OPINIÓN
Europa bajo el nazismo: de conmemoraciones, legitimación de crímenes y una gran huelga general
- Hay otra conmemoración menos conocida y se celebra cada año, no solo en los 50, 75 o 100 aniversarios. Es la de la huelga general en Ámsterdam el 25 de febrero de 1941
- Cuenta Donny Gluckstein que “existe una versión oficial de la segunda guerra mundial que es relativamente fácil de desenterrar"
Desde finales de enero y durante este mes de febrero vivimos días de conmemoración relacionados con la barbarie a la que fue sometida Europa por el nazismo y sus “libertadores”. Por un lado ha tenido lugar el 75 aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, coronado por el desprecio a las víctimas por parte de los dirigentes ruso y polaco, Putin y Duda, sus disputas sobre la interpretación de la historia y el papel jugado por cada uno, que derivaron en descuelgues por su lado en algunos de los actos oficiales. Como si no estuviera claro lo que ocurrió y quienes fueron los responsables. También es cierto que no se puede esperar mucho de los actos de conmemoración oficiales más allá de hipocresía menos o más disimulada. Afirmaba agriamente Mirjam Zadoff, historiadora y directora del Centro de Documentación de Múnich en su artículo en Der Freitag: “el hashtag Unitedinmemory75 (el hashtag oficial utilizado para la conmemoración de los actos oficiales del 75 aniversario de la liberación de Auschwitz [N del A]) debería llamarse Dividedinmemory75. (...) El proyecto de los años 90, de una cultura europea de la memoria colectiva, hace ya tiempo que ha fracasado” (1).
Mucho más interesante y fértil que las conmemoraciones oficiales, con o sin disputas por parte de los dirigentes políticos de los países protagonistas, en las que el dolor de las víctimas y el conocimiento de la historia son mercancía de uso político interesado cuando no directamente manipulación, es por ejemplo la iniciativa del artista berlinés Leon Kahane, quien siguiendo la vida de su abuela, interna del campo de concentración nazi de Drancy, cerca de París, organiza una exposición gestionada por los supervivientes del campo y situada en el mismo campo, donde en sus inmediaciones hoy viven mayoritariamente inmigrantes en pisos sociales. Sito en el antiguo campo se levanta un memorial de la Shoah “elegante, estéril y costosamente protegido”, como lo califica Mirjam Zadoff en el artículo antes mencionado. Esta exposición no llegará, es de suponer, a los grandes medios ni se registrará en los centros de documentación oficiales, pero sí la verán las escuelas de alrededor y la gente que vive allí y donde los supervivientes del campo explicarán a los vecinos el terror nazi que sufrieron para intentar que no vuelva a suceder.
A principios de febrero se ha recordado también el 75 aniversario del bombardeo de Dresde en 1945, recordatorio en este caso estrechamente relacionado con la publicación del libro del escritor británico Sinclair McKay Dresde 1945: fuego y oscuridad y noticiado en diversos medios de comunicación. El autor, en una entrevista al diario ABC, de la que reproducimos una parte (2), afirma que “defender que el bombardeo sobre Dresde fue un crimen contra la humanidad podría suponer colocarlo en el mismo plano que los crímenes nazis, como el Holocausto, lo cual podría dar a entender que los aliados eran tan perversos como su contrapartida, el régimen nazi (...). El bombardeo de Dresde fue una atrocidad, no un crimen de guerra”.
A la pregunta de por qué no se bombardeó el campo de exterminio de Auschwitz, el historiador responde: “La pregunta es si habría servido de algo bombardear las cámaras de gas y si eso habría frenado el Holocausto". Y la respuesta es que no. Los nazis eran capaces de reconstruir instalaciones como Auschwitz a toda velocidad. Desde un punto de vista militar atacar los campos de concentración no hubiera cambiado nada, pero, dejando a un lado las cuestiones morales, se creía que paralizar la estructura de las grandes ciudades germanas sí ayudaría a acabar con el ejército alemán. Se pensaba que «desproveer de vivienda» (como se denominaba) a los trabajadores y destruir las fábricas detendría la producción y que, como resultado, las fuerzas armadas nazis sufrirían un severo golpe. Era reprobable, pero también más efectivo que atacar campos de exterminio. Al final, lo que podía poner fin al gaseamiento de seres humanos era acabar con Hitler y, para eso, había que vencer primero a su ejército”.
