Vicent, el prolífico

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Gabriel Tortella *

En Aguirre, el magnífico. Retablo ibérico,  narra Manuel Vicent uno de los grandes braguetazas de la historia de España, sólo comparable al aún mayor de Agustín Muñoz, plebeyo sargento ascendido a duque de Riánsares, casado con la viuda de Fernando VII y padrastro, por tanto, de Isabel II, o al no consumado (es decir, no culminado en matrimonio) de Manuel Godoy con la madre de Fernando VII. Al gran braguetazo del siglo XX y a su protagonista, el sacerdote rebotado Jesús Aguirre, hasta la fecha último duque de Alba, está dedicado este libro. Es la historia del hijo ilegítimo de una chica mal de casa bien, el cual, tras deslumbrar a la intelectualidad de su tiempo con sus fuegos fatuos teológicos y sociales, contrajo matrimonio con una de las mujeres más ricas y famosas del mundo, la duquesa de Alba. La historia escueta no exige las 250 páginas largas que le dedica Manuel Vicent; es un caso que puede contarse entero en unos pocos folios; sin embargo el libro es muy entretenido, se lee de un tirón, gracias al encanto que tiene la prosa de su autor.

Manuel Vicent se define en la solapa del libro como “escritor y periodista valenciano,” definición muy del día, en que todo el mundo se afilia a una patria chica porque ser español está mal visto; hoy Vicent es muy conocido por su columna semanal en El País. Ha escrito numerosas novelas y libros de ensayo, e hizo sus primeras armas en La Codorniz y Hermano Lobo. No sorprende por tanto que en esto libro derroche su humor habitual, impresionista y mordaz hasta la crueldad. Digo que es humor impresionista porque una de sus especialidades son las pinceladas definitorias de una época o de un personaje. He aquí, por ejemplo, el atuendo de una chica progre de los setenta, amiga del autor: “jersey de grano gordo, minifalda escocesa con un gran imperdible, botas altas, pendientes y collares de nueces indígenas.” Esta chica, llamada Vicki, se ha ataviado así para ir a escuchar una conferencia de Jesús Aguirre, icono de la progresía de entonces, y acaba teniendo allí mismo un rifirrafe con los de la brigada social, que le destrozan el collar de nueces. Ante el altercado, Aguirre se sale por la tangente y se dedica a hablar “de forma alambicada y conceptuosa […] de la inmortalidad y la resurrección, de la desesperanza y la violencia, del amor célibe, de la muerte como acto político, y se refiere a un teólogo alemán, amigo y maestro suyo en Munich, un tal Joseph Ratzinger”. Con estas enumeraciones quedan definidos dos personajes claves de la biografía y el ambiente político e intelectual de las postrimerías del franquismo.

Lo interesante del libro no es tanto la historia de Aguirre, que aparece y desaparece a lo largo de él, sino el trasfondo político y social que nos va describiendo, también a pinceladas, por supuesto. El subtítulo del libro es muy exacto, porque el método de Vicent tiene mucho de valleinclanesco, cosa que en él se proclama repetidamente. Se trata de un relato esperpéntico, con alusiones reiteradas a las imágenes deformadas de los espejos del Callejón del Gato y otras atinadas referencias la obra del gran Valle, en especial a Luces de Bohemia, que contiene, entre otras muchas cosas, la minibiografía de un escritor maldito. Aguirre no era maldito, y tampoco era propiamente un escritor, pero, como en el esperpento de Valle-Inclán, su historia sirve de hilo conductor para desplegar un cuadro de mayores proporciones.

Aguirre nació en los años treinta y murió en 2001, y eso le sirve a Vicent para hacernos esas  descripciones muy suyas de la España republicana, del primer franquismo, del segundo franquismo, de la transición, de la era socialista y del fin de siglo de José María Aznar. El meollo está en las postrimerías del franquismo y la transición, la época en que Aguirre llevó a cabo sus metamorfosis de niño empollón a cura, de cura a gurú, de gurú a editor, de editor a director general de Música (ya en plena transición), y su salto de la Dirección General al ducado de Alba.. Todo fueron embelecos y amistades bien escogidas. El libro, a pesar del humor con que está escrito, a la postre resulta triste, no sólo porque el triunfador, el gran escalador social, acaba muriendo solo en el palacio de Liria, mientras “Cayetana se encontraba en Sevilla entregando un premio a Curro Romero”, sino porque Aguirre era un mediocre embaucador intelectual que sedujo a una intelectualidad mediocre, en una sociedad mediocre, en un país mediocre, con una clase política que tuvo el talento necesario para efectuar la transición pacífica de la dictadura a la democracia, pero que redactó una Constitución muy mediocre, a la que Zapatero ha asestado una mediocre estocada que la ha dejado desangrándose pero sin acabar de morirse.

Aguirre, el magnífico es casi más autobiografía que biografía. Por él nos enteramos de las andanzas de Vicent, cuya profesión de periodista de dio acceso a muchos cenáculos y a muchas informaciones, que interesan al lector pero que nada tienen que ver con la peripecia de Aguirre. Y la amiga Vicki, que personifica a la izquierda española, tras sus años de progre y desmelenada durante la transición, abandona a Vicent, obtiene un empleo en el partido con Felipe González y se arrejunta con un filósofo televisivo, que al final se pasa al PP. Ella entonces se casa con “un arquitecto que salió indemne de dos casos de corrupción de una promotora de Móstoles”, se  viste de Valentino, vive “en Aravaca, en una casa con piscina en forma de riñón” y tiene un hijo que se llama Adán.

El verdadero protagonista del libro no es Aguirre el magnífico. El verdadero protagonista es un país que se creyó magnífico, que se dejó embaucar por arribistas de toda laya, y que ahora anda algo desnortado preguntándose cómo salir del lío en que se ha metido.

(*) Gabriel Tortella. Economista e historiador. Es catedrático emérito de Historia de la Economía en la Universidad de Alcalá de Henares.
1 Comment
  1. Eleazar says

    Que pena que tenga usted tanta razón señor Tortella… Muy buena reseña!

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