Esto es todo, amigos

¿Qué hay de nuevo, viejo? Parece que termina el festival. Me gustaría decirte que pronto volveremos con más diversiones, pero no lo veo. Por esta recreación delirante de la granja de los Looney Tunes han desfilado personajes que erizarían la cresta del gallo Claudio y encogerían el pico del mismísimo pato Lucas. Como lo oyes. Y si no me crees, rebobinemos hasta nuestras primeras y, por entonces, melancólicas melodías.

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Levantábamos Aitana y yo el desvencijado telón un 6 de octubre de 2019, cuando los desencuentros entre Pedro [Sánchez] y Pablo [Iglesias] estaban a punto de desembocar en unas nuevas elecciones generales, las cuartas en cuatro años. Entonces todavía no sabíamos que, al final, se acabaría configurando un gobierno progresista y el desencanto de la peña, por lo menos de la peña que hacía la compra en la galería comercial del barrio, se podía paladear en el ambiente. “Percibo en los corrillos de los cuatro puestos del mercado que han sobrevivido a la crisis, en la farmacia —abarrotada de jubilados con fajos de recetas azules en la mano [esto era antes de la pandemia]—, una sensación de tristeza, de mala hostia, de hojas secas por el suelo y lluvia fina en los cristales, de aula franquista con treinta y tantos ‘muetes’ aguantándose las ganas de empezar una guerra de cerbatanas aprovechando que el profe ha ido a mear”.  Sin embargo, solo unos días después celebrábamos la salida de los despojos del dictador —¡en helicóptero! — del Valle de los Caídos. “Al poco de la muerte de Franco —creo recordar que nos dieron tres días de fiesta en la escuela cuando palmó— circuló por el parque un chiste de esos que no podías contar a cualquiera. “¿Sabes por qué han hecho agujeros en el ataúd de Franco?”, te preguntaba el chistero desde el columpio de al lado. “¿Por qué?”, le respondías tú obedientemente. “Porque los gusanos tienen que salir a vomitar”, concluía tu interlocutor la chanza bajando el volumen y acercándose la mano a la altura de la boca, con el riesgo que eso implica cuando uno va a bordo de un columpio”. ¿Había muerto el sátrapa de una vez por todas? Tal podía parecer, pero por aquellas fechas nos desayunábamos con la noticia de que el Tribunal Supremo sentenciaba con penas de hasta nueve años y medio a los jóvenes del caso Alsasua. A muchos la noticia no nos pilló por sorpresa. “Como escuché a Evaristo, un tío con el que compartí barra durante un rato en un bar de Salvatierra: el fuego no puede quemar lo que ya está quemado”.

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Las susodichas elecciones nos trajeron un gobierno socialcomunistaproetarra —tal que diría la verborreica y aparentemente amortizada Cayetana— y un ramillete de personajes nuevos, algunos realmente indeseables, que han ido apareciendo recurrentemente en estas historias de ayer y de hoy. El primero en subir al escenario fue Francisco Javier Ortega Smith & Wesson, que está últimamente desaparecido, pero que no paraba de dar por saco en el arranque de la legislatura. “Anda el tal Smith & Wesson cual pistolero embriagado de zarzaparrilla practicando el “negacionismo” con todo lo que se le pone a tiro de escupitajo. Como si de un maldito camaleón se tratara, esgrime principios en los que no cree, entre ellos el de libertad de expresión —que en su boca se transmuta en una especie de cinta atrapamoscas—, para cuestionar el genocidio franquista, reírse del maltrato a las mujeres o ridiculizar el desastre climático. Embutido en sus tirantes, como hacen algunos malos periodistas para parecer buenos, y amparado en la cobertura que le proporciona la “derechita cobarde” y sus medios afines y también cobardes, Smith & Wesson, y los suyos, se pasan las estadísticas, los registros históricos y los consensos científicos por el arco del triunfo”.

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Y claro, aunque por aquel entonces no éramos conscientes de la que se avecinaba, el 8 de marzo de 2020 emitíamos el primer capítulo de Lo que el virus se llevó, en el que —caprichos del destino— Smith & Wesson hacía un cameo. “Cuando el mal no viaja en patera sino en los mocos del CEO de tu empresa, que acaba de regresar de una reunión muy importante en la oficina central de Wuhan, el asunto se complica. Entonces no hay Ortega Smith capaz de hacerle frente con un AK-42 en lo alto del peñón de Gibraltar. Cuando los malos no son los negros, o los sirios, o los moros, o los rumanos; cuando las concertinas no sirven; cuando no vale de nada cargar con pelotas de goma contra un grupo de desesperados que se acercan nadando hasta la costa; cuando no podemos señalar a un enemigo, sea del color, la ideología o la condición sexual que sea, el debate se clarifica y los discursos machistas y xenófobos se deshacen como bolitas de mercurio”.

