Julián Sauquillo
La mentira caracteriza a todos los sistemas políticos. Incluso, la democracia debe conjugar el secreto político con la transparencia. En nuestras sociedades, se da un predominio masivo de la mentira. El progreso técnico permite la proliferación acelerada de los mensajes. Incluso, la propia palabra fidedigna es un subterfugio de comunicación. Lejos de ser clara, esconde un sentido escondido: su alcance sólo se puede comprender leyendo entre líneas. El filósofo Leo Strauss señaló cómo la política requiere de la astucia y la ocultación. Ni las masas ni los poderosos admiten que sea pronunciada la verdad abiertamente. Por ello, la acción política requiere de ocultación para evitar la persecución o las críticas masivas. Este enmascaramiento de la verdad es típico de todos los regímenes políticos. Las sociedades democráticas se debaten dentro de una paradoja: practican la publicidad, proliferan las declaraciones de sus mandatarios, pero sus mensajes son incomprensibles para la masa de la población. Sólo los iniciados comprenden el sentido de unas declaraciones abiertas pero ininteligibles. Tanto los países totalitarios como los democráticos actúan políticamente mediante el secreto y la ocultación de la verdad. Sin embargo, es ingenuo pensar que los gobiernos deban publicarlo todo. Para decidir (más aún si las cuestiones son polémicas) hay que restringir la discusión abierta. Ningún gobierno puede actuar mediante mecanismos deliberativos por los que sus ciudadanos se pronuncien acerca de cada paso dado. Aunque la “democracia deliberativa” esté de moda.
La información destapada a través de Wikileaks es muy variada. Aunque imaginábamos casi todo. Evidentemente la información filtrada tiene desperdicios. No nos importa que Muammar El Gadaffi use “botox” para eliminar sus arrugas (ya sabíamos de la composición femenina virgen de la guardia de confianza del líder libio y de sus excentricidades). A estas informaciones cabe tildarlas de “exhibicionismo (o de libertinaje) informativo”, como hace Mario Vargas Llosa. Pero estas no son las informaciones predominantes en los cables de Wikileaks. Otras noticias son una muestra superficial, pero útil, de cómo opera la política real. Los cables filtrados han subrayado el estrangulamiento económico al que Irak fue sometida por parte de sus acreedores principales –Arabia Saudí y Kuwait– (no hubo plan Marshall para una deuda de 40.000 millones de dólares), tras la guerra con Irán (1980-1988). Después de proteger a estas potencias petroleras y perder a diez mil ciudadanos en una sola batalla, Irak padece una asfixia financiera y la falta de mediación real norteamericana se intenta cubrir por Hosni Mubarak, sin éxito. Esta filtración da una explicación plausible del conflicto en aquella zona. Tampoco las aclaraciones en torno a la intensa batalla legal de la familia Couso en favor del periodista es, ni mucho menos, irrelevante.
Quien piense que se ha enterado al completo de los entresijos del poder en las relaciones internacionales con estas filtraciones es un ingenuo. Más inocente aún es quien suponga que Estados Unidos, como árbitro internacional, se tambalea ahora. Aunque muchos cibernautas lo desearan en su lucha por el poder. Los ciudadanos quieren una transparencia total y saberlo todo. Pero el dominio democrático de la opinión pública sobre la acción de los representantes es declarativo o programático. En todo caso, entre conocer e ignorarlo todo, surge la pregunta acerca de si los gobiernos democráticos incurren en el secretismo. En 1995, las agencias norteamericanas encargadas del estudio del nivel de secretos habidos estimaban la cifra de cuatrocientos mil secretos de revelación especialmente dañosa. En 1971, los documentos clasificados ascendían a veinte millones. Son demasiados secretos. Ni los propios especialistas se creían que fueran necesarios. Las cifras apuntaban a una necesaria delimitación del concepto de secreto de Estado para evitar su inflación.
Estados Unidos, como superpotencia hegemónica, guarda los valores occidentales que permiten, entre otros bienes sociales, la proliferación de la palabra en las redes sociales tan queridas por los hackers. Los cibernautas son criaturas del desarrollo tecnológico americano y de la libertad fraguada en el mayor ejemplo de Estado Constitucional de Derecho. Han de saberlo. Pero el Gobierno americano ha reaccionado como una criatura que se siente despojada de su intimidad, desnudada. No desea ser observado pero abre investigaciones en las cuentas de correo electrónico y de redes sociales a quienes lo desafían. La jurisdicción de estas redes y los servidores de estas cuentas son americanos. Todos los ciudadanos del mundo con acceso a las redes tenemos secretos en nuestra correspondencia averiguables en Santa Ana (California).
El conflicto del Gobierno de E.E.U.U con Wikileaks encierra una lucha desigual por la información como valor político fundamental. De momento, la relación óptica es muy disimétrica si se compara el amplio acceso a la información de la superpotencia con el posible de los ciudadanos. Julian Assange ha contado con media docena de periódicos reputadísimos para ampliar la distribución de una información útil. Aunque las noticias no sean definitivas y requieran una criba crítica. Ahora, tiene que contar con el apoyo de estos periódicos que han celebrado la ocasión para practicar un periodismo excelente. Hay que extremar la cautela en las garantías para que no sufra una cadena de extradiciones que puedan acabar en su pena de muerte.
Las informaciones filtradas no deben ser magnificadas para su inculpación. Produce vértigo que la misma transparencia política sea, hoy, poco aclara. La transparencia es una meta de las democracias liberales pero cuanto menos opacas se muestran más translúcidas resultan. La luz entra en el corazón de las instituciones públicas pero no logra ofrecer el perfil de sus cuerpos interiores. Pierden opacidad pero no son diáfanas. Cuanta más información tenemos, más necesitamos clasificar, sopesar, discriminar bulos y errores, e interpretar las montañas de datos. Cuantas veces, la iluminación de los objetos no produce sino una luz cegadora. Cuantas veces, la revelación esconde las condiciones de una trama política con inmensos niveles de verdad y realidad. A menudo, unas filtraciones muestran una urdimbre política indemne a la revelación.
¿Quiere decir que Assange podría verse condenado a muerte? Pero, eso sería demasiado.