Parece que si el mundo hubiese de elegir su capital…

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José María Ortega Sanz *

Ilustración del autor

"Parece que si el mundo hubiese de elegir su capital, el Istmo de Panamá sería señalado para su augusto destino". Cuando uno viaja a este país centroamericano, es fácil que en algún momento acabe encontrándose con esta frase. Fue dicha por Simón Bolívar en el Congreso Anfictiónico que tuvo lugar en la Ciudad de Panamá el año 1826. Desde que la leí por primera vez, siento un cierto respeto por aquel hombre elocuente que fue Bolívar. Porque, como él, desde muy joven, pensé que algún día, cuando la Tierra fuese un lugar más pacífico y la humanidad tuviera una mejor convivencia, o quizás para conseguir eso, el mundo necesitaría una capital.

Todos los grandes proyectos supranacionales han necesitado de una capital en torno a la que gravitar. Desde Roma, ciudad que se forjó un Imperio, pasando por Madrid, a la que un designio imperial convirtió en capital, la historia está salpicada de urbes emblemáticas como Londres, Estambul, Viena, Moscú, compartida ésta su capitalidad con San Petersburgo, y un largo etcétera. Los norteamericanos, con Washington DC crearon el concepto de Distrito Federal, con lo cual la capital ya no residía en ninguna de las partes y así no era de nadie y de todos a la vez.

Las religiones también han sabido ver el peso de las ciudades. Sin dejar las tres del libro, está Jerusalén, santa para todas ellas y con un valor tan religioso como político para los judíos. La Iglesia católica convirtió de nuevo a Roma en su capital, e hizo de otras, como Santiago de Compostela, lugar de peregrinación. Los musulmanes tienen La Meca y Medina, esta última que significa "ciudad" en árabe. Pero el cristianismo añadió también a la ciudad un concepto más metafísico y abstracto: la idea de que en el horizonte de una humanidad redimida aparezca una nueva urbe, como se sugiere en La Ciudad de Dios de San Agustín.

Pero volvamos a la idea de la capital del mundo y nos preguntaríamos entonces a quién había de acoger esta ciudad. La humanidad debería aprender de sus. malos momentos y, sin duda, la Segunda Guerra Mundial fue uno de los peores. El 26 de junio de 1945 se reunían en San Francisco las potencias vencedoras, para evitar que en el futuro volvieran a producirse desastres como el que entonces estaba a punto de concluir. Con aquel "Nosotros, los pueblos de la tierra", se fundaba entonces la ONU (Organización de las Naciones Unidas). Cuando ha acabado un conflicto siempre se suelen firmar pactos y tratados que garanticen la paz, pero el sellado en aquel momento tenía un carácter universal, aunque tampoco en eso era el primero. Unas décadas antes, al acabar la Gran Guerra del 14, se había creado la Sociedad de Naciones, con sede en Ginebra; pero las dictaduras europeas de los años treinta, empezando por la Alemania hitleriana, la dinamitaron abriendo paso a un segundo conflicto aún más terrible.

El siglo XX finalizó llevándose con él muchos proyectos y sueños, entre el fracaso y la tragedia. Pero por suerte, pese a sus muchas carencias, no acabó con las Naciones Unidas. Este Organismo, que ciertamente necesitaría reformas y mejoras, resulta sin embargo insustituible para garantizar la paz del futuro. Es el principal marco en el que pueden entenderse las naciones y garantizarse de una manera universal los derechos humanos. Por eso, quizás debiera ser algo más que una sede principal en un rincón de Manhattan y unos cuantos edificios más repartidos por otras ciudades del mundo.

¿Y por qué centralizar permanentemente todas estas organizaciones en una ciudad? Pues porque ello permitiría una mayor eficacia de las mismas y un seguimiento más constante de los problemas del planeta. Aparte, está el valor simbólico que tendría y el sentimiento de colaboración y unidad que haría sentir a una buena parte de la humanidad. Los indios de Norteamérica necesitaban reunirse en un tippie para hablar de paz y fumar la pipa que la ratificaba; y si se hace una ciudad donde permanentemente se busque la concordia y el solucionar los muchos problemas que aquejan a la humanidad y su planeta, a poco que se sea optimista, se puede esperar que algo, al menos, se conseguiría.

Así pues al resultado de centralizar todos los organismos de las Naciones Unidas en una sola urbe, convertida a su vez en un territorio internacional que sería de ninguno y de todos, se la podría llamar la capital del mundo.

