Antonio García Santesmases *
Muchas son las cosas que se pueden decir acerca de la reforma constitucional aprobada de una manera sorpresiva, y a toda prisa, en el Congreso de los diputados. Debo decir que la primera impresión que recibí se produjo, a orillas del Cantábrico, en la magnífica Playa de San Lorenzo en mi querida Gijón. Al principio quedé sorprendido y desconcertado, perplejo, como muchos otros españoles, ya que ponía en cuestión un tópico, comúnmente aceptado, que afirmaba que no era conveniente revisar la Constitución del 78, a no ser que fuera posible alcanzar un acuerdo semejante al que se produjo en 1.978. Esta era la razón que esgrimían unos y otros para aparcar, hasta mejor ocasión, la reforma de la ley electoral. Y de pronto, sorpresivamente, cuando estábamos al final de la legislatura, se decide proponer, nada más y nada menos, que una reforma de la Constitución.
El hecho es que tengo asociado todo este ruido mediático y político a lo ocurrido la semana anterior. El Presidente del Gobierno realiza su propuesta a las Cortes el 23 de agosto. Estamos a martes. El domingo anterior ha abandonado España Benedicto XVI. Con motivo de su visita se suceden los análisis y comentarios acerca del carácter de nuestro Estado: vuelve la discusión acerca de si estamos ante un Estado aconfesional o ante un Estado laico, a la distinción entre laicidad y laicismo, y al cambio del papel de la religión en estos años. Entre todos los análisis publicados me llama la atención un artículo de Enric Juliana en el periódico La Vanguardia donde recuerda la sorpresa del cardenal Tarancón ante la reacción del nuevo pontífice tras su elección. Cuando Tarancón esperaba una continuidad con la línea de Pablo VI se encuentra con la áspera reprimenda de Juan Pablo II; éste le reprocha no haberse opuesto a una Constitución “atea” y le recrimina no haber sido capaz de articular el catolicismo español en torno a una fuerza política propia. Tarancon pensaba que el tiempo de la Democracia cristiana había concluido y que el pluralismo político de los católicos era una conquista que no se podía olvidar, para él era uno de los signos de madurez del catolicismo español. Pensaba también que era imprescindible llegar a un acuerdo para evitar la reproducción de las dos Españas. Ninguna de las dos cosas parece que satisfizo al nuevo Papa.
Todo lo ocurrido desde aquel final de los setenta hace que sean muchos los que se pregunten: ¿hubiera sido posible la transición con el catolicismo actual? Es una pregunta que está ahí y que nos hace pensar, volviendo a nuestro tema, en qué medida hubiera sido posible la Constitución del 78 con una filosofía económica como la que hoy impera en el mundo occidental. ¿Hubiera sido posible el consenso constitucional con el neoconservadurismo?; ¿ hubiera sido factible con el neoliberalismo hoy dominante?
Muchos aprobamos la Constitución no porque pensáramos que la Monarquía parlamentaria sea una fórmula mejor que la República democrática o porque considerásemos que el Estado aconfesional era preferible a un Estado laico, tampoco porque creyésemos que el Estado de las autonomías era preferible a un Estado federal. Pensábamos entonces y seguimos pensando hoy que el republicanismo, el laicismo y el federalismo son fórmulas preferibles pero apoyamos la Constitución porque había que buscar una forma de acuerdo, de transacción, de consenso entre nuestras propuestas y las posiciones de una derecha que venía del franquismo y había apoyado durante muchos años el confesionalismo, el centralismo y la monarquía tradicional.
Apoyamos la Constitución porque había que llegar a un acuerdo para salir de la dictadura y porque en la Constitución se reconocían los derechos cívicos y los derechos económico-sociales. Se recogían derechos que asumían lo mejor del liberalismo y derechos que abonaban la existencia de un Estado social y democrático de derecho. No éramos muy originales porque tratábamos de reproducir el modelo social europeo y el Estado del bienestar keynesiano: ¿hubiera sido posible el consenso constituyente sin ratificar ese modelo?
Creo que no y, sin embargo, son muchos los que piensan que lo ocurrido no tiene importancia. Unos afirman que estamos ante un problema puramente técnico; los hay que consideran que no hay de que sorprenderse porque estamos ante la confirmación de una Constitución sesgada desde el principio hacia la derecha, fruto de una transición con más sombras que luces; por ultimo, también están los que apoyaron la Constitución del 78 pero consideran que ha quedado sobrepasada por la configuración del modelo europeo en la actualidad.
