La noche de Max (Estrella) y el día de Bloom (Leopold)

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Darío Villanueva *

Como es ya tradición, el pasado 26 de marzo una auténtica manada de lectores, teatreros y bohemios, pastoreados con elegancia por al dramaturgo Ignacio Amestoy, celebramos la decimocuarta Noche de Max Estrella recorriendo el itinerario del protagonista en Luces de bohemia.

Hace ahora setenta y cinco años, a poco de que el autor de Luces de bohemia fuese enterrado en el cementerio compostelano de Boisaca,  en un artículo necrológico Juan Ramón Jiménez afirmaba que Ramón del Valle-Inclán era un celta auténtico, como sus contemporáneos los mejores escritores de Irlanda, en especial Synge y Yeats.

No menciona a Joyce entre ellos, pero percibe una raíz común extensible al autor del Ulysses y, sobre todo, apunta un rasgo fundamental: que el gallego Valle era ─como también el Joyce de Finnegans Wake un escritor deslenguado, “el primer fablistán de España”, empecinado en la empresa de crear una lengua total.

Ambos dedicaron toda su vida a la escritura de poesía, teatro y novela con escaso éxito literario, luchando siempre contra una agobiante penuria económica. Ambos fueron individuos arrogantes, personajes polémicos, si bien en ello Valle alcanzó mayor resonancia por no haber abandonado España como Joyce Irlanda para residir principalmente en Trieste. Y ambos conservan asimismo una intensa vinculación con su tierra nativa, como demuestra la temática de sus obras escritas en la distancia.

Pero hay también notorias concomitancias estéticas. Por ejemplo, Ibsen. Joyce publica un artículo sobre el noruego en 1900, y se cartea con él. Su devoción ibseniana se hace más adelante patente en su obra de teatro Exiles. Valle, por su parte, manifestará en su madurez  despego hacia el autor de El enemigo del pueblo, coincidiendo, bien es cierto, esta actitud suya con su desencanto de todo lo teatral, pero no cabe duda de que desde Cenizas, reescrita luego como El yermo de las almas, Valle se caracteriza por el hábil manejo de las acotaciones escénicas difundido entre los dramaturgos simbolistas europeos por el propio Ibsen.

En una entrevista de 1928 don Ramón no hace sino parafrasear un párrafo del capítulo 2 de la Poética de Aristóteles al afirmar que “hay tres modos de ver el mundo, artística y estéticamente: de rodillas, en pie o levantado en el aire”. Esta última forma, continúa Valle, es “muy española, manera de demiurgo, que no se cree en modo alguno hecho del mismo barro que sus muñecos. Quevedo tiene esta manera. Cervantes, también (…). Esta manera es ya definitiva en Goya. Y esta consideración es la que me movió a dar un cambio en mi literatura y a escribir los ‘esperpentos’”. Es la forma ideada por Stephen Dedalusen el Portrait of the Artist as a Young Man, la primera novela de Joyce, publicada en 1916. Hacia el final leemos algo que sin reserva alguna suscribiría don Ramón: que el artista, como el Dios de la creación, se mantiene distante de ella, invisible, indiferente, mondándose las uñas de sus dedos.

El Ulysses no fue editado sino en 1922  y Luces de bohemia apareció en su primera versión en 1920, y como libro en 1924. Sin embargo, ya el mismo planteamiento de la anécdota es prácticamente idéntico en ambas obras. Se trata del periplo peripatético de un antihéroe contemporáneo por las calles de su ciudad en el transcurso de una sola jornada. A Leopold Bloom, oscuro agente publicitario, casado con una exótica mujer de origen gibraltareño, Marion Tweedy, matrimonio del que vive una hija, Milly, le corresponde en Valle-Inclán Max Estrella, escritor bohemio y misérrimo, casado con una francesa, Madame Collet, de la que ha tenido una hija, Claudinita. Ambos cuentan, por lo demás, con un compañero de correrías nocturnas: el de Leopold Bloom es el joven intelectual Stephen Dedalus, y como tal pareja de personajes representan respectiva y contrapuntísticamente el instinto y la elementalidad frente a la inteligencia y la compleja sensibilidad; a Max Estrella, figura sublime y ridícula a la vez, como un Quijote, le acompaña y traiciona un pícaro Sancho, don Latino de Hispalis.

