Francisco Serra
Hace unos días, un profesor de Derecho Constitucional fue a buscar a su hija a la salida del colegio y la encontró llorando, desconsolada. “¿Qué ha pasado?”, preguntó el profesor, temiendo que se hubiera lastimado en alguna caída o en una riña con alguno de sus compañeros de clase. “Me han despedido”, contestó la niña, entre sollozos. Su padre, perplejo, pensó que habría cometido alguna falta en clase por la que la hubieran expulsado, pero, al intentar calmarla, la pequeña, inconsolable, prosiguió: “Han sido los otros niños. Estábamos jugando a alumnos y profesores y a mí me ha tocado hacer de interina. La niña que hacía de directora me ha echado por los recortes”.
El profesor ya sabía que los niños de hoy imitan en el recreo los papeles que se desempeñan en la escuela y él mismo había sido, jugando con su hija en las largas tardes de invierno mientras esperaban la hora del baño, estudiante (no muy aplicado), maestro y profesor nativo de inglés, pero nunca hasta entonces había sido consciente de que la angustiosa situación de la enseñanza pública llegara a advertirse de esa manera en los ratos de esparcimiento de los chavales.
“Los niños siempre son crueles. La compasión es algo que se adquiere y que mejora con el cultivo de la razón”, afirmó el doctor Johnson, según la biografía de Boswell. En las épocas de guerra o en los años siguientes a ellas, como bien muestran las novelas de Marsé o las bellas pero tortuosas películas de Villaronga, los muchachos revivían, con aparente inocencia, las escenas que habían visto en sus pueblos, en sus familias, en sus propias casas. En estos tiempos de “crisis”, los críos en sus juegos reflejan la naturaleza del nada “compasivo” capitalismo actual, la frívola eliminación de puestos de trabajo en la “infantilizada” sociedad del presente.
Despiden a una niña y en esa afirmación sorprendente solo en la superficie podemos descubrir toda la patología de nuestro mundo. Pegan a un niño, escribió el doctor Freud y en ese lema se plasmaba la sórdida moral burguesa de la Viena de su época. Del mismo modo que el psicoanálisis identificó en los “hermosos” años del castigo (por utilizar el título de una conocida narración) el origen de las desviaciones sexuales de su tiempo, una ciencia futura apreciará en la nueva forma de establecer las relaciones laborales los síntomas mórbidos de la enfermedad moral que empieza a devorarnos.
Unas horas después, el profesor iba a la presentación del último libro de su amigo Antonio Baylos y se le hizo tarde. El autobús tuvo que dar la vuelta en la Plaza de Cibeles y el profesor debió cambiar su itinerario, porque había una concentración camino de la Puerta del Sol. Hace unos años, Eugenio D’Ors decía que en Madrid a las siete de la tarde o das una conferencia o te la dan; en el menos culto pero más conflictivo Madrid actual, a esa hora, o estás en una manifestación o te encuentras con una. De forma parecida, en la última obra de Márkaris, el gran autor de la novela policiaca griega y el que mejor ha sabido expresar la desazón de este momento histórico, el protagonista, el comisario Jaritos, tiene que ir eludiendo las continuas protestas de diferentes colectivos de empleados que cortan el tráfico de Atenas.
Cuando por fin el profesor llegó al acto, estaba acabando de hablar Almudena Grandes y a punto de intervenir Toxo, demandando un “nuevo contrato social”, sin dejar de referirse a que ese mismo día se había aprobado, sin apenas debate, una reforma laboral que no tenía nada de acuerdo entre empresarios y trabajadores, que no nacía del “pacto”, sino de la imposición y presagiaba un conflicto permanente. A continuación, Antonio Baylos remarcó el “estado de sitio” a que se habían visto reducidos los sindicatos en los últimos tiempos y la forma en que se podía hacer frente a la situación. Al fin y al cabo, el título del libro era Para qué sirve un sindicato y nunca como hoy han sido tan necesarios.
Muchos deben pensar igual, porque los ejemplares que había llevado la editorial se agotaron y el profesor se quedó sin poder hojearlo en el camino a casa, mientras meditaba en que tal vez al llegar o al día siguiente su hija quisiera jugar a médicos y pacientes y al ir a auscultarle le dijera que la habían echado de su puesto de trabajo y ya no podía atenderle.
Los niños juegan a hacer recortes
Y a las niñas les da por despedir
Pongamos que hablo…
Hay que poner un corta fuegos para la infancia. Permitámosles vivir felices, profesor
Pero cómo no van a jugar a que están en el INEM si 1 de cada 4 niños están bajo los niveles de pobreza. ¡¡Qué verguenza!!
Y el Financial Times añadiendo más leña al fuego. Los anglos quieren acabar con la felicidad de los PIGS. Si se es feliz, no se puede ser rico ni parecerlo, parece ser la consigna, muy luterana, por cierto.
Nos están friendo con la austeridad. Los países ricos tienen dinero pero no saben vivir (ingleses, alemanes, americanos, japoneses…). Me causa dolor este maltrato a los niños
¡Albricias! Descubro esta joya a cuatro en forma de blog! Lo pondré bajo la advocación de los blogs preferidos en el que cuido por indicación del profesor Baylos y que lleva su nombre «SEgún Baylos»