La «Restaurada» Nación española y el culto a la muerte

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Francisco Serra

Mausoleo de José Canalejas, del escultor Mariano Benlliure, en el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid. / Wikipedia

Un profesor de Derecho Constitucional asistió a un acto conmemorativo del bicentenario de la Constitución de Cádiz y se sorprendió al saber, por la intervención de uno de los oradores, que los restos mortales de Agustín de Argüelles y otros célebres políticos del siglo XIX y comienzos del XX se encontraban reposando en el Panteón de Hombres Ilustres, en las proximidades de la basílica de Nuestra Señora de Atocha. El profesor, que había visitado el Panteón de París y recitado, en voz baja, una oración laica ante los catafalcos de Voltaire, Rousseau, Víctor Hugo, Zola, Jean Jaurés y demás “grandes hombres” de la patria francesa, no recordaba haber acudido, ni siquiera de niño, a ese monumento madrileño.

Deseoso de conocer más detalles sobre el edificio, consultó en internet diferentes sitios, en los que se informaba de las vicisitudes por las que había atravesado la historia del Panteón actual, construido a finales del siglo XIX para honrar a los españoles más ilustres, en sustitución de otro que había existido, por poco tiempo, en la basílica de San Francisco el Grande. En el primero habían encontrado acomodo los restos de Garcilaso de la Vega, Alonso de Ercilla, Gonzalo Fernández de Córdoba, Quevedo, Calderón de la Barca, entre otros… aunque, años después, fueron devueltos a sus lugares de origen y se abandonó por el momento la idea de crear un panteón nacional.

Durante la regencia de María Cristina, viuda de Alfonso XII, se había “resucitado” la idea de construir uno nuevo y tras múltiples peripecias fueron trasladados a él los restos de Palafox, Castaños, Prim y Ríos Rosas. En años posteriores habían recibido sepultura en el nuevo emplazamiento los de los políticos Martínez de la Rosa, Muñoz-Torrero, Salustiano Olózaga, Agustín de Argüelles, Cánovas del Castillo, Sagasta, Eduardo Dato y José Canalejas, pero, según informaba Wikipedia, en la actualidad solo se encontraban en su mausoleo los de Canalejas, ya que los de los demás habían sido reclamados por diferentes ciudades.

Al profesor la historia del Panteón la pareció una buena imagen de la forja y posterior vaciamiento de la “Nación” española. A semejanza de lo que había sucedido en Francia, donde el monumento funerario a los hombres ilustres se había concluido durante la época revolucionaria (y el profesor recordaba haber leído en un libro sobre Rousseau la descripción de la multitudinaria procesión laica con la que se festejó el traslado de sus restos), en nuestro país se había proyectado la construcción de los mausoleos como una forma de reforzar la identidad nacional. La edificación de monumentos a los caídos y en recuerdo de los hombres ilustres se ha considerado desde antiguo por los historiadores un medio para reafirmar los sentimientos patrióticos. El debilitamiento de esa identidad habría llevado a que los diferentes lugares en los que habían nacido esos prohombres ahora reclamaran sus restos para reforzar su propia identidad particular. En tiempos ya decía Cánovas del Castillo que “es español el que no puede ser otra cosa” y al final solo el pobre Canalejas (que era de Ferrol) habría permanecido en su túmulo, al no haber sido reclamado por nadie.

En la red, pese a todo, se realzaba la belleza de los monumentos funerarios, obra de Mariano Benlliure y otros célebres escultores. Pasear entre los grandilocuentes mausoleos, en su mayoría vacíos, podía ser una forma de representar la frágil identidad nacional, casi desprovista de sentido ante las fuerzas centrífugas que reclamaban todas las energías para las diferentes localidades y regiones donde habían nacido los españoles más ilustres.

Esta podría haber sido una buena historia, reflejo de la evolución de la idea de España a lo largo de los siglos XIX y XX, de los intentos de “construir” una identidad nacional con su correspondiente Panteón de Hombres Ilustres y como esa “comunidad imaginada” que es nuestro país  (todas las naciones lo son, al fin y al cabo) había sido desplazada por las “comunidades autónomas”, que la dejaban convertida en una carcasa vacía en su propia proceso de “invención de la tradición”, de formación de su propia identidad… Pero, al parecer, es falsa. El profesor, que recordaba de niño haber acudido con su madre a visitar las iglesias en Semana Santa, se acercó, por esas fechas, al Panteón de Hombres Ilustres y se encontró con un afable vigilante que le informó de que solo se podían visitar los sepulcros de Canalejas y del Marqués del Duero, pues los demás monumentos y los jardines estaban “en restauración”.

Mientras el profesor permanecía, mudo, ante el recargado y nada conmovedor grupo escultórico que guardaba los restos del político liberal, el guardián le aseguró que lo que aparecía en internet era falso y todos los monumentos, también los que ahora no podían “admirarse” por estar “en restauración”, contenían los restos de los famosos políticos e incluso algunos familiares, como los de Eduardo Dato, acudían todos los años a rendirles homenaje

El profesor, al salir del recinto, dejando que sus pasos lo llevaran por el Paseo de Reina Cristina, comprendió que la historia del Panteón, en último extremo, sí que era como la historia de España, que parecía encaminarse a una nueva “Restauración”, no de la Monarquía  (ya había sido “reinstaurada” años antes, según decían los políticos de la transición), sino de los rancios “valores patrios”: los políticos del Partido Popular pretendían  eliminar hasta los últimos vestigios de la gloriosa expansión de los derechos civiles que había tenido lugar en la, por otra parte inquietante, época de Zapatero y ya de paso los siempre frágiles derechos sociales que aún pervivían.

Esta nueva restauración, la Neo-Restauración podríamos llamarla (aunque hasta ahora esta sea una expresión empleada tan solo en hostelería para referirse a los establecimientos que permiten, en horario flexible, consumir productos a cualquier hora del día), combinaría el retorno a los valores tradicionales, propios del neo-conservadurismo, con una agresiva política económica desregularizadora y flexibilizadora, propia del neo-liberalismo. Tal vez lo mejor sería, concluyó el profesor, mientras se alejaba, cerrar el Panteón y echar “siete llaves”, como diría un regeneracionista, a todos los sepulcros de los hombres ilustres, desde el Cid hasta el presente, porque la identidad nacional no se consolida con monumentos ni con hombres ilustres, sino día a día, defendiendo la Constitución (incluso de sus apologetas).

4 Comments
  1. Pilar says

    ¿Por qué no hay mujeres en los Panteones de Hombres Ilustres? Por que son de Hombres, ¿verdad? ¡¡Qué machismo!! Menos mal que está la señora Curie como excepción francesa que confirma la regla en el Panteón de París. Ya estoy cabreada esta mañana.

  2. Indalecio y Encarna says

    Aprovechamos para clamar más atención y medios para el cuidado del Cementerio Civil de Madrid, muy descuidado (porque no entierran allí a obispos).

  3. Don Incómodo says

    ¿No cree usted que los centros laicos de sepultura son tan religiosos como la cripta de La Almudena? ¡¡Por lo menos!!

  4. Solidamente says

    «gloriosa expansión de los derechos civiles que había tenido lugar en la, por otra parte inquietante, época de Zapatero » ¿Esto es irónico? Porque, como derecho efectivo, sólo recuerdo ahora la potestad de casarse personas del mismo sexo y poco más. Si alguien puede ayudar a recordar, se agradece (y esto no es ironía ni sarcasmo ninguno).

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