El escenario del deambular de estas dos parejas es Dublín y Madrid, recreadas con la minuciosidad de un escritor costumbrista en su topografía, ambientes y prácticas colectivas. En este sentido, James Joyce va, por supuesto, mucho más lejos que Valle, pues cuenta para ello con la natural expansión de la prosa narrativa frente a la condensación sintética de la teatral. Pero el “Madrid absurdo, brillante y hambriento” de Valle-Inclán es también inconfundible. El guardillón de Max está en Bastardillos, esquina a San Cosme, en el barrio de Palacio; la librería de lance de Zaratustra, en el Pretil de los Consejos; la taberna de Pica Lagartos en la calle de la Montera. Acabaremos por hacer hoy al menos nueve paradas de aquel viacrucis esperpéntico.

Por supuesto que detrás de esta concreción topográfica hay un poderoso impulso de trascendencia. En el Madrid de Valle,como en el Dublín de Joyce toma cuerpo el pathos histórico y político de dos naciones católicas, una Irlanda a la que Joyce, por boca de su personaje Dedalus, había definido como “the old sow that eats her farrow”, y la España “madrastra de sus hijos verdaderos” en la famosa frase de Lope de Vega que resuena en tantas páginas de Luces de bohemia, y de modo muy especial en la escena sexta, la del encuentro entre Max y “el bulto de un hombre –Blusa, tapabocas y alpargatas” en el calabozo del Ministerio de Gobernación, antigua casa de Correos, el lugar en el que nos encontramos, hoy felizmente ganado para la gobernanza democrática.

Es precisamente este personaje, el obrero anarquista barcelonés, quizá el único héroe genuino que asoma en Luces de bohemia, el que define la miseria moral del país con frases que restallan como latigazos: “En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero”.

Esto lo dice Mateo, al que Max bautiza como Saulo por su privilegio de poeta que tiene potestad sobre el alfabeto; y la diatriba volverá con la rotunda afirmación del bohemio en la escena de su muerte: “España es una deformación grotesca de la civilización europea”. De tal modo, la sola literatura que le puede hacer justicia es la del expresionismo esperpéntico: “El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”. Porque es patente el carácter revulsivo de la vigorosa crítica que Joyce y Valle hicieron de sus respectivos países, y de la vigencia de su empeño, como se pudo percibir bien a las claras en las representaciones de Luces de bohemia de 1971 y años siguientes, y en la conmemoración del llamado Bloomsday, el Día de Bloom, en el centenario del escritor celebrado en Dublín en 1982. Finalmente, la misma idea de Mateo y de Max reaparecerá en boca de un sepulturero: “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”.

El Bloomsday es el dieciséis de junio de 1904, fecha elegida por el escritor para desarrollar las aventuras de su personaje en homenaje a su gran pasión, Nora Barnacle. También Valle eligió una jornada en la que “el perfume primaveral de las lilas embalsama la humedad de la noche”, de un año indeterminado que bien puede ser 1923, pues Max propone como candidato al sillón académico de Galdós al sargento Basallo, que se hiciera famoso con el relato de su cautiverio entre los rifeños tras el desastre de Annual.

El entierro de Patrick Dignam que reúne en el cementerio de Glasnevin a varios amigos suyos, entre ellos Leopold Bloom, nos remite precisamente a aquella escena décimocuarta de Luces de bohemia, cuando Max Estrella recibe sepultura en el madrileño cementerio del Este con la asistencia, entre el cortejo, de dos personajes de excepción, Rubén Darío y el Marqués de Bradomín. Siguiendo adelante en el texto de Ulysses alcanzamos el episodio más sutil y difícil de toda la obra, pues contiene una alambicada discusión sobre Shakespeare y su Hamlet en la Biblioteca Nacional de Dublín, en la que intervienen el bibliotecario y Stephen Dedalus junto a otros interlocutores. No es esta la única presencia de la tragedia del Rey de Dinamarca a lo largo de Ulysses. Hamlet actúa en la novela como punto de referencia  temático, pues sirve a varios motivos como los de la paternidad, el exilio, el aislamiento, el adulterio, la muerte, la divinidad y la creatividad. En Luces de bohemia, Rubén Darío exclama: “todos tenemos algo de Hamletos”, pues este personaje, y la Ofelia del “divino William”, centra su conversación con Bradomín mientras Max Estrella es devuelto a la tierra.

Valle y Joyce, y de su mano Lope, Shakespeare e Ibsen  nos acompañaron, pues, en la XIV Noche de Max Estrella felizmente inserta este 26 de marzo pasado en la fiesta anual de la Noche de los teatros.

(*) Darío Villanueva es secretario de la Real Academia Española.

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