Políticas de la urdimbre: tejer Madrid
- "Hay ya voces que están reclamando la necesidad de rearticular un espacio político en Madrid desde la izquierda"
- "El material humano político en Madrid es complicado y tormentoso. Pero las instituciones son importantes, la izquierda no puede renunciar a ellas"
- "Se trata de hilar, de tejer los cuerpos sociales de la ciudad. Hacer de Madrid un laboratorio de experimentación"
Sin embargo, hoy por hoy las ciudades parecen vivir fuera del tiempo, o por lo menos siguiendo uno propio, que es ajeno al de sus ciudadanos. Fueron, asimismo, la creación cultural del ser humano para huir de la intemperie, del infierno. En las ciudades descubrimos y aprendemos a reconocer el quién y el qué no es infierno, pero rodeados por él. Antaño existían muros que delimitaban, señalaban dónde estaba. Sin embargo, ahora las ciudades no albergan muros, se expanden sin control y le arrebatan espacio a la intemperie, y se convierten en ella, en nuestro propio infierno, en aquello que habían expulsado.
China Miéville
La desescalada ha desnudado muchas cosas. O, mejor dicho, los modos de habitar la desescalada han dejado al descubierto distintas composiciones de realidad. En un primer plano, las formas heterogéneas de eso que Michel Foucault llamaba “gubernamentalidad” han oscilado entre la voluntad, la contención, la improvisación, la irresponsabilidad y el fracaso. Nuestra malla institucional, siempre precaria y sometida al combate permanente entre fuerzas sociales y económicas, ha resultado ser menos compacta de lo esperado, menos salvífica. A pesar de los esfuerzos orientados a mantener a raya la alerta sanitaria, los contagios siguen propagándose y la pobreza y la desigualdad crecen. Nada termina de conjurar una solución perdurable. En otro orden de realidad, los partidos políticos han seguido interviniendo desde sus estructuras zombis, desanclados de los mundos materiales, desarraigados de la vida ordinaria, incapaces de articular otra respuesta que no fuera la permanente disputa por el relato mediático. Buena parte de la prensa hegemónica, de las televisiones, de las radios, lejos de contribuir a la extensión de una comunicación responsable, radicalmente cívica, se han engolosinado con la experticia biomédica, el pandemónium y sus formas de representación. El Capital ha presionado para que la maquinaria no pare, para que los procesos de “acumulación por desposesión” (David Harvey) continúen en medio del desastre, a costa incluso de la salud de aquellos a quienes transforman en mercancía y explotan. Mientras, las pequeñas y medianas empresas, los autónomos, las economías informales, las unidades más quebradizas de la producción social, bracean como pueden para seguir a flote. Los movimientos sociales, los ecosistemas artísticos y culturales, la ayuda mutua, por su parte, bastante tienen con sobrevivir y encarar la emergencia que les atraviesa. El sufrimiento se extiende, la impotencia aumenta, y los territorios perseveran en su desconcierto.
Luego está Madrid, una especie de planeta ensimismado, escenario de una confrontación obscena, descarnada y salvaje, donde pugnan dos sustancias antagónicas. De un lado, eso que algunos y algunas denominan “necropolítica”. Ese modo centrípeto de supeditar la salud, la vida y el entorno al interés de las élites. Por otro, el desordenado y centrífugo pluriverso de la “autoprotección de la sociedad” (que diría Karl Polanyi), es decir, todos esos procesos sustentados en una suerte de “economía moral de la multitud” (E.P. Thompson). Soy consciente de que esta dicotomía es reduccionista, poco refinada en términos intelectuales, pero a veces la ferocidad de lo real es tanta, que se nos vuelve casi imposible jugar con sutilezas teóricas, y nos obliga a tomar partido por alguno de los imaginarios en disputa. En Madrid, más que en ningún otro lugar de España, parecen contraponerse hoy un bloque histórico de corte “trumpista cañí”, encarnado en el gobierno del PP-Cs-Vox y sus bases sociales y culturales, para quienes parece inevitable dejar morir a un segmento de la población (en aras de la economía). Este bloque, aunque presenta algunas leves discordancias internas, se muestra orgulloso de su patrimonio neoliberal, de su herencia post-franquista, de su hybris bienestante, y se siente legitimado para pasar a la ofensiva sin escatimar esfuerzos. Enfrente, un conglomerado disperso, contradictorio, desarticulado, donde conviven de modo problemático retóricas reformistas, comunitaristas, humanistas, autónomas, socializantes, en infatigable autocrítica, y en constante guerra entre ellas mismas. Pocas cosas les unen, más allá de ese rechazo ético a la crueldad y el abandono, así como al “sálvese quien pueda”.
Como persona que se siente concernida por su medio, y como ciudadano de esta región del mundo posicionado contra esa “necropolítica”, intento rastrear entre lo que me rodea hilos que permitan componer alianzas. No se trata de buscar atajos, ni recetas, sino más bien contribuir a un debate colectivo que ayude a remendar los tejidos de lo vivo, las hebras de ciudad. Hay ya voces que están reclamando la necesidad de rearticular un espacio político en Madrid desde la izquierda. Ponerse manos a la obra para construir una alternativa, una agenda común, creíble, de cara al próximo ciclo electoral. Yo creo que esto es muy importante, y se necesitan pasos urgentes en esa dirección, pero se me antojan además otras dimensiones donde necesitamos trenzar eso que llamo “políticas de la urdimbre”. Sin que suene pretencioso, me refiero a procesos de “corte y confección política”, no dogmáticos, respetuosos de la diversidad, donde diferentes agentes, agendas, actores, sectores, iniciativas y proyectos, se retroalimenten entre sí y se doten de estrategias con un solo objetivo: ofrecer experiencias y prácticas redistributivas que pongan en el centro la justicia social. ¿Cuáles podrían ser algunos de esos tejidos que hilar? De modo intuitivo se me ocurren cinco.