¿Era el británico Arthur Harris, uno de los máximos defensores de estos bombardeos sobre civiles, un monstruo? (3)
Harris tenía una opinión nefasta del pueblo germano. Se ganó el apodo de "el carnicero", y se suponía que era un sobrenombre simpático... Él fue la fuerza que impulsó el bombardeo de las ciudades y los civiles. Odiaba a los alemanes y a su cultura. Pero, al mismo tiempo, no fue el único responsable de Dresde. Él había confeccionado una lista de ciudades enemigas que había que destruir, pero la aprobación procedía de sus superiores. Al final era una persona muy cruel. Con todo, en su correspondencia privada sorprende ver que era muy buen escritor, ocurrente, divertido e inteligente. Su compasión aparecía al hablar de la vida de sus pilotos. Se suelen olvidar estas facetas a pesar de que no emborronan la historia, sino que ponen de manifiesto un problema moral. (4)
Saque el lector o la lectora las conclusiones que quiera de estas respuestas del escritor británico, si es que quiere sacarlas. Al que escribe esto le viene a la memoria la implacable expresión de Antonio Gramsci y difundida por el recordado Toni Domènech en sus escritos, conferencias y charlas para solaz de lectores y oyentes: “perito en legitimación”. Puesto que es legitimación lo que el autor del libro otorga a las fuerzas aliadas para estar por encima de los “crímenes de guerra”, ya que a los aliados, según el escritor, no se les pueden comparar sus acciones criminales con las de los nazis contra las poblaciones civiles de Europa. Ellos venían a liberar. Como mucho, las fuerzas aliadas cometieron “atrocidades”, pero los “crímenes de guerra” solo se pueden y deben atribuir a los nazis. Con el argumento de evitar que la actual ultraderecha alemana utilice políticamente a las víctimas alemanas durante la segunda guerra mundial, se pretende blanquear los crímenes de los aliados (5); también la legitimación que se concede a la decisión de los aliados - en palabras del autor: “dejando a un lado las cuestiones morales”- de no atacar el campo de exterminio de Auschwitz para acabar cuanto antes con el horror nazi que allí se sufría, pudiendo, o intentándolo al menos, evitar los imparables asesinatos en masa de hombres, mujeres y niños en las cámaras de gas de Auschwitz, que funcionaban a todo rendimiento; se legitima a Arthur Harris, un militar criminal que ya había destacado bombardeando población civil con bombas de efecto retardado en respuesta a la resistencia contra el imperialismo británico por parte de poblaciones campesinas y nómadas en Siria, Irak, Irán, India en los años 30 aunque el historiador cree conveniente recordar de este personaje que “en su correspondencia privada sorprende ver que era muy buen escritor, ocurrente, divertido e inteligente. Su compasión aparecía al hablar de la vida de sus pilotos. Se suelen olvidar estas facetas a pesar de que no emborronan la historia, sino que ponen de manifiesto un problema moral.” Se le escapa al autor que el apodo de “el carnicero” le viene al oficial británico de la indiferencia que mostraba por la pérdida de los soldados a sus órdenes.
Hay otra conmemoración en febrero, menos conocida y se celebra cada año, no solo en los 50, 75 o 100 aniversarios. Es la de la huelga general en Ámsterdam el 25 de febrero de 1941 y extendida luego a otras ciudades del país en solidaridad y contra la deportación de judíos: el februaristaking. La cita para la conmemoración es siempre la misma: junto a la estatua del estibador, el Dokwerker, cuyo modelo fue tomado de uno de los huelguistas.
Esta huelga general ha sido calificada como la primera gran movilización de masas bajo el nazismo en la Europa ocupada. Pero lo realmente sustantivo de esta huelga - que no era el primer caso de enfrentamiento contra los ocupantes nazis, puesto que los obreros metalúrgicos holandeses ya habían rechazado anteriormente ir a trabajar de forma forzosa a Alemania, amenazaron por ello con la huelga y se saldó con victoria obrera holandesa - es que se trataba de defender a sus conciudadanos judíos. Fue una huelga no judía en solidaridad con los judíos.
Siendo el motivo principal el aumento de la represión contra la población judía en Ámsterdam, llevada a cabo no solo por los nazis sino también por organizaciones colaboracionistas locales, se decide en una asamblea popular y obrera convocada en la plaza de Noordermarkt la tarde del 24 de febrero empezar la huelga el día siguiente con unas reivindicaciones valientes: rechazo a la deportación y persecución de los judíos, contra el trabajo forzado en Alemania y a favor de la soberanía de los Países Bajos.
Los comunistas holandeses, no estalinistas, dirigen la movilización. La noche del 24 aparece por distintos sitios de la ciudad un manifiesto redactado por los comunistas llamando a la huelga. El 25 de febrero por la mañana no circulan los tranvías en Ámsterdam, señal de que algo pasa. Harry Verhey, por aquel entonces con 23 años y conductor de tranvía, explica: “aquella huelga cambió mi vida (...) era necesario comenzar por los tranvías. Si no salían, la gente comprendería rápidamente que algo estaba pasando.” Harry Verhey se unía al maquis al día siguiente de la huelga.
