La «sociedad de la basura»

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Francisco Serra

Un profesor de Derecho Constitucional bajó a tirar la basura. Había sido un fin de semana en el que se había disputado uno de los tradicionales “partidos del siglo” entre el Madrid y el Barcelona y las bolsas habían desbordado el cubo y varias de ellas habían caído rotas a la acera, desparramándose su contenido. El profesor podía descubrir cómo quedaba ahora expuesta a la vista de todos la vida de varias familias: los papeles del banco, los frascos de pastillas vacíos, lo que parecían muestras de relaciones íntimas… y recordó que las autoridades de la capital habían aprobado una normativa que penalizaba a los vecinos que no apartaran los objetos que debían ser reciclados. Había leído que existía la intención de enviar inspectores por las casas para poder sancionar a los infractores y ya entonces pensó que (si realmente se sometían a examen los residuos que producen los ciudadanos) se podía dar lugar a un grave quebrantamiento del derecho a la intimidad.

Aunque se ha utilizado la expresión “sociedad de consumo” para caracterizar a nuestra forma actual de existencia, quizá sería más apropiado hablar de la “sociedad de la basura”, ya que muchos de nuestros problemas derivan de la existencia de “residuos” difíciles de eliminar. Una buena muestra de la importancia de la basura en el mundo contemporáneo se encuentra en que la Mafia ha extendido a ese campo sus actividades y obtiene una suma considerable por hacerse cargo de ella. La actividad humana siempre ha producido restos que no es fácil hacer desaparecer, pero en las sociedades occidentales se genera tal cantidad que es casi imposible buscarle acomodo.

Un amigo le contó que, con toda probabilidad, en los próximos años iríamos al supermercado con nuestros propios envases para llenarlos, porque en el mundo de hoy estamos fabricando productos perecederos en envases permanentes y eso es algo difícilmente sostenible. Hasta ahora estábamos acostumbrados, decía, a vivir en un marco estable a nivel personal, familiar, profesional, pero era previsible que en el futuro estuviéramos cada vez más abocados a vivir en una inestabilidad permanente, cambiando sin cesar de lugar de residencia, de afectos, de trabajo, de forma de vida, reinventándonos todos los días.

En la “sociedad de la basura” que parece aproximarse, le dijo su amigo, todos seremos cada vez más tratados sin la menor consideración, expuestos a fuerzas irracionales que de forma súbita tal vez decidan, del mismo modo que rebajan la calificación de la deuda de un Estado al nivel de los “bonos basura”, expulsarnos del mercado de trabajo, congelar nuestras jubilaciones, dejarnos a merced de los vaivenes de la fortuna. La idea de que no era precisa la existencia de un Estado de bienestar que nos protegiera de las posibles desgracias porque existía una “mano invisible” que regulaba el mercado ha demostrado ser totalmente errónea.

En la “sociedad de la basura” únicamente algunos privilegiados convertirán la existencia en un arte, moviéndose a voluntad por todo el mundo y disfrutando de todo tipo de placeres, mientras la mayoría estaremos obligados a obedecer sus decisiones y tan solo reproduciremos nuestra fuerza de trabajo, tal vez alimentándonos en esos restaurantes de comida “rápida” que son reconocibles en todos los lugares de la Tierra. Mientras algunos podrán deleitarse con una “tortilla deconstruida”, la mayoría nos veremos reducidos a la triste cheeseburger. Al tiempo que el mundo del lujo llegará a extremos de sofisticación hasta ahora inconcebibles, una gran parte de la población verá mermadas sus expectativas de tal modo que las ofertas que se le ofrezcan (comida, prendas de vestir o, por qué no, partidos políticos) sean intercambiables.

El profesor, con mucho cuidado, colocó la bolsa encima de las que ya estaban apiladas y volvió a entrar en la casa, pensando, mientras subía en el ascensor, si esa noche podría ver alguna buena película o un animado debate en la televisión o si, como ocurría muchas veces, en la mayoría de las cadenas no habría más que “telebasura”.

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