Pedro Costa Morata *
El espectáculo aquel no debe olvidarse, que fue de aúpa y sin precedentes. Aquellos tres personajes, los ministros de Exteriores y el de Industria más el secretario de Estado de Comercio, comparecieron para condenar y advertir al Gobierno argentino que la expropiación de YPF en Repsol tendría consecuencias: están ustedes tocándonos en las esencias patrias, venían a decir con ojos centelleantes y gesto airado, y no nos vengan con que su decisión es puro ejercicio de soberanía: lo nuestro sí que es soberanía, defendiendo a una multinacional de bandera.
Con el dedo índice amenazador, el ministro de Exteriores, García-Margallo –en el que la vocación comercial supera en mucho a las esperadas cualidades diplomáticas– parecía estar sufriendo una afrenta personal: ¡hacerle eso a él, cuyo nombramiento fue saludado en el entorno del PP como clave para “restaurar la presencia de España en el mundo” (El Mundo, 8-01-2012). Le faltaba a España, hundida en la recesión y el túnel, esa aberrante explosión de nacionalismo arcaico, ese ejercicio grotesco de neocolonialismo, ese berrinche de ricos en ruina. Con la amenaza se anunciaba una queja ante la Unión Europea, aparente protectora de nuestros intereses (cuando es, más bien, villana de nuestras penas).
En procesión tras el expolio han desfilado políticos, empresarios, corresponsales, comentaristas y editoriales: toque de rebato tras lo español, loa a la mirífica acción de nuestras empresas en el exterior (de entre las que Repsol aparecía como ejemplar entre las ejemplares), alarma neoliberal ante la inseguridad jurídica y el precedente autoritario… Y hasta la opinión pública vibró de indignación por el atropello si atendemos a lo que aseguró el Instituto Elcano, buque insignia del pensamiento ultra exterior, cuya encuesta arrojaba un 80 por ciento de españoles con Repsol y contra Argentina.
Pero dejando aparte el patetismo representado por el Trío de Repsol, que ha liderado García Margallo, ese ministro impetuoso que se estrenó con el terrorífico “la broma de Gibraltar se ha terminado”, que sin duda hizo temblar al Gobierno británico y lanzarse al mar a los llanitos, aquí nos interesa aludir al asunto sustantivo de las trapacerías de Repsol en América Latina, de las que nuestro intrépido trío salía fiador con su caluroso apoyo, y al amplio coro de debeladores de ese gesto argentino de soberanía. Porque, en primer lugar, no es posible pensar que ninguno de esos personajes ignore el estilo y la experiencia en el modo de actuar de Repsol, por otra parte muy semejante al de la gran mayoría de empresas que acuden a ese continente prometedor llevadas por el ansia del beneficio fácil y rápido, por el atractivo de los gobiernos corruptos e incompetentes y por el alivio y las garantías de impunidad: es decir, por el fácil saqueo.
¿No conocían las actividades de Repsol, por ejemplo, en Colombia, donde se acusa a la empresa de numerosas actividades más que sonrojantes, tanto en lo político-militar como en lo ambiental y en lo social en general? Los detalles, con un amplio espectro de crímenes contra las personas y el medio ambiente, se encuentran en los informes de instituciones de vigilancia y denuncia de los derechos humanos en el continente, absolutamente fiables, pero remitimos en especial al papel de Repsol en el departamento colombiano de Arauca, donde la encontramos en estrecha alianza con los poderes públicos y el ejército, que no han dudado en imponer el desplazamiento forzoso de las poblaciones indígenas según conveniencia de la empresa. No ha de extrañar que el presidente colombiano Santos, en relación con el asunto Repsol-YPF, declarara que “en Colombia no se expolia a nadie”, exhibiéndose como liberal homologable y pretendiendo, se supone, que ignoremos la pavorosa continuidad democrática del régimen colombiano (en cuyo haber histórico ha de incluirse la aniquilación física de miles de políticos de izquierda en las décadas de 1980 y 90).
El diario El País ha encabezado la gran manifestación patriótica de reivindicación de Repsol y de condena de Argentina como aviesa perturbadora del orden jurídico internacional. Desmelenado, este diario ha pedido medidas más duras que las iniciadas (¡suspender importaciones de biodiésel, lo que ya tenía en cartera el Gobierno socialista: ¡vaya medidas!) y ha derrochado talentos y páginas en su reacción liberal pro Repsol. El País ha representado a la perfección el papel que le corresponde como buque insignia de un imperio mediático con ambiciones indisimuladas en América Latina, lo que lleva al grupo Prisa a cada vez más frecuentes y delicadas ingerencias en política. Mueven a Prisa intereses empresariales en general y mediáticos en particular, así como los beneficios indirectos de hacer de portavoz de los intereses de las multinacionales españolas en América Latina. La expropiación ha tenido lugar en plena producción y edición de sustanciosos suplementos e informes económicos sobre el continente prometedor, que al parecer espera con los brazos abiertos a todos los inversores del mundo, y muy especialmente los españoles, para ser redimido y puesto al día en cuanto a desarrollo económico y social: que ya era hora. Y en este despliegue de propaganda comercial dos son los países en los que Prisa fija sus más apremiantes intereses: Colombia en primer lugar, con los estrechos lazos que viene tejiendo con el presidente Santos, y el Perú de Humala, donde también este grupo parece apostar fuerte (claro que con gusto cambiaría estos dos países por Cuba, si ésta se dejara…).
No tienen desperdicio las opiniones e invectivas vertidas en estos días por sus más significativos comentaristas, sin dejar de lado a Vargas Llosa, cuya filípica anti Kirchner (“La guerra perdida”) resume su ideología consolidada, criolla y neoliberal, ignorante voluntaria de la más dura y visible realidad latinoamericana (que es, por cierto, producto criollo y liberal).
En efecto, con El País y en sus páginas, el espectáculo necesitaba al escritor Vargas Llosa, que no pierde ripio en proclamar su ideario ultraliberal y empecinado, y como se preveía no ha tardado nada en ver la mano del comandante Chávez tras la “histeria” de doña Cristina. Con una prosa indescriptible, simplemente panfletaria, modelo de texto para escuela de lacayos de multinacionales al asalto, abordó la prestigiosa pluma su particular –y nada literaria– interpretación del gesto argentino, con la habitual exposición de su ideario criollo (profunda e irremediablemente racista, como demostró en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura), realzado para la ocasión con una proclama neoliberal a tono con el momento y el espacio latinoamericano, cuya estrambótica visión hace tiempo que dejó de sorprendernos.
Un espectáculo este, el iniciado por el Trío de Repsol, en el que no ha faltado de nada, como vemos: desde la exhibición ridícula de prepotentes venidos a menos hasta el canto de un juglar con prosa envilecida, pasando por el desfile vociferante de agentes y corifeos, todos ellos dispuestos a aportar su granito de arena a la ideología o la práctica del saqueo de América.