FOTOCHOP (XXII)
Brooks estuvo aquí
- "La Comunidad de Madrid había decidido dar sepultura a 59 ciudadanos fallecidos por coronavirus... que no han sido reclamados por nadie"
- "Si el umbral de nuestro testamento vital ha caído desde el anhelo de inmortalidad a que por lo menos te reclamen en la morgue para que puedan darte sepultura, es que algo estamos haciendo mal"
Supongo que cuando uno palma, las cosas, todas, dejan de tener importancia. La nada es la nada y no está sometida a los rigores de la vanidad, del éxito, de la envidia, del a menudo estruendoso fracaso. A los muertos todo eso les importa una mierda precisamente porque están muertos y porque un muerto pasa de gilipolleces. No es menos cierto que el anhelo de dejar rastro, algo que justifique este azaroso transcurrir, va impreso a fuego en nuestro ADN. Así debió sentirlo el hombre -o la mujer- de Java cuando se untó las manos con la sangre de su última presa y las plantó en la pared de una profunda cueva para que otros las vieran miles y miles de estaciones después.
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Brooks Hatlen pasó los últimos lustros de su vida arrastrando el carrito de los libros en la prisión de alta seguridad de Shawshank. No sabemos por qué se encontraba allí, desconocemos la naturaleza de su crimen, o por lo menos yo no lo recuerdo. Lo que nos cuentan de él en Cadena perpetua es que convive con un grajo y que según Morgan Freeman está “institucionalizado”, esto es, que no sería capaz de sobrevivir lejos de la seguridad que le proporcionan los muros de la prisión. Y así fue. Cuando después de medio siglo entre rejas le pusieron en libertad soltó al cuervo, se puso a trabajar en un supermercado y cuatro días después se colgó de una de las vigas de la habitación en la que se alojaba porque no aguantaba más. Antes utilizó una navaja para cincelar sobre el travesaño de madera que serviría de soporte a su cadalso la frase “Brooks was here”, tal cual hizo su antepasado de las cavernas miles de años atrás.
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Este martes El Mundo publicaba que la Comunidad de Madrid había decidido dar sepultura a 59 ciudadanos fallecidos por coronavirus, la mayoría de más de 65 años, que han estado desde finales de abril en un frigorífico del Instituto Anatómico Legal de la Ciudad de la Justicia y que no han sido reclamados por nadie. De los 59, 40 murieron en hospitales y 19 en residencias de mayores. Soy incapaz de aventurar consideraciones morales sobre situaciones y vidas que desconozco por completo, pero me atrevo a decir que sería un trabajo periodístico de Pulitzer poner cara y contexto a los protagonistas de tan perturbadora noticia. No hay que ser Boyero para pronosticar que con la dirección y producción adecuadas podríamos estar ante una serie de éxito en Netflix, que, en definitiva, es lo único que importa en un mudo en el que todo cristo lleva a todas horas la pared 4G de su maldita caverna en el bolsillo por si le entran ganas de ‘pintarla’ y, de paso, hacerse con un puñado de “me gusta”, que es la versión moderna de marcarse un bisonte en las cuevas de Altamira.
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Cuando me enfrento a esta truculenta historia me pongo en lo peor, en situaciones de abandono, de soledad no deseada, de quiebras emocionales desgarradoras. Pero ¿y si no fuera así? Como podría decir una canción de Sabina, desaparecer sin dejar rastro sería la peor condena para un escritor vanidoso o para un inventor plagiado y ninguneado, pero no para un poeta famélico que lo dejó todo por un mal amor o para Fabrizio, un confidente que ha sobrevivido a la persecución de la mafia calabresa durante los últimos treinta y seis años, o para el maldito bibliotecario que, simplemente, está más feliz que un cinco comiéndose las lentejas solo.
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Si el umbral de nuestro testamento vital ha caído desde el anhelo de inmortalidad a que por lo menos te reclamen en la morgue para que puedan darte sepultura, es que algo estamos haciendo mal.
Que la gente que no quería morirse sola se muera sola y nadie la reclame resulta descorazonador… O al menos eso pensaba al empezar la columna…
Bien dicho Paskual!! Putos bibliotecarios