Carlos García Valdés
El reconocido periodista y escritor, director del diario El Mundo, Pedro J. Ramírez, acaba de publicar un libro dedicado a esta trascendental efeméride que cambió el curso del mundo moderno, titulado El primer naufragio (La Esfera de los Libros, 2011). El nombre responde a lo que el autor califica como el fracaso del primer parlamento democrático por el golpe de Estado de Robespierre, Danton y Marat, si bien el texto no se detiene únicamente en este aspecto pues, lógicamente, sus 1296 páginas contienen algo más.
Vaya por delante que la materia de estudio es una de las más tratadas en la literatura científica y narrativa de los últimos siglos, adentrándose las persistentes investigaciones en el actual. Aún en la presente década excelentes textos, como el álbum de Alistair Horne (The French Revolution, Carlton, 2009), con interesantes documentos facsímiles, se difunden y se traducen a varias lenguas. Pero lo que ha hecho Pedro J. Ramírez excede a todo lo anterior. Es verdad que su indagación no contempla todo el periodo revolucionario, entendido convencional y extensamente por los estudiosos de este tiempo (así, por todos, Peter McPhee : The French Revolution, Oxford University Press, 2002) desde la toma de la Bastilla en 1789 hasta el golpe de Napoleón Bonaparte el 18 Brumario (9 de noviembre) en 1799, sino que se concreta en el ámbito temporal que finaliza en la primavera del año 1793, comienzo del terror y antes de la ejecución de la reina María Antonieta. Con inmediata anterioridad han acontecido cosas determinantes como las guerras exteriores e internas, las serias asonadas callejeras y, desde luego, la ejecución del rey Luís XVI. Pero también es cierto que su exhaustivo examen de esta acotada etapa no tiene parangón.
El libro nos ofrece, más que con detenimiento, con verdadero puntillismo, los debates de la Convención de aquél preciso momento, con material de primera mano, obtenido de cuantos archivos y bibliotecas existen en una labor de búsqueda, inversión económica y recopilación ciertamente meritoria y ejemplar. Por eso la obra es magna y posiblemente definitiva al respecto.
Esto por lo que hace al investigador. Pero Pedro J. Ramírez, además, se nos sigue revelando como el excelente narrador que siempre ha sido. En este sentido, las referencias vitales y políticas que efectúa de los grandes protagonistas del momento son modélicas. En pocas páginas nos presenta a los más destacados revolucionarios, concretamente en el primer capítulo, con unos trazos geniales, singularmente precisos y de lo más acertados, así como con una facilidad de comprensión de su andadura como yo no he visto en monografía especializada alguna y, además, sabe interpretar el futuro, deducido del sentir profundo y las actuaciones de, por ejemplo, Danton, Desmoulins y Marat.
Como ciertamente el autor se ha metido dentro de la biografía personal de cada uno y la ha interpretado como pocos, puede ratificar las palabras de Gueniffey y decirnos, con rotunda autoridad, que Robespierre miraba “hacia abajo, hacia el pueblo” y añadir, de su brillante cosecha, que era “un místico encadenado a la acción” corriendo por sus venas “solo ideología” (pág. 53), al igual que pensar como hacía Danton al intuir lo imprescindible para la historia francesa de un conductor autoritario, casi tiránico, que será un desconocido por entonces Napoleón, el “general Vendimiario” que dos años después, en octubre de 1795, salvó a la Revolución, recogiendo Pedro J. Ramírez el pensamiento de Madelin cuando manifestó que el próximo devenir de la nación estaba en las premonitorias declaraciones de aquél (págs. 241 y 242). Y precisamente, al haber ahondado en el carácter de los mismos, entendiéndolo, puede resumir con sabiduría que “cuando Robespierre dudaba, Danton actuaba” (pág. 239). El diagnóstico, en dos palabras, que Pedro J. Ramírez hace de Marat es determinante y sabio: únicamente “pide cabezas” nos dice (pág. 55), con un certero conocimiento de la inquietante, trágica y desquiciada figura que se repite a lo largo del trabajo hasta su asesinato por Carlota Corday.