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En estos dieciocho meses ha habido tiempo para las despedidas. “José Luis Cuerda era el rey absoluto de su galaxia y en su pueblo ocurrían las cosas que él quería que ocurrieran, ni una más ni una menos. Todo bajo cuerda. Resulta conmovedora hasta el tuétano la secuencia de los lugareños aplaudiendo a rabiar a Fermín —el guardia civil derrotado por La Secreta en las elecciones locales— durante su último acto de servicio. Tengo que reconocer que nunca antes ni después un guardia civil ha despertado semejante empatía en mí. José Luis Cuerda, más que ‘surrealista’, era ‘su realista’; suyo, y de nadie más”. Y tres meses después se nos fue de rositas el infame Antonio González Pacheco, más conocido como Billy el Niño, a pesar de que “William Henry McCarthy —que así es como se llamaba el forajido nacido en 1859 en Nueva York— nunca llevó placa de sheriff ni se conocen testimonios de que disfrutara torturando a hombres y mujeres siempre que, eso sí, estuvieran convenientemente inmovilizados”.

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Por supuesto, nos tocó hablar también de ‘nuestro rey’. No de Porky, sino del emérito. “La monarquía es una institución anacrónica al margen de los aciertos o errores del coronado de turno. Que la jefatura del Estado venga de suyo en la partida de nacimiento de un fulano y que los ciudadanos no podamos decir mi “mu” al respecto resulta delirante. Si encima tenemos que estar blanqueando permanentemente el comportamiento ilegal, además de inmoral, de sus “cojonudas” majestades nos quedamos sin pesas en el otro platillo de la balanza”. Y tuvimos que repetir protagonista un par de semanas después. “Érase que se era un cuento del revés en el que el rey se convertía en sapo tras robar el beso de una princesa. Y parece que no eran besos lo único que robaba. El robo y el rabo fueron determinantes en el devenir de su estirpe, que contó siempre con el beneplácito de los “genuflexos”, apelativo cariñoso que recibían allí los gacetilleros, cortesanos y demás mamporreros del régimen que, lejos de advertir a la plebe sobre las fechorías del Borbón, reían y encubrían sus chanzas al tiempo que deslizaban sus manos y sus manguitos en las reales escupideras para recoger las monedas que les arrojaba”.

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¿Y qué me dices de Donald Trump? Su salida de la Casa Blanca nos causó —todo hay que decirlo— gran regocijo, pero dejó inquietantes preguntas en el aire. “En el mundo del revés que nos ha tocado vivir cualquier día Trump se corta el flequillo, se calza en la testa un pañuelo pirata y se pone a cantar guitarra en mano canciones de James Taylor en una boca del metro de Nueva York solo para jodernos el discurso… Y entonces a ver qué cojones hacemos”. Y todavía nos asaltó otra duda. “Si finalmente los norteamericanos echan a gorrazos a Trump de la Casa Blanca por chulo, por facha y por cabrón —que es lo que se merece—, no descartes verlo de tertuliano en La Sexta, la tele de los ‘pogres’. Sin duda, esa sería una mala noticia para Marhuenda”.

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Y, como no, uno de los personajes recurrentes en estas desventuras animadas ha sido la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, quizás, nuestra más estúpida y advenediza caricatura. “Cuaderno de bitácora. Año 2031; 7 de febrero. / La expedición Zendal ha sido un éxito. Hemos depositado un ramo de claveles liofilizados a los pies del madroño de la Puerta del Sol. Por lo visto, el oso no ha podido soportar el frío y se ha pirado. Justo cuando arrancábamos los motores del aerodeslizador para poner rumbo al Sur un grito sobrecogedor ha rasgado la bruma que envolvía la emblemática plaza. “¿No es aquella la presidenta?”, ha susurrado mi segundo de abordo mientras señalaba, tras los cristales de un gran ventanal, la figura reconocible de una mujer con cara de ida y un candelabro en la mano diestra. “Manderley”, he pensado mientras observaba como el fuego avanzaba descontrolado por el edificio tras prender en las banderas rojigualdas y estrelladas que abarrotaban las estancias del ala oeste”.

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No se me ocurre mejor manera de echar el cierre que con una historieta sobre la esperanza [que dediqué a mi amigo Rodolfo Serrano], aunque los hechos que la sustentan ocurrieran a millones de kilómetros de distancia. “Me llamo Byron y soy el ‘chip sentimental’ que los ingenieros de la misión Mars 2020 de la NASA han instalado en el corazón del rover Perseverance, el vehículo espacial que se posó a las 21.56 horas del pasado 18 de febrero en la superficie de Marte. Los responsables del proyecto creyeron necesario incluir en el mismo algún tipo de aplicación 11.0 —comprenderás que en la NASA no nos andamos con chorradas— para medir las sinergias poéticas de la expedición. Más allá de la composición de la atmósfera, de la naturaleza de los materiales, de la temperatura del planeta, incluso de los posibles rastros de vida, mi objetivo es determinar aspectos como la paleta cromática del atardecer, el silencio, la silueta de Júpiter entre los riscos, si es que los hubiera; el sabor que tengan en este lugar las magdalenas mojadas en el té de la tía Léonie… La distancia recorrida por la nave ha sido de 470 millones de kilómetros. El viaje se ha prolongado durante seis meses y, sin embargo, nuestras imágenes llegan de vuelta a la Tierra en apenas once segundos. Para un ‘chip sentimental’ como yo ese es el poema más hermoso que se pueda escribir. Tan humano. Tan alentador. Tan revolucionario”.

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P.D. Aunque Super Ratón nunca formó parte del elenco de los Looney Tunes, nos vamos con él. “Hasta el próximo programa, amiguitos —despedía siempre su episodio el roedor justiciero—. Y no olviden supervitaminarse y mineralizarse”… Lo vamos a necesitar…