Esos de Ciudadanos: descentrados, oportunistas y perniciosos
- "Lo de Murcia ha sido lo que cabía de una región políticamente fallida cuya singladura la marcaban (y la marcan, ahora con agravantes) una coalición de farsantes"
- "Compartir el poder con un PP que la menosprecia y pone en un brete continuamente, no va a disculpar su responsabilidad en la conducción de las despolíticas antisociales o ambientales"
- "Seguirán el sendero de UPYD, de cuya praxis mentecata no han querido tomar nota, siendo la misma que tenían por delante"
Se les ve compungidos, asombrados de su desgracia, como queriendo evitar que no les recordemos sus contradicciones, desatinos y frustraciones; disimulando lo que pueden para ver si consiguen que la historia política del siglo XXI de España no los machaque poniendo en evidencia sus vergüenzas. No es muy habitual, pero a veces lo que sucede equivale a una especie de justicia política que castiga a los grupos que irrumpen en el juego político sin la ética, elemental y definida, que se les debiera poder exigir: este es el caso de Ciudadanos. Lo de Murcia ha sido lo que cabía de una región políticamente fallida cuya singladura la marcaban (y la marcan, ahora con agravantes) una coalición de farsantes.
Varios de los notables de este partido han quedado para su (lamentable) historia. Fue Albert Rivera con el que todo empezó, o al menos con quien se dieron a conocer y el que capitalizó los iniciales avances electorales. Era este un muchacho verboso y aparente, impaciente sin causa y dado a marcar líneas rojas en un mundo del que apenas conocía sus intríngulis ni, mucho menos, su aspereza e ingratitudes. De poca sustancia, hábil repetidor de lugares comunes en el liberalismo de libro, llevado por el odio al catalanismo se dejó engañar por su propia (pero aparente) fortaleza y, sin reparar en su escaso fuste, partió a su cruzada en ignorante, imprudente y (en fin) ridículo: para sobrevivir sobre su anticatalanismo fundacional necesitó mucho más que unas ideas básicas y manidas: el asunto es de envergadura y (claramente) lo supera.
Curiosa personalidad la de Edmundo Bal, ese tribuno-revelación surgido de las cenizas de Rivera y la nueva (y desoladora) situación, con ímpetu y ganas: algo curioso, por lo inexplicable. A mí me parece que Bal, en cada intervención política viene a recitar el resumen de uno de los tropecientos temas que tuvo que aprenderse de memoria en su oposición a Abogado del Estado… Así de átono es su discurso, muy mecánico, sobre el Liberalismo político y económico, la Constitución, el Derecho político, la Democracia… ya digo, los temas de la oposición. Sin embargo, se le ve vigoroso en convicciones, inflamado de textos sustanciosos, feliz incluso: como celebrando haberse liberado de la aburrida vida del Abogado del Estado y como queriendo recuperar, con brillante práctica parlamentaria, aquellos años perdidos con las posaderas pegadas a la silla de su gabinete de empollón.
Aunque quien más me enternece es Luis Garicano, colocado por sus padrinos de europarlamentario, ergo de florero. Apareció en el panorama político español con el relumbrón de su procedencia, la London School of Economics (LSE), envidia de papanatas, templo de los crédulos del dios-mercado y del neoliberalismo actual, así como forjador de vasallos del capitalismo de variado pelaje; pero parece no darse cuenta de que no convence cuando habla, ni cautiva cuando escribe, dando la impresión de que se traiciona a sí mismo, tan descolocado se le ve. Pero, hombre, con la pinta de buen chico y de primero de la clase que tiene, ¿qué hace ese hombre ahí? Abandone el liberalismo ese que lleva sujeto con alfileres (¿de verdad se creían sus alumnos las lecciones que les impartía desde la LSE?), déjese de fidelidades sin mérito ni sentido y, resistiéndose a la tentación del transfuguismo, evite reinstalarse en el PP, como hacen otros que se descubren, corridos y desnortados, en su patética huida hacia el conservadurismo más vergonzante. Pero que no sea para volver a la LSE, matriz educadora de misioneros del capitalismo internacional. No le pido que vaya ahora a empaparse de economía marxista, no vaya a resultarle fatal la sorpresa y no pueda digerir, así de primeras, sus postulados iluminadores; pero sí que se ponga al día para dedicarse a algo útil y actualizar sus conocimientos profesionales ilustrándose, por ejemplo, en Economía ecológica (¡dará un respingo, saltará de gozo, será feliz!), o reflexionando sobre Ética, incluso la política, una vez fuera de todo eso y reciclándose. Le esperan grandes satisfacciones, proporcionales todas ellas a la distancia que vaya tomando respecto de ese buque fantasma de Ciudadanos (¡Hombre, ya!).
