DOMINGO
La internacionalización del conflicto saharaui y la afrenta de Trump
- "Trump anuncia el reconocimiento de Estados Unidos de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental"
- El verdadero cambio viene de lo formal, de cómo Trump ha ninguneado de forma tan evidente a las propias Naciones Unidas"
- "El Gobierno de coalición habrá de posicionarse en política exterior, tiene la oportunidad de hacerlo, también puede escoger la otra opción, esconder la cabeza"
Donald Trump anunciaba el pasado jueves un acuerdo que pone la guinda a su mandato en política internacional. Unas semanas antes de abandonar la Casa Blanca, proclamaba el reconocimiento de Estados Unidos de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, el primer estado en reconocer algo así, mientras desde las propias Naciones Unidas se sigue apostando por la solución a este conflicto aplicando el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui. La decisión del presidente norteamericano es contraria el Derecho Internacional.
Al mismo tiempo, Marruecos emprende relaciones diplomáticas con Israel. Aunque desde los palacios de Mohamed VI se apresuran hablando del reconocimiento a los dos estados, Israel y Palestina, este anuncio ya ha causado disgusto en buena parte de la sociedad marroquí, unida por vínculos religiosos, culturales y sentimentales con la causa palestina. Por otro lado, ya se empieza a visualizar cómo Arabia Saudí ha participado en la normalización de esta nueva relación israelí-marroquí, en su empeño de mejorar las relaciones con los israelís y hacer frente común contra Irán y su círculo de influencia. Viaje desde Estados Unidos a Arabia Saudí, con paradas en Marruecos e Israel. Un cuadrilátero que ayuda a comprender cómo se conforman las relaciones de poder geoestratégico en el siglo XXI.
Como si se tratara de una broma macabra, en el momento en el que Trump anunciaba en Twitter esta maniobra en clave internacional, la ministra de Exteriores española, Arancha Gonzáles Laya, se encontraba en Ramala reunida con el presidente palestino, Mahmud Abás, y su homólogo Riad Al Malki. Pocas horas después, se anunciaba la suspensión de la reunión de alto nivel entre gobiernos español y marroquí que se celebraría en el país magrebí el próximo 17 de diciembre. La versión oficial habla de que el motivo de esta cancelación tiene que ver con la pandemia y las medidas de seguridad para evitar la propagación de la covid-19. Otros medios hablan de que la salud del monarca alauí pasa por un momento delicado, enfermo de una grave afección respiratoria. Sin embargo, nadie puede evitar chocarse con el elefante. La cuestión saharaui se convertía en un tema a tratar en la cumbre bilateral, justo cuando se daba un salto cualitativo en la internacionalización del conflicto. Además, Marruecos había violado el alto el fuego el pasado 13 de noviembre y desde entonces el Frente Polisario había declarado el estado de guerra.
Como el hidalgo de El Lazarillo de Tormes, que hambriento sale de su casa paseando con un mondadientes para hacer ver que ha comido, aunque no lo haya hecho, para aparentar que no es tan pobre como en realidad es, el Estado español sale a paseo por la política internacional intentando que parezca que tiene algo que decir. Desde Madrid, sin embargo, se renunció a tener voz propia y diferenciada en política exterior hace demasiado tiempo. Aún así, todo lo que incumba a la excolonia española apela al Estado español. Este sigue siendo la potencia administradora que debe velar por hacer efectivo el proceso de descolonización. Jurídicamente, sigue siendo responsable de que se cierre el periodo colonial en África.
Pedro Sánchez, preguntado esta semana por esta cuestión, solo acertó a decir dos afirmaciones. El presidente sigue apelando a las resoluciones de Naciones Unidas y enmarca en esta organización la resolución del conflicto. Por otro lado, se apresuró a asegurar que las relaciones bilaterales entre España y Marruecos son “excelentes”. El Gobierno de coalición habrá de posicionarse en política exterior, tiene la oportunidad de hacerlo, pero también puede escoger la otra opción, esconder la cabeza, como la avestruz, hasta que escampe el temporal, si es que estampa, pues la cuestión saharaui entra ahora en un estadio desconocido.
