Isaac Rosa *
Todos hemos visto ya esa película, muchas veces. Es un giro clásico del cine de terror: los protagonistas se atrincheran en el interior de una casa, una nave espacial o una base científica; atrancan las puertas, tabican las ventanas, ponen cámaras y sensores, organizan turnos de guardia, se preparan para resistir el ataque. Hasta que se dan cuenta de que en realidad el monstruo, el psicópata, el alien, está ya dentro, se mueve por los pasillos y por los conductos del aire, acecha en las sombras, y los devorará uno a uno.
Una película parecida estamos viendo desde hace meses en torno al Congreso de los Diputados. Las autoridades han decidido atrincherarse, atrancar las puertas, tabicar las ventanas, organizar turnos de guardia, preparados para resistir el ataque con todo tipo de medidas: un perímetro de vallas y policías que desde hace tres meses te impiden pasar por las calles laterales si llevas una camiseta en defensa de la educación pública (como me pasó a mí hace unos días). Persecución de ciudadanos que intentan desplegar una pancarta en una manifestación (y que acaban detenidos e imputados a lo grande por una Audiencia Nacional que parece no encontrar ocupación sin ETA). Acoso a ciudadanos reunidos pacíficamente en un parque. Identificaciones arbitrarias, vigilancia de las redes sociales, anuncio de medidas preventivas por parte de una de las delegadas del Gobierno más guerreras que han pasado por Madrid.
Sumen a ello las propuestas de endurecimiento del Código Penal para castigar la resistencia pasiva o las convocatorias por Internet; y la costumbre cada vez más extendida de multar a los participantes en cualquier acción que se salga del formato “manifestación autorizada y que se disuelve a la hora prevista”, por pacífica que sea, desde la convicción de que resulta más disuasoria una sanción de varios cientos de euros que un porrazo; que en estos tiempos duele más el bolsillo que la cabeza.
Es así como las autoridades han decidido atrincherarse en la democracia, defenderla del monstruo, a la manera de aquellas películas tópicas de terror, cuando en realidad el monstruo está ya dentro, campa a sus anchas por los pasillos del Parlamento y los salones del poder, y puede acabar zampándose la democracia mientras esta aparenta defenderse de sus enemigos. O si prefieren otra imagen que muchos tenemos en mente estos días: mientras esperan la llegada de los bárbaros, los auténticos bárbaros hace tiempo que acamparon en los jardines de Moncloa y en los pasillos del Congreso.
El 25-S no da miedo, somos muchos los que no sentimos inquietud por la convocatoria a rodear el Congreso, y acudiremos el martes. Lo que nos da miedo es la histeria, la sobreactuación, la manipulación y la represión con que las autoridades han respondido a una convocatoria que se declara pacífica, que no alterará el funcionamiento del Congreso (ya bastante alterado por un Gobierno que bate el récord de decretos leyes y evita el debate legislativo), que discurrirá por calles que la propia Delegación del Gobierno ha reconocido que son manifestables, y que cuenta con el apoyo de miles de personas y de numerosos colectivos de larga tradición pacífica y democrática.
Mientras 1.300 policías blindan la llamada “sede de la soberanía popular” para mantenerla a salvo de ese mismo pueblo presuntamente soberano, de vallas adentro la democracia española muestra preocupantes signos de descomposición, y cuesta encontrar una institución que no esté a estas alturas afectada por la carcoma.
La economía se hunde, el empleo no volverá a ser igual, el Estado de Bienestar se tambalea. ¿Y la democracia? Apremiados por las urgencias económicas y sociales prestamos menos atención a esa otra crisis, esa otra recesión, ese otro túnel donde cada vez hay menos luz al fondo: la democracia.
Una democracia que, como la economía, el empleo o el Estado de Bienestar, también era imperfecta, también arrastraba déficits y atrasos históricos, también estaba a la cola de Europa en muchos indicadores. Pero como ocurre en economía, empleo o derechos sociales, también en democracia todo lo avanzado en las últimas décadas –por insuficiente que sea– está hoy en peligro.
Tal vez el desguace de la democracia no nos duela tanto en este momento como otros recortes, no la notaremos en el bolsillo a final de mes, ni al acudir al ambulatorio o al colegio. Pero el daño puede acabar siendo más grave.
Los histéricos, los sobreactuados, quizás canten victoria el día 26, y anuncien que la democracia está a salvo. Después, volverán a su rutina “democrática”, a seguir con las contrarreformas y recortes, camino del esperado rescate, cuyas consecuencias sociales tal vez aconsejen hacer permanente el blindaje del Congreso: un muro.
Excelente descripción de un escenario que va más allá del 25-S.
Un abrazo.
Bonita metáfora, pero no estamos para literatura sino para discusiones abiertas y argumentadas. No está el horno para emociones sino para el debate racional. Protestas, sí, claro. proclamas, no; ya hemos padecido bastante de eso.
Coincidencia: http://www.eldiario.es/zonacritica/rodeados-25s_6_51504853.html