Ni pasivos ni exagerados, solo responsables, al año de pandemia
- "El negacionismo vergonzante del gobierno de la Comunidad de Madrid vuelve a ponerse de nuevo en evidencia, esta vez ante la próxima Semana Santa que dice de nuevo que hay que salvar"
- "Parece que lo que sigue primando en esta pandemia es la polarización y no solo en la política, sino también en los medios de comunicación"
- "La única alternativa real en nuestro entorno ha sido la del negacionismo y la inmunidad de rebaño, que donde se ha aplicado ha sido un fracaso"
No comparto el pesimismo pandémico, como tampoco el negacionismo. No hay relajación española ni estricto confinamiento domiciliario europeo, ni tampoco excelencia en el sudeste asiático. A lo largo de este funesto año, no hubo en España ni los cacareados excesos del estado de alarma en el confinamiento domiciliario decretado por el Gobierno central ni posteriormente, en el periodo de control de los brotes y ahora en la gestión de la segunda y tercera ola, la manida relajación por parte de los Gobiernos autonómicos. La simplificación no puede distorsionar el esfuerzo común. Pero sobre todo no puede ser el motivo para el desánimo ni la frustración.
Estamos ante una pandemia con la interacción de múltiples determinantes sociales y ambientales. La debilidad era y es la que ya conocíamos en primer lugar en la salud pública, así como en la Atención Primaria, las residencias y la deslocalización de la industria sanitaria, además de los determinantes sociales y ambientales, de la precariedad laboral, la desigualdad social, la de género y de los factores de riesgo que también afectan en particular a las rentas más bajas.
Aunque está bien que por parte de los medios de comunicación se reconozca, que los ciudadanos de la práctica totalidad de las CCAA, salvo alguna excepción, seguimos sufriendo restricciones de movilidad, aforos y hostelería, y con toda seguridad estaremos así en Semana Santa, desmintiendo con ello el falso relato de la relajación española frente a una supuesta frugalidad europea, que no existió ni existe.
Por otra parte, es normal que a estas alturas, y después de un año de pandemia, la ciudadanía se encuentre agotada en el seguimiento de las medidas restrictivas, los Gobiernos estén cada día que pasa más preocupados por la reactivación de la economía y lógicamente las autoridades sanitarias y los sanitarios sigan presionados por las consecuencias de la tercera ola y alerten de lo que está por prevenir para limitar una inminente cuarta ola.
Porque no hay tal objetivo de salvar la Semana Santa. Se mantiene el cierre perimetral de CCAA y el toque de queda para reducir la movilidad. Muy al contrario, en Asturias y otras CCAA existen unos indicadores en función de los cuales se regulan las aperturas y los cierres, así como los horarios y aforos en el comercio y la hostelería, adecuándonos a la situación epidemiológica.
La única Comunidad Autónoma que ignora sistemáticamente las recomendaciones de salud pública es conocida. Se trata, por si no se habían percatado, de la comunidad de Madrid que lo lleva haciendo ya desde un principio y que es la excepción a la regla.
El negacionismo vergonzante del gobierno de la Comunidad de Madrid vuelve a ponerse de nuevo en evidencia, esta vez ante la próxima Semana Santa que dice de nuevo que hay que salvar. No le basta con haber sido un factor de distorsión durante toda la pandemia. Primero desmarcándose de la posición común sobre el mantenimiento de la apertura de la enseñanza, luego cuestionando el confinamiento, más tarde provocando una desescalada prematura y desordenada y en definitiva primando siempre el mantenimiento de la actividad del comercio y la hostelería sobre las necesidades de salud pública de contención y mitigación de la transmisión de la pandemia.
Mientras tanto, el resto de las Comunidades Autónomas siguen las recomendaciones de sus salubristas, intentando adaptarlas a sus condicionantes económicas y sociales. Por eso, cuando se generaliza hablando de relajación en las CCAA, se las trata injustamente.
En general, trabajan en base a los criterios de salud pública e intentan aplicarlos en una realidad epidemiológica y social diferenciada y cambiante, en el marco común del estado de alarma, conscientes de que lo importante pues no es ser el más estricto y que luego nadie te siga. Se trata pues de adaptar las medidas a la realidad epidemiológica como también a la realidad social.
Sin embargo, parece que lo que sigue primando en esta pandemia es la polarización y no solo en la política, sino también en los medios de comunicación: por un lado con las proclamas teóricas de los llamados expertos, y por otro con la protesta cada vez más airada de los sectores afectados y al frente de éstos el Gobierno de Madrid como portavoz de la oposición de la derecha más dura. Al final, entre tanta confusión, la culpa siempre es de la política. Cuando se restringe la movilidad es poco y cuando se relaja algo es mucho, cuando sin embargo la preocupación debería ser el equilibrio, señalando también los avances logrados junto a las medidas de control.
No existe ya un confinamiento estricto ni corto en nuestro entorno. El nuestro duró bastante más y con una oposición feroz y una desescalada atropellada. Entonces aprendimos que el encierro fue muy útil y que sin embargo provoca complicaciones psicológicas y sociales que es necesario evitar.
