de los vínculos convencionales, sin fantasía ni pasión. Me pareció notar que una vez llegadas al Daniel´s esas mujeres lanzaban un “¡ah!” de alivio y satisfacción”. Pero antes de la llegada a esta meta de liberación radical del corsé masculinista, las españolas han sido tanto icono de heroínas republicanas como sacrificadas presas de los presidios más duros (En el Infierno. Ser mujer en las cárceles de España (1977) de Lidia Falcón).
Esta exposición es muy concurrida, en estos primeros días de transcurso, en el, tan amenazado por la crisis, Ateneo de Madrid. Muestra cómo la dictadura instauró un “sexo rey” –en expresión de Michel Foucault- a cuya pleitesía se tuvieron que rendir los diferentes. Lesbianas y homosexuales encabezaron, sin embargo, la lucha contra la normalización emprendida por la Sección Femenina, a la cabeza de la militarización familiar de toda la sociedad. Mientras Europa vivía la vida cotidiana entre el desenfado y la liberación del sexo, los españoles éramos reprendidos por la Policía Nacional por cualquier demostración de cariño en plena luz pública. Ya en el año 1974, fui llamado al orden por la policía uniformada, en plena tarde de otoño, en la tristemente famosa por sus mítines Plaza de Oriente, por ser acariciado por una amiga con su brazo por encima de mi hombro. Todavía era un adolescente. Imagínense qué podría sufrir quienes no se atuvieran a la cínica doble moral, practicada en el franquismo, y desearan probar, veinte años antes, el dulce cuerpo desnudo de la compañera.
Choca que el Ateneo dé cabida a una exposición tan concurrida como ésta, que vi este sábado, y pueda cerrarse su sede en un futuro próximo por su deuda y difícil viabilidad Vengan exposiciones tan necesarias como ésta en el Ateneo del siglo XXI
Animo a ver la interesante exposición del Ateneo de Madrid sobre la mujer y el franquismo en la que se ve la delicadeza y buen hacer de sus organizadoras Felicidades a Raquel Osborne y a María Roson. El resultado es estupendo Felicidades también al profesor Sauquillo por su buena pluma en la reseña
La exposición sigue en casa de los asistentes si continúan leyendo, una vez visto lo expuesto, «Mujeres bajo sospecha. Memoria y sexualdad (1930-1980)», una publicación colectiva, dirigida por Raquel Osborne, que se vende en la sala del Ateneo. Libro muy aconsejable de la editorial Fundamentos (2ª ed. 2012). Su lectura me ha atrapado este fin de semana. Atención a un DVD que se vende también allí mismo sobre el tema
Alude Julián Sauquillo a la existencia de «microespacios de libertad» para combatir la represión sexual durante el franquismo. Así, el pub El Daniel’s en Barcelona. En Madrid el cine Carretas era muy concurrido por gays, mientras que en el cine X encontraban refugio las parejas «hétero». Sexo bajo techo, pero no hay que pasar por alto los espacios abiertos, clásicos, naturales; las playas desiertas, las afueras de las poblaciones, las umbrías de los parques y, respecto a la hora propicia, el atardecer y sus protectoras sombras.