Elogio de lo público frente a la tormenta populista

Saludábamos la llegada del nuevo año con la inquietud por la anunciada tercera ola de la pandemia y al tiempo con la esperanza del inicio de la administración de las vacunas, para proteger en un primer momento a los sectores más vulnerables.

Enfrentábamos con ello lo que parecía ser el principio del fin de la pandemia, de nuevo entre el miedo, el cansancio y la esperanza.

Sin embargo, no pasaron siquiera los primeros días, cuando ya aumentó la inquietud y se redujo la esperanza, con el cumplimiento de los oscuros presagios de navidades sobre el fuerte incremento de la incidencia de la pandemia, sumados a la incertidumbre de la aparición de nuevas variantes del virus y a las dificultades operativas de algunas CCAA para poner en marcha con una mayor agilidad la aplicación de las vacunas en las residencias de la tercera edad.

Sin embargo, ni lo uno ni lo otro están siendo tan negativos ni mucho menos uniformes, aunque en el actual clima pesimista lo parezca . Cada día hay más Comunidades Autónomas que utilizaron rápidamente sus vacunas en la línea de las mejores prácticas y también que, aunque a duras penas, aún mantienen relativamente contenida la tercera ola de la pandemia, al menos con relación a nuestro entorno europeo. Pero es que, además, el conjunto del país se encuentra en la media de la aplicación en materia de vacunaciones y con una incidencia de la pandemia incluso menor, aunque con una velocidad de transmisión preocupante que nos está obligando a reforzar las medidas de reducción de la movilidad, así como de horarios y aforos en los locales públicos y por supuesto a redoblar la llamada a la participación y la responsabilidad ciudadana.

Lo que nadie esperaba era un nuevo año que continuase con la tónica excepcional por catastrófica de 2020. Aunque, primero ha llegado el asalto populista bajo dirección fascista al Capitolio y ahora estamos sufriendo los efectos de la excepcional borrasca Filomena, todo ello en el contexto de un duro repunte de la pandemia.

Estamos asistiendo al naufragio del populismo, que precisamente por esa derrota, ha aumentado su capacidad destructiva. Aún padeceremos los peligrosos coletazos de una enfermedad política que no acaba de remitir y que en el próximo futuro, puede poner más en peligro aún a la democracia.

Junto a la sorpresa sobre la dimensión de unos acontecimientos excepcionales, han surgido inmediatamente las dudas sobre la insuficiencia de previsión y seguridad policial en el corazón del imperio y la inmediata puesta en cuestión en nuestro país de la prevención, los medios y servicios de emergencias para enfrentar acontecimientos extraordinarios y catastróficos como las nevadas del temporal Filomena. El cuestionamiento de lo público.

Al margen de las causas de fondo de la reciente borrasca como del asalto al Capitolio, se ha abierto el debate sobre la capacidad de anticipación y de respuesta de los servicios públicos ante las calamidades y los hechos inesperados, poniendo en cuestión de nuevo la relación entre la ciencia y la política, la planificación previa, la coordinación, así como las carencias en los servicios públicos de recursos humanos y materiales adecuados.

Llueve sobre mojado, porque ya estábamos suficientemente entrenados en el escepticismo y la desafección política, con motivo de las distintas fases de la pandemia, en que el relato dominante ha sido un supuesto menosprecio de las indicaciones de los expertos por parte de los gobernantes, la excesiva polarización política y la descoordinación entre las administraciones. Un relato sesgado por las patologías de la antipolítica y el populismo negacionista frente a la complejidad y la incertidumbre, tanto de la ciencia como de la política, con respecto a una pandemia letal de una dimensión sin precedentes en el último siglo.

Se ha convertido ya en un lugar común que la política no hace caso de los científicos, también que los políticos solo actúan con el corto plazo electoral y que por tanto no planifican, que las administraciones se echan los trastos a la cabeza entre sí en vez de cooperar y que unos y otros eluden sus responsabilidades trasladándoselas en última instancia a la ciudadanía.