Ámsterdam está paralizada. Funcionarios, portuarios, metalúrgicos, las oficinas, los institutos, el comercio... Al mediodía del 25 el éxito de la huelga es un hecho inesperado incluso por los mismos convocantes. Los alemanes no se esperaban la huelga, algunos de ellos se encontraron con nutridos y compactos grupos de huelguistas y se dieron la vuelta, huyendo asustados. La huelga se extiende por otras ciudades del país. El 26 aún se mantiene. Desgraciadamente la represión no tarda en llegar. El enemigo es demasiado fuerte, la correlación de fuerzas es exageradamente desfavorable a los huelguistas y a la población en general. Pero no todo ha sido en vano. Para Harry Verhey “la huelga de febrero tuvo su efecto. Sirvió para clarificar nuestra relación con los ocupantes. No había compromiso posible. Estaba claro el límite entre el bien y el mal. A partir de entonces comenzó la resistencia en nuestro país.”
Inmediatamente terminada la huelga tienen lugar las detenciones, los fusilamientos, la persecución. Pero aún y así los alemanes suspenden más tarde las redadas, había que calmar los ánimos.
Después de la guerra, las autoridades holandesas y los oficiales del ejército holandés han negado públicamente las contribuciones de los militantes comunistas a la huelga. La cárcel y el fusilamiento de algunos de ellos con la represión posterior a las jornadas de huelga no valen como prueba de su lucha y liderazgo de la movilización contra el ocupante alemán. No cuesta mucho suponer que la reina de Holanda no podía inaugurar oficialmente la estatua del Dokwerker, cuando lo hizo en 1952, a sabiendas que era el símbolo de una movilización dirigida por comunistas anti estalinistas, y reconocerlo en público.
Fue la primera huelga contra la ocupación nazi. Habría más en Holanda en noviembre de 1941, la de los estudiantes y otra más en abril-mayo de 1943, pero también habría huelgas en Grecia en 1942, en Dinamarca en 1943, en Luxemburgo en 1942, en Bélgica en mayo de 1941, en Noruega en septiembre de 1941.
Cuenta Donny Gluckstein, en el prefacio de su libro La otra historia de la segunda guerra mundial. Resistencia contra imperio (Ariel, 2013) que “existe una versión oficial de la segunda guerra mundial que es relativamente fácil de desenterrar. Junto a los registros escritos, el establishment aliado proclama felizmente su triunfo (...). La diferencia entre las dos guerras (la guerra imperialista y la guerra popular) queda bien simbolizada en mi ciudad natal, Edimburgo. Elevándose por encima de las calles en Castle Rock se encuentra el Monumento Nacional Conmemorativo de la Guerra. Cientos de metros más abajo, bajando una escalera mal iluminada, en una esquina bajo un árbol, cerca de las vías del tren, hay una placa de metal, apenas más grande que este libro. Está dedicada a quienes murieron luchando contra el fascismo en la guerra civil española”.
Notas:
(1) "Fragile Menschslichkeit“, Mirjam Zadoff. Der Freitag. Febrero 2020
(2) ABC, 02/02/2020
(3) Arthur Harris, oficial británico de la RAF y jefe de los escuadrones de bombarderos, fue un entusiasta ejecutor de los bombardeos indiscriminados sobre población civil en Alemania en la segunda guerra mundial. Sirvan estas frases suyas de muestra de la calaña del oficial: “A pesar de lo que pasó en Hamburgo, el bombardeo se mostró como un método bien humano”, “los árabes solo conocen la mano dura” y, con motivo de las revueltas árabes en Palestina en 1936, “una bomba de 250 o 500 libras sobre cada pueblo que abre la boca fuera de tiempo sería una solución al problema”.
(4) Alemania 1941-1945: bombardear científicamente, Jaume Raventós, Sin Permiso 24/07/2011
(5) Hace pocas semanas Alice Weidel, dirigente del partido fascista AfD lanzaba una llamada a pensar en los 2,5 millones de víctimas alemanas que supuso la huida y expulsión de los territorios del Tercer Reich en el este ante el avance de las tropas soviéticas, confrontando estos números con los de las víctimas de Auschwitz. La llamada de Weidel fue contestada inmediatamente por la embajada rusa: “¿debe recordarse porqué estaban huyendo los alemanes? ¿Quizá por la campaña rusa empezada en 1941? ¿Los 26 millones de víctimas soviéticas? ¿Te suena de algo?” Tanto Sinclair McKay con sus afirmaciones sobre si considerar un crimen contra la humanidad el bombardeo de Dresde significa hacerle el juego a la ultraderecha alemana como la embajada rusa respondiendo a la fascista Weidel, dan sentido a las palabras de Mirjam Zadoff en el mismo artículo de Der Freitag: “en unas sociedades polarizadas por la política cotidiana, el recuerdo de la segunda guerra mundial y el holocausto se convierte de capital simbólico en peligrosa moneda”.
Jaume Raventós fue militante de la Lliga Comunista Revolucionària