La encrucijada del socialismo catalán

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Antonio García Santesmases *

El próximo fin de semana los socialistas catalanes están convocados a un congreso  en el que están abocados a elegir una nueva dirección y a reconstruir  su proyecto político.  En sólo un año han perdido el poder autonómico, el poder municipal, y  han dejado de ser el primer partido en unas elecciones generales. Todo esto provoca que estemos ante el final de un ciclo político y de las peripecias de toda una generación.

Hagamos un poco de historia para comprender los rasgos del mundo que ahora termina.  El socialismo catalán fue la gran sorpresa de los años setenta del siglo pasado si comparamos los resultados electorales obtenidos con la presencia del socialismo en Cataluña en los años treinta. Durante los años de la República tenemos una gran presencia del republicanismo de izquierdas y del anarco-sindicalismo, de nacionalistas catalanes conservadores y de comunistas antiestalinistas pero el socialismo brilla por su ausencia. De hecho uno de los motivos por los que triunfó la unificación entre socialistas y comunistas, provocando la creación del PSUC, fue por la debilidad del socialismo.

Parecía que este precedente se iba a repetir en los años setenta del pasado siglo. No fue así. Gracias a la combinación entre el voto de la inmigración (que se sentía más cercana al PSOE) y el voto de los sectores catalanistas, progresistas, federalistas, vinculados al Movimiento Socialista Catalán, se logró alcanzar un extraordinario  resultado electoral en 1977. Resultado que se repetiría en las municipales del 79 y que provocaría, a partir de 1980, una situación atípica: el PSC triunfaba en los comicios municipales y en las elecciones generales pero fracasaba en las autonómicas. El partido liderado por Jordi Pujol conseguiría el triunfo durante 23 años en las elecciones  a la Generalitat de Cataluña.

No se entiende nada de lo que ocurre en la izquierda catalana sin partir de este dato: 23 años de hegemonía del nacionalismo catalán que siete años después vuelve a  triunfar en las elecciones autonómicas y consigue hacerlo por primera vez en las municipales  de mayo del 2011 y en las generales del 20 de noviembre. El PSC pasa de tener todo el poder municipal, autonómico y estatal a no tener ningún poder.

A la hora de analizar las causas de la derrota no es sencillo identificar un único motivo ya que hay electores socialistas que han dado su apoyo a CiU, otros al PP, a Iniciativa per Catalunya y por último no faltan los  que se han refugiado en la abstención o en el voto nulo. Unos prefieren subrayar la identidad catalanista y consideran que el PSC no ha sido capaz de convencer al PSOE de la necesidad de respetar los deseos del pueblo de Cataluña. Piensan que es la hora de olvidarse de cualquier sueño federalista y de reconocer que, por doloroso que pueda ser,  en España no hay federalistas. Hay que elegir entre las dos naciones, y una  parte del electorado del PSC prefiere subrayar la identidad nacional catalán aunque sea a través de un partido que va derivando hacia el independentismo y el soberanismo. El caso de Ferran Mascarell, antiguo conseller con Maragall, y hoy conseller de Cultura con Artur Mas es bien conocido y puede simbolizar esta posición.

En segundo lugar tenemos los que reprochan al PSC no haber sido capaces de gestionar la crisis económica de una manera progresista. Son los que han pedido el voto para el antiguo secretario general de Comisiones Obreras Joan Coscubiela. Entre los apoyos que ha recibido están desde Antonio Gutiérrez, ex diputado del PSOE y antiguo secretario general de Comisiones Obreras, hasta sociólogos como Manuel Castells o Marina Subirats.

Si el PSC sólo tuviera que mirar hacia estos dos sectores, el diagnóstico sería más sencillo: unos reprochan al PSC la falta de fuerza en el socialismo español para hacer valer sus principios federalistas y otros la incapacidad para dar una respuesta progresista a la crisis económica. El problema se amplía cuando vemos que también hay electores del PSC que votan al Partido Popular porque coinciden con algunas de sus críticas a la gestión de la inmigración o a la política lingüística; para acabar de complicar las cosas, también se fugan los votos a ese mundo complejo de la abstención  donde algunos abandonan a su partido pero no encuentran ninguna oferta mejor y prefieren no participar.

Dado que las dos primeras críticas son más sencillas de digerir, los debates precongresuales  se han centrado en los dos temas: ¿es posible seguir apostando por el federalismo?; ¿es factible una salida socialdemócrata a la crisis?

El federalismo exige que haya federalistas y hay que subrayar la enorme soledad en la que se ha visto el PSC a lo largo de estos años. Los socialistas españoles parten de un imaginario que dura años y años y que remonta al relato de la generación que tomó el poder en el Congreso de Suresnes frente al exilio: aquellos jóvenes andaluces contaron con el apoyo de los socialistas vascos y asturianos y de una parte del exilio, miraron con reticencia al socialismo madrileño y pactaron, porque era una gran oportunidad electoral, con los socialistas catalanes. Pero nunca les vivieron de casa. Siempre eran otro partido hasta el punto de que hoy se plantea si es posible que una mujer catalana y socialista pueda dirigir el PSOE siendo militante del PSC.