Ya a partir de junio de 2020, con la nueva normalidad y la accidentada temporada veraniega de tímido turismo nacional y sucesivos brotes de la pandemia, aprendimos que por el hecho de desescalar antes no se llega primero, y que se corre el riesgo de caer, en apenas dos meses, en una nueva ola pandémica.
No se salvó nada en Navidad, y tampoco se pretendía, con la eterna excepción de Madrid, salvo la retórica inflamada de unos y la dogmática de otros. Se mantuvo entonces el cierre perimetral y solo se flexibilizó, mínimamente y en las fechas señaladas, el toque de queda y el aforo familiar, reconociendo así una realidad inapelable. Mirar hacia otro lado hubiera sido irresponsable. Basta con ver los datos, para darse cuenta que la ola venía de antes, prácticamente desde finales de Noviembre con el Black Friday y el puente de la Constitución, luego hemos sufrido el peor mes de pandemia en cifras de morbimortalidad desde abril del año pasado.
Lo cierto es que tan solo en dos meses de medidas de control y mitigación se ha logrado doblegar la curva, y la expectativa más razonable es que en un tiempo similar al primer estado de alarma de confinamiento domiciliario, logremos ahora los mismos resultados en base a cierres perimetrales, toques de queda y restricción de movilidad, actividades y aforos, sin necesidad de enclaustramiento domiciliario y como consecuencia ahorrándonos sus efectos aún más indeseables en materias tan sensibles como la salud mental o la equidad social, educativa y sanitaria.
Sin embargo, no se lee ninguna rectificación o algún matiz por parte de aquellos que reiteraron que las medidas de restricción de movilidad y aforos eran un parche y que sólo se doblegaría la curva con un estricto confinamiento domiciliario.
Las medidas de alerta, confinamiento y luego de contención y mitigación han sido casi simultáneas y muy similares en toda Europa y América, y salvo la estrategia de inmunidad de grupo en Suecia o Brasil no se ha aplicado una alternativa diferenciada, viable y más solvente. La llamada estrategia alternativa de covid cero solo se han aplicado en algunos países del sudeste asiático y en Oceanía, curiosamente con parecido resultado al de sus vecinos que no las han aplicado, como Corea, Vietnam, Myanmar...No hay diferencias significativas en incidencia y mortalidad. Su éxito no es tampoco un modelo de sanidad ni una política concreta, donde se dan sistemas diferentes, sino opuestos.
En la mayor parte del mundo occidental se ha optado por la contención. Los datos de Europa y América, suponen más de los dos tercios de afectados y fallecidos por la pandemia, mientras que Asia y África en conjunto no llegan al veinte por ciento, cuando el volumen de población es casi el inverso. Todo ello con gobiernos, sanidad y gestión diferentes. Sin lugar a dudas estamos ante la influencia de otros factores socioambientales que no son solo la gestión sanitaria o la salud pública.
Por supuesto, siempre se puede ser más estricto y siempre se puede lograr una incidencia más baja. Y si nos encerramos tres meses en casa, cada uno en una habitación, acabaríamos con el virus. La cuestión es si es posible y efectivo.
La cuestión es hasta cuándo se aguantan sus consecuencias psicológicas y sociales. Además, para garantizarlo no bastan los datos epidemiológicos, se requiere aceptación social de las nuevas restricciones por un escenario posible de esperanza y también contar con la resistencia del tejido económico y para ello de disponer de más recursos económicos, por otra parte siempre limitados.
Los políticos debemos tener en cuenta la ciencia y también la complejidad de sus implicaciones sociales. Para eso tenemos la legitimidad en la toma de decisiones. Los responsables políticos tienen la compleja tarea de conjugar principios y responsabilidad en una realidad y ante una ciudadanía sumida en la incertidumbre. Actuar con equilibrio es mirar la pandemia y su evolución desde la perspectiva de la salud publica, pero también la necesidad de su adaptación y modulación en su aplicación a momentos concretos.
La única alternativa real en nuestro entorno, y a veces en nuestro propio seno, ha sido la del negacionismo y la inmunidad de rebaño, que donde se ha aplicado ha sido un fracaso en términos sanitarios, sociales y económicos. No hay más que comparar el modelo Sueco con el entorno de los países nórdicos para constatar su fracaso.
Con las vacunas hemos pasado del escepticismo a la ansiedad, de nuevo la polarización estéril. Por eso, junto a la buena noticia de la rapidez en la culminación de la investigación con un conjunto de vacunas de alta efectividad y seguridad, ahora vemos ya sus primeros éxitos con la ausencia de nuevos brotes en residencias de ancianos con lo que todo parece anunciar que las vacunas no solo protegen frente al virus sino que además pueden evitar nuevos contagios.
Las palabras del coordinador de emergencias llamando a un nuevo esfuerzo en el próximo mes y medio, tienen la ventaja de combinar el conocimiento y la esperanza.
El negacionismo del gobierno de Madrid no es vergonzante, es vergonzoso. Si fuera vergonzante procuraría disimularlo. Siendo vergonzoso, lo lanza a todos los vientos. A ver si empezamos a dominar la lengua castellana.