Sin mucho que ver con Garicano, nos deslumbró unos meses el señor De Quinto, un empresario liberal (luego, un ultra de los negocios) del que se sabía, sobre todo, que era un millonario caprichoso que discurre por la vida con una lista de trofeos por adquirir –en línea con sus ocasionales apariciones en el cine– y lograr, vaya que sí, chequera en mano, que es como conseguiría su escaño, a ver cómo, si no. Hasta su espantá cantada, con trifulca mediática y describiendo la órbita completa de su (sui generis) moralidad política. Una exhibición a cargo de Ciudadanos, que procedió a su fichaje con el espejismo del empresario triunfador, sin tener en cuenta a un individuo con ideología y carácter que no son homologables entre políticos, por mucho que en España hayamos llevado a muy bajos niveles el listón de su encuadramiento. Tengo que decir que habré tomado en toda mi vida media docena de coca-colas desde que conocí este brebaje adictivo, y de esas, ninguna desde que aprendí lo de las multinacionales imperiales.
A Ignacio Aguado, segundón no reconocido sino ignorado, despechado y huero, ha de deseársele, cuanto antes, un prometedor tránsito a la actividad privada: que olvidemos cuanto antes, él el primero, lo patéticas que han sido sus intervenciones tras cada desplante de Ayudo, la tigresa de garras alocadas (que la perderán un día).
Y así llegamos a Inés Arrimadas, lideresa del hundimiento tras el primer, pero solemne, batacazo electoral, que primero pretendió un discurso distinto al del fundador, ya fugitivo, y luego ha tenido que enfrentarse al fracaso sin (casi) precedentes, con lágrimas de incompetencia en los ojos y una teoría conspirativa como consuelo; por no ser capaz de dimitir, como le correspondía, al ser la entera responsable del espectáculo de Murcia y sus bochornosas consecuencias.
Con estas individuales, de neta ambigüedad política, queriéndose reclamar de un centro imposible y pretendiendo ofrecer una alternativa ilocalizable, a esta formación hay que pedirle cuentas de qué hace y de qué va. Porque compartir el poder con un PP que la menosprecia y pone en un brete continuamente, no va a disculpar su responsabilidad en la conducción de las despolíticas antisociales o ambientales de, por ejemplo, Madrid o Murcia, que en la gestión de la pandemia parecen llegar al crimen…
Seguirán el sendero de UPYD, de cuya praxis mentecata no han querido tomar nota, siendo la misma que tenían por delante. Pero, ¿cómo iba a ser de otra forma, si todos estos personajes se reivindican de centro, ese limbo político que, como tal, es inexistente, que sólo seduce a los que, generalmente por comodidad, renuncian incluso hasta a saberse, reconocerse y ubicarse a sí mismos. La gran mayoría de quienes se dicen de centro son de derechas, por supuesto, pero prefieren quedarse en la insustancia por tirria a la izquierda (hablamos de una burguesía apegadísima a la propiedad y la iniciativa privadas, material o intelectualmente), y por pudor a reconocerse en la corrupta, inmoral y eterna derecha española. Lo que les lleva a un centrismo de mera pose, ya que cuando surge la ocasión y huelen el poder, no dudan en optar por la derecha. Y cuando, cosa rara pero que puede suponer alguna vez un chispazo de decencia política, optan por la izquierda, encuentran que no disponen del capital humano básico ni del respaldo ético necesario, y quedan expuestos, con ignominia, a general escarnio
Muerto el perro no se acaba la rabia de los que rabian contra el populismo abanderando y apadrinando la moderación y la sensatez que son estas a su vez la común personificación del populismo fuera de las rimbombantes elucubraciones de los politiqueros paridos por cantarranas, es decir, su acepción natural e implítica de demagocia. Pues no hay nada más demagogo por tanto populista que el centrismo representado por los actores y agentes naranjas que se apropiaban para sí nada más y nada menos que la sensatez.
. . . No se apropiaban de nada. Son un «proyecto» del IBEX 35 % y muy en concreto del Sabadell. . . ¡para estirar el «bipartidismo» más allá de las cloacas, la CEOE y los jueces del régimen!.
Hay que preguntarse de donde salieron, donde estaban y quienes les «colocaban». Todo lo demás está «clasificado» y el «desclasificador», que lo desclasifique. . .¡buen desclasificador será!. La «impunidad», es la señorita de «compañía» de una «dictablanda». . . ¡que ahora se le denomina: Normalidad Democrática!. ¿Por que será?.