En una cultura federal se parte de un sentimiento de fraternidad entre los pueblos y se sostiene un entendimiento de la identidad nacional donde es compatible tener sentimientos de pertenencia compartidos. Uno puede sentirse catalán, español y europeo, pueda aunar distintas identidades, puede apostar por la inclusión y no por la segregación, y todo esto lo hace porque trata de salir de la ecuación maniquea según la cual a cada Estado debe corresponder una nación homogénea y cada nación que se precie debe tener un Estado propio.

La sentencia del Tribunal constitucional ha sido nefasta para el sentimiento federalista; ésta ha perdido muchos apoyos  al volver a concepciones ontológicas de la relación entre el Estado y la nación. El PSC ha pagado en estas elecciones la irresponsabilidad del nacionalismo español más duro y excluyente, de derechas y de izquierdas, que con su rigidez ha provocado el aumento del independentismo y el soberanismo en Cataluña.

Ha sufrido también el PSC la deriva del gobierno de Zapatero desde mayo del 2010. El problema no es que haya crisis económica es que la base social de izquierdas no percibe que las políticas socialdemócratas logren evitar la erosión del modelo social europeo. La socialdemocracia ha quedado barrida de los gobiernos europeos y vuelven a florecer los nacionalismos de Estado como hemos visto en la última crisis del Euro: perteneciendo a la misma familia ideológica nunca han emergido con tal claridad las posiciones de Inglaterra, de Francia y de Alemania.

La auténtica encrucijada está, pues, no sólo en ver los votos que se fueron hacia el nacionalismo o hacia la izquierda sino en comprender que la apuesta por el federalismo, por la socialdemocracia y  por el internacionalismo exige un enorme esfuerzo intelectual e ideológico porque todas estas posiciones, por racionales que nos parezcan, tienen el  viento en contra. Hoy imperan los nacionalismos de Estado, el neoliberalismo rampante  y la globalización económico-financiera  mientras que las energías para combatir este mundo flaquean. Flaquean las energías de los que estaban acostumbrados a la complejidad y a evitar el maniqueísmo, es decir  de los que apostaban por ser a la vez catalanes y españoles; de los que querían compatibilizar la eficacia económica y la cohesión social; y de los que pensaban que Europa habría aprendido la lección y no volvería a cometer errores que provocaron la terrible crisis de los años treinta.

Estamos ante una herida muy honda. Es la herida de los que piensan  que, a pesar de sus intentos por conciliar, por compatibilizar, por compartir los sentimientos, los nacionalismos español y catalán están tan arraigados  que es difícil romper la polarización emocional. Y es la herida también de los que recuerdan que un día fue posible el Estado del bienestar y escuchan como cotidianamente se les recuerda que no podemos seguir manteniendo un modelo costoso, ineficaz e improductivo, que es un privilegio que no nos podemos permitir.

Los socialistas catalanes realizan su Congreso cuando los dos nacionalismos, el español y el catalán, están más dispuestos que nunca a colaborar en el común derribo del Estado social; los dos saben que hoy toca entenderse aunque el precio de las dos victorias  haya sido subrayar la intolerancia del nacionalismo español y la apuesta soberanista del nacionalismo catalán.

¿Podrán los federalistas españoles  revertir en el futuro esta  situación?

(*) Antonio García Santesmases es catedrático de Filosofía Política de la UNED.
4 Comments
  1. Federalismo en el PSOE?? says

    Lo del nacionalismo español es en el PSOE una lacra antifederalista, no hay más que ver a tipos como Bono cercanos a un falangismo sociológio similar a la UPy D de Rosa Díez, otra excompañera de partido de un PSE de la época del GAl.

  2. Rinconga says

    «La sentencia del Tribunal constitucional ha sido nefasta para el sentimiento federalista». No estoy de acuerdo en la premisa. Lo nefasto fue la redacción irresponsable de un Estatut inviable. La gran oportunidad de integración de Cataluña en España para el siglo XXI la frustraron quienes quisieron hacer trampas desde Cataluña y quienes no les hicieron ver desde el Gobierno Central que la Constitución no es algo que uno pueda rediseñar a su gusto; amén del PP, por supuesto. Igualmente irresponsable en su política destructiva de todo consenso posible, empeñado siempre en su visión evangélica de esa España -una grande y libre- que nunca ha existido más que en las homilías de sus obispos. Culpables todos, unos y otros y otros. De aquellos polvos, estos lodos.

  3. celine says

    Tampoco a los británicos les ilusionan las veleidades independentistas de los escoceses, nación fundadora de Gran Bretaña, por cierto. Y no creo que se les pueda aplicar el sambenito de «una, grande y libre», Rinconga. Creo que la pérdida de confianza en el PSC tiene que ver con sus coqueteos nacionalistas. Se sabe que no conviene aspirar a servir a Dios y al diablo al mismo tiempo.

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