Los tejidos comunitarios. Hacer un esfuerzo por poner en diálogo, en sincronía, en coalición, diferentes reclamos que proceden de los barrios y los cuerpos profesionales que están en primera línea de fuego contra la emergencia social y sanitaria. Hilar, por ejemplo, los restos de las despensas solidarias con las protestas de enfermeros/as de atención primaria, profesores/as de centros públicos, las luchas antirracistas y antifascistas, el movimiento feminista, y las nuevas formas de sindicalismo social (véase sindicatos de inquilinos, de manteros y lateros, de trabajadoras del hogar), los centros sociales autogestionados, el movimiento vecinal. ¿En qué medida estas diferentes iniciativas podrían cooperar más intensamente entre sí? ¿Qué clase de procesos abrir para que se retroalimenten y se fortalezcan las unas a las otras?
Los tejidos culturales. Contribuir a componer plataformas, protestas, reivindicaciones y agregaciones de demandas entre los entornos creativos, artísticos y socioculturales. Teatro, danza, música, pintura, literatura, videoarte, cine, performance, salas de concierto, galerías de arte, museos, centros experimentales de creación, bibliotecas, librerías, etc. Un sinfín de realidades que han sufrido y siguen sufriendo de manera injustificada el abandono institucional tanto por parte del gobierno central como del autonómico. Madrid cuenta con un tejido rico en este ámbito y una parte de su identidad radica, precisamente, en la vitalidad de ese tejido. Ahí dentro hay un depósito de indignación con gran capacidad para producir solidaridades y narrativas rupturistas. Lo que falta son procesos de hilado.
Los tejidos cognitivos. El ancho mundo del precariado universitario, investigador, académico, científico, socioeducativo. Eso que llaman el “cognitariado”. Una miríada de gentes que han visto recortadas sus posibilidades de estabilización dentro del raquítico sistema de investigación español. “Sin Ciencia no hay futuro”, repetían en una protesta hace poco. Madrid está muy lejos de ser una región donde el conocimiento juegue un papel decisivo en la morfología social y económica, pero acumula una cierta densidad de espacios vinculados con la ciencia y la tecnología. Las humanidades, las ciencias sociales, las ciencias naturales, abiertas al diálogo interdisciplinar más allá de la especialización, constituyen también territorios fértiles para la politización y el trenzado del descontento.
Los tejidos políticos. El campo de la izquierda política (partidaria y sindical) en Madrid está machacado. Parece tierra quemada. La derrota electoral en mayo de 2019, las luchas intestinas entre Podemos, Más Madrid, En Pie, el Carmenismo, la propia Federación Socialista Madrileña, los sindicatos mayoritarios respecto de los minoritarios, han pulverizado cualquier forma tendente a la alianza estratégica y la competición virtuosa. Prima la desconfianza mutua, el resentimiento, la huida de las instituciones, el repliegue identitario, el dogmatismo, el “no querer echar la vista atrás”. Falta generosidad, empatía, voluntad de engendrar agendas compartidas que huyan, esta vez, de fórmulas convergentes que se han demostrado fallidas. El material humano político en Madrid es complicado y tormentoso. Pero las instituciones son importantes, la izquierda no puede renunciar a ellas, se hace necesario hallar el modo de enfrentarse a un monstruo que tritura cuerpos, reblandece voluntades, y somete a una terrible exposición mediática a quienes deciden participar en ellas. Hay espacio aquí también para trenzar complicidades, apoyos mutuos y buscar mínimos comunes orientados al despliegue de políticas regionales y locales dirigidas a la justicia social. La propuesta que recientemente lanzaba José Haro, activista y antiguo militante de Ahora Madrid, parece sugerente.
Los tejidos económicos. El Gran Capital (y sus organizaciones representativas) ya sabemos de qué lado están. La necropolítica es su producto más refinado, casi su fundamento, diría. Si consiguen instalar en el imaginario colectivo esa metafísica, habrá poca posibilidad de contraponer otra experiencia de mundo. Pero no toda la actividad económica en Madrid está en manos del Gran Capital. Hay una urdimbre de pymes, de entidades de economía social y solidaria (cooperativas, sociedades anónimas laborales, fundaciones, asociaciones, etc.), de comunes urbanos, de autónomos, de agrupaciones productivas vinculadas con los servicios, el comercio minorista, la restauración, los cuidados, que están esperando poder hacer más visible su voz, sus necesidades y sus alternativas. Estos tejidos son débiles, complejos, contradictorios, y casi siempre han tenido que remar en condiciones muy adversas, pero también aquí hay un pozo de descontento (y, al mismo tiempo, de energía) que bien pudiera ser vertebrado desde una propuesta política. Estas gentes ven como día a día (y eso que los ERTES ha permitido subsistir a muchos de ellos) sus negocios se van al traste, abriéndose ante ellos un horizonte poblado de sombras.
Estos diferentes tejidos pueden verse como debilidad o como potencia. Yo creo que son, ante todo, ventanas de oportunidad, “nuevos sujetos políticos” (Ángel Calle) que están ahí, y con los cuales se necesita trabajar políticamente. Se trata de hilar, de tejer los cuerpos sociales de la ciudad. Hacer de Madrid un laboratorio de experimentación. Eso sí, con los ritmos, las formas, los modos que esa misma realidad plural precisa. Ir muy pegados a sus necesidades, sus voces, sus propias contradicciones. Los tiempos de las “máquinas de guerra electorales” y la mera comunicación política tuvieron su momento. Ahora, me temo, la coyuntura es distinta.
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