Todo ello como si la AEMET, que avisó con antelación y exactitud de las fechas y de la dimensión del peligro de la borrasca y la nevada consiguiente, no formasen parte del sistema público, como si no se hubiesen activado los mecanismos de coordinación interadministrativa de protección civil y como si a continuación no se hubiesen tomado las medidas correspondientes en infraestructuras, medios de comunicación y cuerpos de seguridad para prevenir y luego evitar males mayores. No hubo pues tal ignorancia de los informes de los expertos, como tampoco la tan manida descoordinación, sobre todo cuando administraciones de distinto signo político han elogiado la colaboración mutua. Algo también excepcional en un contexto de polarización política, en este caso en positivo, aunque a la hora de la evaluación de los daños haya vuelto la búsqueda habitual de la confrontación por parte de la derecha madrileña. Y luego dirán que los nacionalistas son los otros.

Se trata de una visión dogmática del conocimiento científico, también inseguro, de un prejuicio conscientemente construido sobre la política que obvia la complejidad de conciliar intereses y decidir en la incertidumbre y que busca agitar una exigencia ciudadana de seguridades absolutas precisamente en tiempos de inseguridades, sobre todo ante las catástrofes epidémicas, meteorológicas y las crisis de seguridad. Una estrategia populista que los conduce a su propio fracaso cuando gobiernan, pero que deja tocadas las bases políticas e intelectuales de la democracia. (Son como un cemento aluminoso).

Lo ocurrido recientemente en la sanidad y los servicios sociales ante la tensión excepcional de la demanda a causa de la pandemia lo ha puesto también en evidencia. Porque ante todo, nuestros sistemas de urgencias y emergencias no se pueden evaluar a la luz de las situaciones excepcionales y catastróficas de una dimensión sin precedentes. Su funcionamiento debe adecuarse y por tanto evaluarse ante calamidades previsibles, y una enorme nevada en España, sin precedente en medio siglo, no lo es. Al contrario por ejemplo de las inclemencias del tiempo del invierno o los incendios forestales de cada verano e incluso de los grandes accidentes de todo tipo.

Nosotros no podemos ni debemos tener ni las infraestructuras ni los medios frente a grandes nevadas que por ejemplo tienen hoy Canadá o Nueva York, donde estos problemas extremos se repiten cada pocos años o incluso cada invierno.

Eso no quiere decir que una vez superada la emergencia no sea necesario analizar las debilidades de la respuesta y en su caso delimitar responsabilidades, así como proponer medidas organizativas y disponer de mayores y mejores recursos humanos, materiales y tecnológicos para su mejora.

Por eso es necesario recordar que para hacer frente a estas crisis y emergencias esperables, los recortes presupuestarios sufridos a raíz de la crisis financiera y las políticas de austeridad, han tenido como consecuencia un fuerte impacto negativo en el sostenimiento y renovación de las infraestructuras y equipamientos, así como en la escasez de medios de los servicios públicos destinados a dar respuesta a estas necesidades sobrevenidas.

Aunque el problema estructural es nuestro débil Estado del bienestar (o más bien de medioestar) con un bajo gasto social en relación a la media europea, así como la insuficiencia de la inversión pública en el sostenimiento y la renovación de nuestras infraestructuras y equipamientos. De nuevo se pone en evidencia una vez más la debilidad de nuestro sector público.

Todo ello debido a una fiscalidad totalmente insuficiente para financiar un Estado Social y de bienestar digno de tal nombre, debido tanto al volumen del fraude fiscal y de la economía irregular, como al propio sistema impositivo, que pivota sobre el IRPF y los impuestos indirectos y en mucha menor medida sobre los impuestos de sociedades, plusvalías, en especial de las grandes multinacionales tecnológicas, así como sobre el patrimonio y las sucesiones.

Porque la paradoja de las administraciones madrileñas que hoy claman por la declaración de zona catastrófica, es que mientras sigan proclamando el mito del infierno fiscal de unos pocos de manera que sea asumido por muchos, no habrá recursos para tener un Estado mínimamente protector ni mucho menos previsor.

En definitiva, este planteamiento ideológico populista que denosta al sector público, la política, la participación y la corresponsabilidad ciudadana, elogia sin embargo como heroica cualquier iniciativa individual.

Es el mismo elogio que pretende diferencial a los profesionales sanitarios del sistema de salud o a los educadores de la educación pública, sin tener en cuenta que lo público y el civismo son complementarios y no excluyentes en una democracia social como la nuestra.

Un elogio del héroe individual frente al deterioro de lo público. No por casualidad los héroes populistas son personas situadas sobre la historia y así se ven.