Me parece que analizar algunas de estas reacciones ayuda a comprender por qué ante una decisión tan relevante no se ha producido la reacción popular que podríamos haber esperado. Que las personas vinculadas a un pensamiento neoliberal no hayan reaccionado negativamente es comprensible: sus tesis estaban siendo legitimadas, reconocidas, constitucionalizadas. No querían echar las campanas al vuelo porque lo importante era reconocer que, ¡por fin! se ponía a la política en su sitio: para los neoliberales los políticos no son gentes de fiar, siempre prestos a prometer más de lo que pueden dar, dispuestos a ser generosos con el dinero de todos, y esclavos de los compromisos electorales. Sólo cuando el mercado triunfe sobre la democracia habrá progreso en la sociedad.
Para los progresistas social-liberales la filosofía neoliberal es demasiado dura pero no encuentran manera de marcar una diferencia entre la derecha y la izquierda en el campo económico. Hay que salvar el euro como sea, realizando cualquier tipo de sacrificio, y asumir el principio de la estabilidad presupuestaria puede ser un buen camino para lograr la supervivencia de la moneda común.
Esquemáticamente estas dos son las posiciones que imperan en las dos grandes formaciones políticas pero al asumir esta reforma dejan fuera del consenso a sectores de izquierda que siguen apostando por mantener el Estado del bienestar y por una política económica alternativa. Entre estos sectores están de una manera muy señalada los sindicatos y los partidos a la izquierda del PSOE. Por ello en este final de la legislatura, asistimos a una paradoja: el político que había sido acusado de romper el pacto constitucional, de cambiar de sujeto constituyente al pretender la aprobación del Estatuto de Cataluña sin el apoyo del partido popular percibe, al final de la legislatura, cómo sus antiguos aliados se oponen a la reforma constitucional y su gran adversario la abona.
Entre los que se oponen hay distintas posiciones que sólo el futuro dirá que camino tomarán. Los que se oponen al cambio constitucional, desde una postura de apoyo a la Constitución del 78 son vistos, en ocasiones, con una cierta mirada conmiserativa por todos aquellos sectores de izquierda que abjuran radicalmente de la transición española y del actual modelo europeo. Los que apoyaron la Constitución del 78 y sienten que ese espíritu ha sido traicionado, como les ocurre a los sindicatos, deben oponer su propia lectura de la transición. La Constitución española tuvo luces y sombras pero, no hay duda, a mi juicio, que entre las luces estaba asumir principios muy importantes del modelo keynesiano que hoy son puestos en cuestión. La cuestión es si esos principios tienen posibilidad de sobrevivir en el contexto de la actual globalización.
Esa es la gran interrogante de cara al futuro. Un futuro en el que cada vez es más necesario realizar un debate sobre las ventajas y los inconvenientes del proceso de integración europea. Un debate que está pendiente en España. Europa es hoy para nosotros una solución a nuestros problemas pero es también un problema cada vez mayor. Es este fenómeno el que está detrás de la perplejidad que suscita este debate; una perplejidad que he podido detectar en muchos ambientes, entre personas que razonan diciendo: “Hombre si todo el modelo europeo está puesto en cuestión, si Europa está al borde del precipicio, si estamos ante la crisis más grave en los últimos ochenta años, no pensarás que debamos conmovernos por modificar un artículo de la Constitución de 1.978”
Al escuchar este razonamiento, al ver como lo desarrollaban personas a la vez profundamente conmovidas por la movilización de los profesores en defensa de la Escuela pública he pensado que sólo realizando una interpretación de todo lo ocurrido en todos estos años podremos tener futuro. Esto afecta a todos y especialmente a los sindicatos. Los sindicatos deben intentar articular un relato propio acerca de las luces y las sombras de la transición y de la Constitución del 78. Un relato que sea alternativo al hoy dominante, al que reduce todo a un juego de grandes personalidades (el monarca, Suarez, Tarancón, Carrillo, Felipe González, Fraga, Pujol) en el que aparecen siempre, muy en segundo lugar, los líderes sindicales, la aportación del movimiento obrero, sus experiencias de lucha, las razones por las que apoyaron la Constitución del 78. Al no estar dispuestos a desarrollar ese relato frente a las corrientes hoy dominantes corremos el peligro de quedar subsumidos entre dos universos: los que consideran que no ha pasado nada y los que piensan que ha pasado lo que tenía que pasar, que ya estaba todo escrito desde los pactos de la transición a la inserción en la Europa actual.
¿Por qué no operamos, en sentido contrario, y decimos que el no a la actual reforma constitucioal se basa en el sí crítico a lo mejor del espíritu de la transición?
(*) Antonio García Santesmases es catedrático de Filosofía Política de la UNED.
Unas lineas interesantes y bastante información, aún así los partidos considerados de izquierdas chocan constantemente con las actuaciones de sus partidos, y quiero pensar que es para minorar el efecto, pero esto es muy dificil de asimilar y mas dificil de comprender cuando uno siempre sale perdiendo, hasta que se da cuenta que de perdidos al rio, cae en la trampa y entonces pierde más todavia.