PANDEMIA COVID-19

La sociedad post-coronavirus

  • "En una situación de crisis se despierta la pulsión cooperativa que aún sobrevive bajo la superficie de una sociedad cada vez más individualista"
  • "No sería la primera vez que una crisis es utilizada como excusa para la regresión democrática"
  • "La emergencia sanitaria que vivimos hoy también es una oportunidad para entrenar qué tipo de respuesta queremos dar a las crisis que vendrán"

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Cooperación o sálvese quien pueda. Son las dos opciones que nos deja la crisis del coronavirus, un periodo excepcional en el que se están exacerbando tendencias contradictorias que ya existían en nuestra sociedad. Por un lado, jóvenes que se ofrecen a hacer la compra para sus vecinos mayores, personas sin hijos que echan una mano a quienes sí los tienen y no pueden cuidarlos durante estos días o iniciativas para compartir cultura y entretenimiento durante las largas horas de encierro en casa. Desde que se decretó el aislamiento en el domicilio, han florecido iniciativas de ayuda mutua, que buscan dar solución a problemas de vulnerabilidad social, necesidades no cubiertas de cuidados y soledad que ya existían pero se han agravado repentinamente por la pandemia. En un periodo excepcional, se rompen las fronteras de la familia, que suele ser el espacio exclusivo del trabajo de cuidados, desempeñado sobre todo por mujeres. En una situación de crisis se despierta la pulsión cooperativa que aún sobrevive bajo la superficie de una sociedad cada vez más individualista.

Pero el periodo excepcional al que nos aboca la pandemia del coronavirus también hace aflorar el egoísmo y la crueldad, muchas veces agitados por el miedo. Ya hemos visto brotes de racismo contra personas de origen oriental, conatos de nacionalismo de distinto signo y una resistencia injustificada a sacrificar temporalmente nuestra vida social y nuestras costumbres para proteger a las personas más vulnerables al virus. Más preocupantes que estas actitudes individuales, no obstante, son los métodos totalitarios que ha utilizado el régimen chino para asegurar el aislamiento de la población: geolocalización permanente, cruce de datos personales entre diversas agencias del Estado y un control policial férreo. Corremos el peligro de que, llevadas por el pánico, muchas personas que hasta ahora defendían las libertades y la democracia miren con buenos ojos los métodos de la dictadura china y asuman ese viejo mantra de que los regímenes autoritarios son más “eficaces”.

No olvidemos que la crisis del coronavirus llega a nuestro país poco después del estallido del último episodio de xenofobia institucional y social en Grecia. La policía ha agredido de manera salvaje a refugiados que intentaban cruzar la frontera sur, grupos fascistas han perseguido y agredido a refugiados y ONGs en la isla de Lesbos ante la pasividad de las autoridades y el gobierno griego ha suspendido la Convención de Ginebra, una decisión gravísima respaldada por la Unión Europea. La adhesión a los derechos humanos en Europa ya no es tan fuerte como antes, y la excepcionalidad de un estado de alarma por emergencia sanitaria, por muy justificado que esté, es un caldo de cultivo perfecto para el crecimiento de las actitudes autoritarias. No sería la primera vez que una crisis es utilizada como excusa para la regresión democrática.

Como siempre, a más sufrimiento social, más riesgo para la democracia. La caída de la actividad económica y las medidas decretadas por el Gobierno para detener la expansión del coronavirus dejarán sin ingresos a miles de personas y el cierre de servicios básicos empeorará la situación de otras muchas. Sin un plan de rescate social ambicioso e iniciativas de apoyo mutuo potentes, la desesperación se apoderará de mucha gente en las próximas semanas. Intervenir la sanidad privada de forma definitiva, obligar a las grandes empresas a colaborar en la lucha contra la pandemia, suspender pagos de alquileres y facturas de suministros básicos, mecanismos de garantías de rentas… Son algunas de las medidas que debería aprobar el gobierno, si no queremos que la crisis sanitaria se convierta en una crisis social, dándole alas a una extrema derecha que se nutre del resentimiento.

La crisis del coronavirus es una de las más graves a las que nos hemos enfrentado en nuestras vidas, pero no será la última. Vendrán más epidemias –la globalización hace que cada vez se propaguen más rápidamente– y, sobre todo, la emergencia climática nos aboca a un futuro de crisis continuas. En las próximas décadas viviremos incendios como los de Australia, sequías con impacto directo en la población, temporales más fuertes y frecuentes que el Gloria y otros fenómenos extremos, además de las consecuencias económicas, sociales y políticas de un mundo cada vez más caliente.

La emergencia sanitaria que vivimos hoy también es una oportunidad para entrenar qué tipo de respuesta queremos dar a las crisis que vendrán, una oportunidad para mejorar como sociedad. Si dejamos que se imponga el sálvese quien pueda, crecerán las actitudes autoritarias y la extrema derecha. Pero si reforzamos las redes comunitarias y de cooperación que ya existen y creamos otras nuevas, si el gobierno aprueba medidas sociales ambiciosas, al menos parte de estos avances sobrevivirán al virus. Estaremos mejor preparados para hacer frente a las crisis futuras y nuestra sociedad post-coronavirus será mejor y más justa.

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