MEDIO AMBIENTE
El ‘Green New Deal’: retos y oportunidades
- "Determinar sobre quién va a recaer el esfuerzo de implementar el Green New Deal va a ser un asunto político de vital importancia"
- "Hacer política desde lo local, el municipalismo, resulta muy efectivo en cuanto es a ese nivel donde se aprecian los efectos del cambio climático"
- "Recuperar ideas que parecían destinadas a la nostalgia, como la renacionalización y planificación de sectores económicos, resultarían imprescindibles"
Francisco Cervera Fonfría
Resulta evidente que el crecimiento económico no es, ni debe serlo, el único componente para medir el progreso social. Ahora bien, sin serlo, continúa ocupando el principal escalafón dentro de nuestro imaginario, y es por eso que cuesta entender que se puede progresar sin crecer económicamente, al menos midiendo este crecimiento como incremento del PIB. Tan es así, que nos dirigimos, cual conductor suicida, hacia la catástrofe social y medioambiental y, todavía, tenemos dudas de si debemos implementar cambios o, mejor dicho, en qué intensidad debemos implementarlos para salvarnos del colapso.
Gran auge, no sin razón, ha adquirido la emergencia climática. La lucha contra los efectos del Cambio Climático se ha posicionado en la agenda política mundial y, según parece, será el eje central alrededor del cual deben girar el resto de las políticas. Las razones que hay detrás de este repentino ecologismo son diversas: desde la preocupación por dejar un Planeta Tierra en condiciones tan malas a las generaciones futuras hasta, claro está, el riesgo que supone una crisis de esta índole para el propio sistema. Ambos motivos podrían ser ejemplos de esa diversidad.
La estrategia de lucha política contra el Cambio Climático que más consenso parece tener es la que se ha venido a denominar el Green New Deal (GND). En resumen, a través de una acción decidida del sector público, en colaboración con el sector privado, se van a destinar ingentes cantidades de recursos económicos y esfuerzos normativos para conseguir un cambio en el modelo energético y pasar de uno contaminante, el actual, a otro neutral en cuanto a emisiones para 2050. Este cambio radical en cuanto a los tipos de fuentes energéticas y, también, en cuanto a la intensidad de uso de los recursos, va a suponer unos costes elevados. Por otro lado, determinar sobre quién va a recaer el esfuerzo de implementarlo va a ser un asunto político de vital importancia. Los acuerdos transversales acostumbran a tener un efecto aglutinador sobre la sociedad, lo que permite a los gobernantes tomar medidas poco comunes bajo el paraguas de la extrema necesidad. Las dudas que debemos plantearnos son si esas medidas van a ser “poco comunes” en cuanto que pretenden cambiar el sistema o, en cambio, lo serán en tanto que van a actuar como medio de adaptación del sistema a las nuevas circunstancias. Como casi todo en política va a depender de la correlación de fuerzas y de la presión social que tumben las medidas hacia uno u otro lado.
Dejemos claro que los cambios que se vayan a emprender deben ser decididos e irreversibles. Primero, no existe mucho margen para el error y, segundo, sería un despilfarro de recursos que agravaría aún más el problema que se pretende solucionar. Teniendo esto en cuenta, debemos señalar aquellos factores que pueden dar al traste con la “transición justa” hacia un sistema social y medioambientalmente sostenible.
En primer lugar, sabemos con certeza que la crisis es multidimensional. Si bien los avances tecnológicos en la obtención de energía a través de fuentes renovables han sido exponenciales, no podemos obviar el hecho de que este no es más que uno de los múltiples problemas a los que nos enfrentamos. Por ejemplo, suponer que vamos a obtener suficiente energía de estas fuentes para mantener nuestra insostenible forma de vida es una visión utópica de nuestro futuro. La escasez de recursos debida a nuestro sobreconsumo y sobreproducción puede frustrar el cambio anunciado. Las tecnologías necesarias para la implantación general de energías limpias requieren de una serie de minerales que no son renovables como el indio, el litio, el cobre, el estaño, etc. Se habla como solución de la economía circular. Argumentación muy débil si tenemos en cuenta que los aumentos de eficiencia no tienen porqué llevar implícitas reducciones en el consumo de un factor (Paradoja de Jevons) y que, en las circunstancias actuales, cualquier pérdida de energía en la reutilización es un coste a asumir demasiado elevado (Principios de la Termodinámica).
Un segundo asunto tiene que ver con los riesgos relacionados con el funcionamiento del sistema político, y sabiendo que la situación económica es uno de los elementos que mayor impacto tiene sobre la intención de voto en unas elecciones, no parece probable que los políticos sean capaces de asumir unos costes actuales en pro de unos beneficios futuros. Este hecho complica mucho la ejecución de esos cambios que se prometen. Como Gillingham y Stock nos advierten en su texto The Cost of Reducing Greenhouse Gas Emissions de 2018, existe la imperiosa necesidad de pensar en el largo plazo y dinámicamente, más que en el corto y de forma estática. Lo dicen, especialmente, porque existen tecnologías y políticas que pueden resultar caras en la actualidad, pero que a medida que se vayan aplicando y expandiendo resultarán mucho más eficaces y eficientes que otras más baratas. La falta de ambición en los acuerdos, cuando no la falta de los mismos, en las cumbres internacionales por el clima, son una muestra más de los fuertes incentivos a no cumplir con los pasos necesarios para con el Planeta.
Si bien los incentivos al fracaso de este gran pacto verde parecen invencibles, no podemos olvidar que la profundidad de las medidas a tomar y, por tanto, de los cambios a los que vamos a ser sometidos, se van a decidir en el terreno político. La movilización social es un contrapunto importantísimo para cambiar lo que parece inamovible. Al mismo tiempo, hacer política desde lo local, el municipalismo, resulta muy efectivo en cuanto es a ese nivel donde se aprecian los efectos del Cambio Climático y donde se generan lazos en la lucha que son difícilmente rompibles por la propaganda sistémica. Para acabar, recuperar ideas que parecían destinadas a la nostalgia, como la renacionalización y planificación de sectores económicos, resultarían imprescindibles.
Asumir que cualquier cambio supone un coste no tendría que asustarnos. Más bien, debería hacernos responsables activos de las medidas que se vayan tomando y evitar que toda la propaganda mediática del sistema nos lleve a un punto de no retorno, en el que el beneficio económico de unos pocos obligue a nuestros descendientes a vivir en unas condiciones peores a las actuales. Estas han sido siempre las bases del progreso en las sociedades.
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del/la autor/a y esta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.