CHILE

El Interregno Global

  • Ante recesiones económicas y pérdida de legitimidad de los sistemas políticos, la polarización es una estrategia que produce monstruos
  • Es difícil encontrar un caso más paradigmático que el del chileno Piñera: el dogmatismo es tal que prefirió llevar a su coalición a una crisis antes que ceder
  • La posterior llegada de la pandemia de covid-19 no ha hecho más que demostrar la crueldad de la desigualdad que décadas de neoliberalismo cimentó

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Víctor Ramos y Antonia Orellana, Convergencia Social,  Frente Amplio Chile

A lo largo de la última década hemos vivido una serie de crisis sociales, políticas y económicas junto a una gran y larga recesión producto de la crisis financiera del 2008. Estas crisis son el terreno sobre el que la pandemia de la covid-19 y la recesión económica asociada a ella se despliegan hoy, acelerando de forma dramática una nueva recesión que ya se veía en el camino con anterioridad a la propagación del virus.  Esto se suma al profundo malestar y crisis de representación de las instituciones, agudizadas en la última década, configurando un escenario de cambio de ciclo político, económico y social, cuyo curso definitivo está aún lejos de tomar cuerpo. Hay varias posibilidades, que varían desde un capitalismo aún más distópico fortalecido por cada vez más movimientos reaccionarios hasta posibles escenarios de apertura para proyectos emancipadores y de profundización democrática que logren poner en razón los poderes salvajes que el mercado desata, restableciendo vínculos comunitarios que la crisis sistémica ha revelado como cruciales, pese al distanciamiento social y las cuarentenas.

Atravesamos ese interregno que describió Gramsci en la naciente década del ´30 cuando, desde la cárcel, analizaba el colapso de la primera mundialización liberal y el auge del movimiento fascista italiano, del nacionalismo alemán y el desarrollo de la URSS. Los cambios vertiginosos por salidas a la crisis liberal de esa primera mitad del siglo XX no son fenómenos que vayan a reeditarse automáticamente en el presente, pero debemos considerarlos en perspectiva histórica: ante recesiones económicas y pérdida de legitimidad de los sistemas políticos, la polarización es una estrategia que produce monstruos. La diferencia, claro está, es que la dominación subjetiva bajo la globalización neoliberal, a diferencia del resto del siglo XX, trajo cambios sustantivos como el tránsito de una ética del trabajo hacia una estética del consumo, una mercantilización de todas las esferas de la vida y un capitalismo que pone cuenta regresiva de forma acelerada al planeta tal como lo conocemos.

El resultado de estas décadas de dominación neoliberal es muy claro: un pequeño grupo de multimillonarios son los grandes ganadores frente a una mayoría de personas sometidas a vivir bajo el riesgo, la inseguridad y la precariedad, “El descenso de las rentas del trabajo durante el periodo 1981-2012 fue, pues, de un 5,5% en EEUU, un 6,9% en la UE- 15, un 5,4% en Alemania, un 8,5% en Francia, un 7,1% en Italia, un 1,9% en el Reino Unido y un 14,6% en España”, describía Vicenç Navarro como ejemplo de la pérdida de ingresos y bienestar de las clases trabajadoras y populares a ambos lados del Atlántico norte. Este relato hegemónico de los últimos cuarenta años surge con fuerza en medio de la crisis del petróleo en los 70, el ocaso del periodo de reconstrucción de posguerra y las tensiones de un mundo bipolar, que en América Latina se resuelve con la imposición de sangrientas dictaduras, en particular la chilena, donde se implementa sin cortapisas el modelo neoliberal, hijo del fallido proyecto enterrado en la primera mitad del siglo XX. 

Como símbolo del neoliberalismo global, Chile vive desde el 18 de octubre de 2019 un inmenso estallido social gatillado por el gobierno derechista de Sebastián Piñera, que se negó a echar pie atrás a la subida del ticket del metro en $30 pesos. La consecuencia fue una enorme revuelta nacional durante meses contra el modelo y el gobierno: “No son 30 pesos, son 30 años” era uno de los lemas más reiterados por enormes movilizaciones que se vivieron junto a graves violaciones a los derechos humanos, centenares de personas con mutilaciones oculares y varios fallecidos producto de los disparos de la policía nacional y fuerzas militares. A un terrible precio se abrió un proceso de cambio constitucional inédito, cuestión a la que los gobiernos neoliberales previos se habían cerrado completamente. La posterior llegada de la pandemia de covid-19 no ha hecho más que demostrar la crueldad de la desigualdad que décadas de neoliberalismo cimentó y que estalló ese 18 de octubre, donde sectores populares se organizan en sistemas de alimentación comunitarios, “ollas comunes”, para enfrentar la ausencia de protección social y el hambre, mientras multimillonarios saltan controles sanitarios en helicópteros, al tiempo que despiden trabajadores amparados en “leyes de protección al empleo”, y retiran y distribuyen enormes utilidades entre sus accionistas.