La soflama de Trump de esta semana es una afrenta a la propia naturaleza de la Unión Europea. El presidente estadounidense, al incluir los Territorios Ocupados del Sáhara Occidental como parte de Marruecos, arremete contra el Derecho Internacional, pero también contra el multilateralismo como forma de resolver consideraciones internacionales. Y esto es la naturaleza de la Unión Europea, la apuesta por un foro multilateral como actor político internacional.
Al fin y al cabo, lo acontecido no es nuevo en líneas generales. El entendimiento entre Marruecos y Estados Unidos no es nuevo. Como tampoco lo son las buenas relaciones militares y económicas entre Marruecos e Israel. Que Arabia Saudí siga en su carrera por la hegemonía en el mundo árabe no es sorpresivo. El verdadero cambio suscitado en los últimos días es que lo que hasta ahora se producía bajo manga, con disimulo y sin taquígrafos, Trump lo ha hecho a gritos y berridos. Es el modo Trump, las últimas exhalaciones antes de abandonar la Casa Blanca. El verdadero cambio viene de lo formal, de cómo el presidente de los Estados Unidos ha ninguneado de forma tan evidente a las propias Naciones Unidas.
Habrá que ver hasta dónde llegan estas exclamaciones que pueden cambiar la forma y los modos, no tanto la sustancia, de cómo ejercitar las relaciones internacionales. Es una afrenta al multilateralismo, un premio a los chanchullos a escondidas, al as en la manga. Quizás esta sea la primera lección que podamos aprender del momento histórico en el que el conflicto saharaui más internacionalización ha conseguido: el reparto de los recursos naturales del Sáhara Occidental, de la influencia y control de la entrada al Mediterráneo, cada vez tiene menos que ver con lo que se acuerde en Naciones Unidas. Quizás las Naciones Unidas cada vez tengan menos que ver con el mundo del año 2020.
Todavía faltan piezas que no se han movido en este tablero de ajedrez. Cuál será el papel de Reino Unido, liderado por un personaje como Boris Johnson, ansioso de tener una política exterior propia y de participar en las decisiones internacionales tras el Brexit. Cuál será la reacción de la Unión Europea. Hasta qué punto Rusia se moverá ante el protagonismo estadounidense. Sabremos si China tiene algo que decir… Y sobre todo, qué puede hacer Argelia, firme defensor de los saharauis y antagónico de Marruecos en el norte de África. Cuál será la reacción de las autoridades palestinas y cómo encajará el mundo árabe la cada vez mayor asimilación de Israel. Ante lo que viene, en cuartopoder hemos querido recoger, en este artículo de Miguel Muñoz, un repaso por cómo la legalidad internacional se ha expresado durante décadas sobre la cuestión saharaui.
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Desde el momento en que la antigua colonia/provincia española de Sahara occidental aparecieron recursos minerales, USA, de la cual España era colonia, tomó el mando, mientras que la URSS (eran tiempos de la guerra fría) apoyaba tímidamente a los saharauis nacionalistas de su propio territorio, que lo pagaron contra España.
Cuando el dictador estaba en la últimas, USA movió ficha por medio de otra colonia suya, Marruecos, entonces y desde entonces gobernada dictatorialmente para que sucediera a España que iba a perder el ser gobernada por otro dictador a sus órdenes, con la contrapartida de apoyar al sucesor del dictador en sus pretensiones de constituirse en el restaurador de la monarquía, la oprobiosa y denigrante monarquía, en España.
Los saharauis carecen de apoyo en todos los foros, pese a contar con la amistad de Argelia, Rusia y algunas organizaciones de izquierdas españolas. No tienen nada que hacer, salvo enrocarse y seguir rumiando sus desgracias en medio del desierto.
Es una pena, pero mientras quede algo de valor en su territorio, no les dejarán disfrutar de él.