La necesidad de combatir la amenaza global del virus del odio
- "Las amenazas de carácter global, como la que padecemos, nos obligan a pensar la seguridad en términos de cooperación internacional y atención desinteresada"
- "En plena guerra contra el coronavirus, quiero recordar la importancia de luchar contra otra amenaza global, no biológica, sino ideológica: el terrorismo"
- "La alegoría que planteó Camus en ‘La Peste’ cobra hoy pleno sentido, al poner el acento sobre los peligros de la viralización de una pandemia ideológica"
Hay momentos en los que la sociedad experimenta de manera ineludible el carácter global e interconectado de la fragilidad humana: hoy atravesamos por uno de ellos. Ante la amenaza del COVID-19 (coronavirus), las gesticulaciones histriónicas de los nacionalismos han mostrado su absoluta incapacidad para proteger a la ciudadanía. Las amenazas más críticas para la vida humana no distinguen a sus víctimas por la lengua que hablan o el pasaporte con el que viajan. Las amenazas de carácter global, como la que padecemos estos días, nos obligan a pensar la seguridad en términos de cooperación internacional y atención desinteresada a las personas afectadas.
En plena guerra contra el coronavirus, quiero recordar la importancia de luchar contra otra amenaza global, no biológica, sino ideológica: el terrorismo. Hace una semana, Bruselas acogía el XVI Aniversario del Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo, 11 de marzo. El símbolo del atentado en Atocha, que acabó con la vida de 191 personas y provocó más de 2000 heridos, comprende las dimensiones psicosociales de la lucha contra el terror: proyecta un "demos" común europeo que se fundamenta en la voluntad de vivir unidos en nuestra diversidad; defendiendo la libertad y la pluralidad, frente a quienes pretenden imponer, por la ley de la fuerza, la sumisión a un ideario autoritario e intolerante.
Tras el fin de ETA, en la Unión Europa (UE) existen dos vectores principales que conducen a la radicalización y al extremismo violento: la yihad mundial y el supremacismo blanco. A pesar de sus diferencias, ambas formas de fanatismo comparten una misma lógica profunda: dividen a la humanidad entre seres puros e impuros, virtuosos y degenerados, dignos e indignos de existir. Ambas formas de radicalismo saben que para entrenar en el asesinato, primero han de educar en el odio. Cegar la mirada del asesino es conditio sine qua non para ejecutar el asesinato.
Tras el 11M en Madrid, otros ataques yihadistas han jalonado el calendario de la memoria democrática europea: el 7 de julio de 2005, en Londres, un atentado acababa con la vida de 56 personas y 700 resultaban heridas. El 13 de noviembre de 2015, en París, seis ataques simultáneos causaron 130 muertos y 352 heridos. El 22 de marzo de 2016, en Bruselas, ataques coordinados en el aeropuerto y la red de metro resultaron en 35 personas muertas y 340 heridas. El 17 de agosto de 2017, en Barcelona, un atropello masivo produjo 15 muertos y 131 heridos.
Por su parte, el terrorismo supremacista ha grabado en la memoria colectiva dos fechas inolvidables: el 22 de julio de 2011, un terrorista ultraderechista noruego mató a 69 personas en Utøya y 8 en Oslo. Y el 20 de febrero de 2020, en Hanau, un terrorista ultraderechista alemán mataba a 10 personas. Tanto en el caso noruego como en el caso alemán, previo a la masacre, los autores habían divulgado mensajes en las redes sociales que apuntaban claramente a los trágicos hechos que acabarían consumando. Además, escribieron sendos manifiestos para justificar sus actos criminales.
En 2005, la UE adoptó una estrategia comunitaria para luchar contra el terrorismo. A diferencia de lo dispuesto por las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, relativas al Dáesh y Al-Qaida, la estrategia de la UE incluye también a las organizaciones ultraderechistas, tal y como recoge el último informe de Europol, European Union Terrorism Situation and Trend Report 2019.
La pasada semana, la Oficina Federal para la Protección de la Constitución alemana decidió vigilar a Der Flügel, la agrupación más radical del partido ultraderechista Alternative für Deutschland (AfD). Thomas Haldenwang, presidente de esta oficina, declaró que “no debemos centrarnos solo en los extremistas violentos, sino también en los pirómanos intelectuales que azuzan deliberadamente el ultraderechismo y el racismo”. No podemos seguir ignorando que en la esfera digital abundan los discursos que relativizan la naturaleza genocida del nazismo o que niegan la crueldad de otras formas de fascismo europeo como fueron las variantes de Mussolini y Franco. No podemos seguir normalizando la circulación en las redes de mensajes antisemitas, antigitanos, islamófobos o contra los refugiados e inmigrantes. Haciéndose cargo de esta realidad digital conectada con los crímenes de odio, tras el atentado ultraderechista en Hanau, Merkel aseguró que “el racismo es un veneno. El odio es un veneno. Y este veneno existe en nuestra sociedad”.
La alegoría que planteó Camus en La Peste, en el contexto del fin de la II Guerra Mundial, cobra hoy pleno sentido, al poner el acento sobre los peligros de la viralización de una pandemia ideológica basada en la propagación del odio. El atentado de Atocha nos mostró cómo combatir el odio desde el amor, desde la fraternidad ciudadana de cientos de personas que corrieron hasta la zona cero para ayudar desinteresadamente a las víctimas y a sus familiares. El atentado de Hanau nos ha mostrado cómo combatir el odio desde la justicia, implicando a las autoridades jurídicas en la persecución de quienes basan su proyecto político en la violencia física y verbal contra el diferente
Ojo con el racismo/fascismo policial/militar/guardiacivilesco, en ‘Estado de alarma’, con la ley mordaza en pleno vigor y trumpismo cañí desbocadamente desacomplejado.