Si el relato que se nos ofrece de cuanto, casi al minuto, acontece muros adentro de la asamblea legislativa, es en verdad inigualable, el cuidado que se otorga a los sucesos del mundo exterior a la Convención, no tiene idéntico relieve, aunque después, en la bibliografía, se ocupa el autor de recopilar los textos que tratan del contexto político y social (págs. 1262 y sigs.) que, sin embargo, por lo que alcanzo a ver, no lleva al cuerpo del escrito. En efecto, apenas unas buenas referencias a la quema de periódicos por los exaltados (págs. 408 y sigs. y 441), a las revueltas populares por los precios (págs. 331 y sigs.) y a la ejecución del rey (págs. 72, 73, 137 y 138), gravísimos hechos algunos de ellos que aparecen como corifeos del debate parlamentario, siendo así que, en mi criterio, tales acontecimientos o bien nacen precisamente de las encendidas posiciones que en la sala se manifiestan o influyen decisivamente en las mismas. Estos actos, que podemos denominar “de afuera”, condicionan o son condicionados por lo que se debate dentro. Y, en mi opinión, la atención prestada al mundo circundante no tiene el mismo máximo nivel que el grueso de lo narrado.
Lo mismo ocurre con las actividades bélicas. La guerra con Austria se explica con brevedad desde la óptica de su general, Dumouriez, “la espada más gloriosa” de la Revolución (pág. 608) y su posterior traición (págs. 602 y sigs.), así como no es extenso el trato que se otorga a la sublevación realista de La Vendée (págs. 477 y sigs.) sobre la que existen completos trabajos casi contemporáneos y, lógicamente, otros muchos posteriores. Tampoco se explaya Pedro J. Ramírez en la confrontación con la España de Godoy y sus mejores generales como Lacy o Ricardos (págs. 378 y sigs.). Pero queda claro que esto no es lo que, conscientemente, se nos ofrece. El autor se ha volcado en las paredes de la Convención y no menciona lo que la circunda por, sin duda, no considerarlo como igual de determinante para su elevado estudio pues es evidente que quien ha elegido la materia de investigación a su acerbo pertenece y a su responsabilidad el efectuarlo lo mejor posible, como en este caso acontece. Como excepción a lo anterior, la descripción que hace de la guillotina como nueva máquina de ejecución de las sentencias capitales es una aportación más que interesante (págs. 622 y sigs.).
Pareja a la tesis principal del libro, ya mencionada, Pedro J. Ramírez defiende otra no menos importante que, asistemáticamente, desarrolla en el capítulo VI del texto (págs. 957 y sigs.) en lugar de efectuarlo al principio del mismo: frente a los organizados jacobinos, la otra facción, los girondinos, no pasaron de ser un pequeño grupo moderado, sin fuerza, autoridad ni presencia, incapaz de resistir el impulso de los primeros que se hicieron con los mandos del devenir revolucionario, derivándose así hacia derroteros, según mi concepción, casi genocidas. Esta opinión, fundada en el completo estudio llevado a cabo, es la que se ratifica ahora como una novedad finalmente demostrada, ya expuesta con minoritaria razón por algún estudioso americano, escrupulosamente citado y manejado en el libro. La honradez intelectual del autor nos hace, en este sentido, una compilación de las opiniones pioneras al respecto, pero ahora profundiza en las mismas y las convierte en interpretación fundada y, de momento, incontrovertible.
La abundancia de notas y la bibliografía que cierra este importante libro no creo tenga parangón en publicación alguna sobre el tema. Lo mismo pienso del abrumador índice onomástico que, sin embargo, al transcribirlo en los páginas del texto, a veces se hace difícil de seguir. Todo lo recogido está trabajado y leído aunque, como ya he dicho, no todo está incorporado al cuerpo de la investigación por lo limitado del tiempo en que tiene lugar la misma aunque su profundidad, por la autenticidad y abundancia de las fuentes utilizadas, supera cuanto se ha dado a la imprenta hasta el día de hoy, convirtiéndose esta obra en algo ya indispensable para el conocimiento “desde dentro” del acontecer de la confrontación parlamentaria del periodo revolucionario francés que condicionó el mundo actual.
Don Carlos:
Como Pedro José Ramírez Codina haya empleado el mismo rigor en este libro, como el empleado en las narraciones del 11M, me temo que es otro circo.
En el 11M montó un circo mediático como muchos otros a lo largo su trayectoria. Lo puede comprobar en el siguiente enlace, donde se facilitan entradas a documentos oficiales y periodísticos que permiten poner de manifiesto, objeticamente, las payasadas que contó este individuo, apodado «lluvia amarilla exuperante».
http://www.desiertoslejanos.com/blog/
No pensé que Vd. diera pábulo a semejante personaje. De verdad, me ha defraudado.