El virus y el reloj. Mapa del pensamiento ante la pandemia
- ¿Qué están diciendo los pensadores sobre la pandemia?
- "Si el fascismo pasa la cuenta a la razón burguesa, la covid-19 le pasa la cuenta a nuestra sociedad neoliberal"
- "Ojalá este virus sea la oportunidad de volver a demorarnos en los individuos y sus necesidades, pero para reconstruir ese tejido desde la pasión común de actuar juntos"
De un modo peculiar, la totalidad siempre reaparece cuando uno menos se la espera. He aquí que de pronto tenemos el planeta paralizado por una emergencia sanitaria que producirá una crisis económica y que, en consecuencia, obliga a movilizar medidas políticas inauditas. De pronto, salimos del ensimismamiento porque hay algo en el centro: recordamos que tenemos un mundo común. Estamos, dicen, ante la mayor interrupción de la normalidad y la vida cotidiana desde las dos guerras mundiales.
Ante algo así, el pensamiento necesariamente se agita. Han surgido webs que recogen textos y artículos sobre el tema; incluso acaba de editarse Sopa de Wuhan, una compilación de “pensamiento contemporáneo en torno al COVID 19”. ¿Qué están diciendo los pensadores sobre la pandemia?
La pandemia es, en primer lugar, un punto de cruce entre determinaciones naturales y determinaciones sociales, señala Alain Badiou. Esto significa que, aunque el virus como tal sea un fenómeno biológico, cómo afecte éste a las poblaciones dependerá de numerosos condicionantes sociales. Significa, también, que se abre la veda para reeditar diversas variantes de la llamada “dialéctica de la Ilustración”: tras el proceso de tecnificación, dominio y desencantamiento del mundo, la razón deviene mitología y la “Naturaleza” olvidada retorna. Es la inspiración del antropólogo Michael Taussig cuando escribe que cisnes y delfines toman los canales de Venecia mientras el goteo incesante de muertes nos devuelve a “Muerte en Venecia” y los turistas huyen despavoridos a encerrarse en el Gran Confinamiento foucaultiano.
Hay otro cruce sobre el que también se ha escrito mucho estos días: el de individuo y comunidad.
Esta pandemia parecería tener dos caras. Por un lado, las medidas de confinamiento imponen una situación de aislamiento y distancia social. Giorgio Agamben, en febrero, fue el primer pensador en pronunciarse. A su juicio se dibuja un escenario de privación de libertades y la “tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno”; o al menos, el congelamiento de los vínculos y una cierta ruptura de nuestro contacto con el prójimo. El contacto es ahora sinónimo de contagio. Pero Agamben, le espeta Jean-Luc Nancy en su réplica, no se da cuenta de que eso ya ha pasado: la excepción era ya la regla en un mundo como el nuestro, donde el tratamiento de la información y las interconexiones técnicas alcanzan una intensidad casi ilimitada. Los gobiernos se limitan a ejecutar un estado de excepción y aislamiento que padecíamos ya. Con esto concuerda Paul B. Preciado: vivimos en la una “prisión blanda”, que ahora se pone de relieve por el hecho de que el domicilio particular se convierte en el lugar del teletrabajo, es decir, la sede del teleconsumo –que en rigor ya era como sede del ocio- y la teleproducción.
Sin embargo, otros pensadores han señalado que este virus, paradójicamente, permite repensar y recuperar lo común. Primero, en el sentido más político que atañe a los retos de futuro: Slavoj Žižek, la estrella pop de la filosofía, en esta ocasión el segundo en pronunciarse tras Agamben, señalaba que este virus podía significar la evidencia de que debemos pensar “una sociedad alternativa”, más allá del Estado-nación y desde la solidaridad y la cooperación global. Bruno Latour, por su parte, apuntaba que esta crisis es, o debe ser, solo un ensayo del reto real al que nos enfrentamos: el cambio climático. Es por lo demás evidente la enorme repercusión que la pandemia tendrá sobre la economía. Adam Tooze subraya el desgaste que ello supone para dogma neoliberal: ahora es claro que el libre mercado no puede ser ya la instancia que organice la vida social, y gobiernos e instituciones financieras otrora defensoras de la austeridad abogan ya por la intervención y políticas fiscales y monetarias expansivas. Judith Butler también confía en que esta pandemia evidencie los “límites del capitalismo”. Otros, como de nuevo Nancy hablando de “comunovirus”, reflexionan sobre la comunidad. Catherine Malabou, en lo que es probablemente el texto más bello que se ha escrito en la cuarentena, rescata un pasaje de Rousseau a propósito de su confinamiento en la plaga de 1743 y nos habla de su “cuarentena redoblada”, o su necesidad de aislarse del aislamiento colectivo, en una soledad que sea al tiempo condición para el intercambio con los otros.
¿Qué nos dice todo esto? Pareciera que, en ocasiones, emerge una cierta fisura, un desequilibrio que sacude e interrumpe el normal funcionamiento de las cosas: un elemento particular, por así decirlo, que no solo perturba el curso normal de los acontecimientos, sino que a la vez deja ver que quizás éste no era tan “normal”. Así, por ejemplo, dijo Adorno, el fascismo “pasa la cuenta” a la pretensión de universalidad e igualdad de la sociedad capitalista: representa abiertamente, concentradas, la desigualdad y la violencia que ya formaban parte no reconocida de la sociedad de mercado. A este elemento particular que, por así decirlo, desenmascara lo normal y permite detectar lo que implícitamente es, Freud lo llamó “síntoma”. Si el fascismo pasa la cuenta a la razón burguesa, la covid-19 le pasa la cuenta a nuestra sociedad neoliberal. Este virus es el síntoma que nos revela la sociedad que (no) tenemos.
“(No) tener una sociedad” es la herida permanente en la que vivimos desde la Modernidad. Se perdió la comunidad arcaica sustancial, y no volverá; pero un mercado, esto es, un una suma de individuos atomizados como piezas de un “aparato de relojería” –Schiller-, no basta. Olvidar esto, como pretende la sociedad neoliberal, solo significa que estallará desde otro lado, como vemos con los populismos reaccionarios. Sería necesario reconstruir un lazo social, pero desde lo irrenunciable de la libertad individual y la autonomía.
Un viejo Marx en 1875 hablaba, para algunos sorprendentemente, de que la sociedad del futuro recuperará la verdadera individualidad, la de las capacidades y las necesidades. Ojalá este virus sea la oportunidad de volver a demorarnos en los individuos y sus necesidades, pero para reconstruir ese tejido desde la “pasión común”, decía Tocqueville, de actuar juntos.
Me ha gustado mucho el artículo, comparto el hilo argumental que desarrolla y se aprecia una inetersante coleccion de citas para ampliar la perspectiva de pensamiento, gracias.
Es curioso que en un planeta militarizado hasta y armado por encima de nuestras posibilidades de autodestrucción, haya sido un pequeño virus rápido y letal el que haya parado la rueda y cambiado las prioridades. Y si, se trata de ‘El virus y el reloj’, en el sentido de que habrá ruptura y entierro del neoliberalismo si el virus se mantiene ‘operativo, letal e incontrolable’ durante el tiempo (reloj) suficiente como para que haya un cambio de pantalla y no un paréntesis .
Me encantaría que así fuera,pero creo que te has caído de un guindo