Esta ciudad, que debería ser de nueva planta, para no encerrar un espíritu nuevo entre viejas paredes, la podríamos llamar Chiesa Urbo, que significa en esperanto, aquella lengua creada con ánimo universal, "Ciudad de todos"; y esa es la idea que se perseguiría en esta urbe, un lugar donde toda la humanidad se sienta representada.

Lógicamente, una ciudad así sería bastante más que las oficinas y otras instituciones de las Naciones Unidas, y esto exigiría a su vez grandes aportes económicos. Pero pensemos lo que se gastan los estados en Exposiciones Universales, Olimpiadas, Mundiales de Fútbol y otros eventos que apenas duran unos meses, mientras este proyecto tendría un carácter definitivo y con un fin más trascendente y beneficioso.

Finalmente, nos preguntaríamos donde construir esta especie de Brasilia de las Naciones Unidas. Yo no coincido con Bolívar en eso de Panamá. Tengo una visión más euro-céntrica, no solo por ser europeo, sino por la situación geográfica de este continente en el planeta y, estar bañado además por el Mediterráneo, un mar que ha sido muy importante para la cultura universal. Pero está además el peso de esta en el mundo y de que son contados los países de la tierra que no hayan tenido en algún momento de su historia relación con alguna de las naciones de Europa.

En cuanto a qué lugar construir una nueva ciudad en este continente se podría barajar con esa frontera, que siempre ha sido tan agitada por las guerras y que transcurre entre el Benelux, Francia y Alemania. Pero esta es una zona muy superpoblada y que no permite grandes proyectos urbanísticos.

Los acontecimientos de finales del siglo XX nos hacen dirigir la mirada hacia otras regiones de Europa; los Balcanes y en concreto Kosovo, donde en 1999 tuvo lugar la última acción militar de carácter internacional de la pasada centuria.

Este sufrido territorio se proclamó independiente de Serbia, de manera unilateral, en febrero de 2008. Aunque ha sido reconocido como estado por numerosos países, no deja de ser un peligroso precedente, ya que podría servir de pretexto a los numerosos aspirantes que hay dispuestos a seguir por sendas secesionistas, pudiendo afectar a la estabilidad internacional.

Llevando allí la construcción de Chiesa Urbo encontraríamos grandes espacios construibles, así como una población desarraigada que agradecería cualquier cambio a mejor, aunque esto les obligase a hacer algún esfuerzo. Además, le daría estabilidad a una zona donde aún están demasiado recientes los conflictos étnicos y religiosos. Finalmente, permitiría invertir y crear grandes infraestructuras que ayudarían notablemente al desarrollo de toda la zona.

Pero además, como Chiesa Urbo no debería ocupar más que una pequeña parcela de Kosovo, el resto del país podría continuar su camino como estado independiente, aunque ahora revalidado, de cara a la estabilidad internacional, por la excepcionalidad del proyecto que se levantaría en el territorio cedido a las Naciones Unidas. Probablemente entonces, cambiaría la perspectiva del problema, y respecto a la carga que supone actualmente el mantener una fuerza internacional allí, ya no sería tan gravoso, pues los Cascos Azules tendrían allí su sede permanente.

Por último, y para redondear la elección, pensemos en la cuestión simbólica. Kosovo está próximo a Grecia, cuna del humanismo y la democracia. Por otro lado, se podría decir que está a caballo entre las dos urbes que fueron capitales del Imperio Romano; Roma y Constantinopla. La caída de la primera significó el fin del Mundo Antiguo, mientras que la de la segunda, supuso el ocaso de la Edad Media. Quizás este proyecto suponga el comienzo de una nueva era, que deje atrás definitivamente muchos de los  grandes errores del pasado. Para concluir, recordar que tampoco está lejos Sarajevo, la ciudad donde el siglo XX empezó a escribir con sangre su dramática historia, para acabar concluyéndola en el mismo lugar durante los trágicos días del cerco de los años 90.

Chiesa Urbo en Kosovo sería una de las pocas cosas positivas que se podrían sacar de aquella tragedia que fue la disolución de Yugoslavia, y arrojaría una luz de esperanza en un territorio tan castigado como los Balcanes. Aunque lo principal no es el dónde ha de levantarse esta ciudad, sino el que se haga realidad un proyecto que podría ser tan beneficioso para la humanidad.

(*) José María Ortega Sanz. Dibujante y escritor. Es profesor de Dibujo en un Instituto de Enseñanza Secundaria de Madrid.
1 Comment
  1. Soledad Gris says

    Cada vez parece más necesaria esta ciudad de Chiesa Urbo. Y desde luego tal como están las cosas, no es Panamá el lugar más adecuado para tal augusto destino.

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