Distintas expresiones de malestar emancipador y democrático ante el neoliberalismo se repiten en otras latitudes y momentos con sus propias particularidades. Semanas antes de que se perdiera la trazabilidad del virus, las mujeres en Chile vivían la más grande manifestación de su historia el 8 de marzo.  En otro de los países símbolo del neoliberalismo, Estados Unidos, la revuelta que produjo el asesinato de George Floyd tiene proyecciones aún desconocidas. Pero aún en medio de estas chispas no podemos dejar de mirar la contracara de la respuesta antineoliberal, en particular los populismos reaccionarios, que gozan de un poder que hace diez años atrás era poco imaginable. Liderados por peligrosos caudillos como Donald Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro, Matteo Salvini, Viktor Orban, Nayib Bukele o Sebastián Piñera, son un tipo de respuesta por derecha de los sectores oligarcas a la crisis de arrastre, echando mano a relatos atávicos de nación, estereotipos de género, tierra, pertenencia, punitivismo, construcción de enemigos internos y relatos anticosmopolitas contra el “globalismo”. Dirigen hábilmente la rabia y el malestar de las mayorías que perdieron estatus y bienestar durante la globalización hacia las personas migrantes, las feministas y las disidencias sexuales o las instituciones globales que velan por el cumplimiento de los derechos humanos. También conducen la rabia hacia la política como una actividad corrupta en sí misma, por lo cual se presentan como empresarios o paradójicamente como antipolíticos. Cualquier elemento que permita construir un enemigo interno o internacional, que no sea por ningún motivo la acumulación de riqueza de la oligarquía y la precariedad de las mayorías. Esta escapada hacia adelante de los populismos reaccionarios en medio de la pandemia covid-19, ha implicado costos enormes en vidas y riesgo para los pueblos que gobiernan.

Un interregno global lleno de incertidumbres en que la protección pública y social, aquello que el mercado ha privatizado y reducido al sálvese quien pueda pagar, resulta fundamental para la vida de las mayorías.  Su abandono a la lógica de la mercantilización por parte de los neoliberalismos progresistas como explica Nancy Fraser, permite la reacción por derecha de oligarcas que buscan enfrentar la cara cultural y social (cosmopolita) de la globalización, manteniendo intacto el régimen económico más allá de falsas promesas proteccionistas. En ese contexto es que los proyectos emancipadores (feministas, socialistas, anticoloniales, antirracistas, ambientalistas) deben mirar con atención el cuadro que se abre: el neoliberalismo buscará superar esta crisis con más neoliberalismo, arrastrando al mundo a un proceso de desorden y desastres constantes difíciles de contener, blindado por una élite que vive desacoplada del resto del planeta. Es difícil encontrar un caso más paradigmático que el de Sebastián Piñera: el dogmatismo neoliberal de su gobierno es tal que prefirió llevar a su coalición a una crisis antes que ceder con medidas que no fueran créditos y ajuste.

Se vuelven así fundamentales estrategias progresistas como las que levantan banderas por una renta básica universal más allá de la coyuntura, sistemas nacionales de cuidados o la reciente propuesta de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional (ICRICT) con medidas globales para una carga fiscal progresiva, por mencionar un par de ejemplos que evitan el repliegue a la austeridad fiscal que tanto dolor ha causado. Pero lo anterior es imposible sin el fortalecimiento de una estrategia anticapitalista, desde abajo, que construya comunidades conectadas y solidarias, evitando que las medidas progresistas queden sin bases con que revertir al neoliberalismo en sus múltiples dimensiones, y menos aún dejar el campo social abierto a los monstruos reaccionarios que no pasan precisamente por su momento más débil. La independencia civil no se logrará empujándola solo por la vía institucional: su condición de posibilidad se dará en la medida que se profundice un modo de vida basado en relaciones de cuidados y no por el simple intercambio de mercancías.

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