TRIBUNA
Viaje a alguna parte: personas refugiadas en busca de un hogar
- En Provivienda no trabajamos con cifras, trabajamos con personas. Como Malik y Eren, que llegaron a Madrid desde Bangladesh con dos hijos gemelos y otro en camino
- Hay que lograr generar confianza a través de sensibilización a una ciudadanía que debe ser copartícipe del proceso de inclusión
Elena Martínez Goytre y Víctor Reloba López, de la Asociación Provivienda
Enrollar la toalla en vez de doblarla, apilar los calcetines y revisar la lista otra vez. ¿Os suena, verdad? Hacer la maleta para la mayoría de la gente es un ritual, lleno de la expectación ante un nuevo viaje. Sin embargo, en la actualidad, hay más personas que nunca que realizan un viaje fuera de su hogar que no es deseado: según ACNUR, hay 70,8 millones de personas que viven un desplazamiento forzoso en el mundo; de entre ellas, 25,9 millones son refugiadas y solo 3,5 millones son solicitantes de asilo.
Pero en Provivienda no trabajamos con cifras, trabajamos con personas. Como Malik y Eren, que llegaron a Madrid desde Bangladesh con dos hijos gemelos y otro en camino. Antes, habían pasado por Hong Kong, Etiopía y Brasil, pero son de Turquía. Ojalá el camino hacia la seguridad y los derechos humanos fuera más recto, pero al menos consiguieron llegar a España. A un aeropuerto (Barajas) en el que tuvieron que esperar cinco días, para luego ir a un hotel donde pasaron veinte más hasta que una trabajadora social de Provivienda les llamó, al ser una de las entidades que trabajan en el marco del Sistema de Protección Internacional. Así comienza una de tantas experiencias de entre las que viven personas que solicitan asilo, huyendo de la guerra o la persecución.
Este último año en Provivienda hemos reunido este tipo de experiencias para investigar sobre los itinerarios residenciales de las personas solicitantes y beneficiarias de Protección Internacional en Madrid y en Vigo. Nuestra experiencia en este tipo de programas se remonta al año 2016 y se caracteriza por alojar a las personas en una vivienda, para que puedan tener lo antes posible una experiencia que se acerque a tener un hogar propio, frente al modelo tradicional de centros de acogida. En 2020, llevaremos nuestra labor a Motril, Ourense y Toledo, como ya estamos haciendo en Madrid, Vigo, Barcelona y Granada.
El reconocimiento de la individualidad, la trayectoria vital, la experiencia de vida y del viaje, así como los anhelos y dificultades en este nuevo punto de partida, son necesarios para conocer los procesos de estas personas. El informe resultante de la investigación, “Una casa como refugio”, nos permitió entender su realidad a través de sus propia mirada y de su propia voz. La propia Relatora Especial de la ONU sobre una vivienda adecuada señala en su último informe que “la información cualitativa sobre las experiencias reales suele ser más reveladora de la manera de resolverla o prevenirla que los números por sí solos”.
En esa tarea de entender o prevenir los procesos que estaban viviendo en su llegada a España, intentamos responder a una batería de preguntas: ¿Por qué unas personas consiguen un nivel de autonomía suficiente tras su paso por el Sistema de Protección Internacional y otras no? ¿Cuáles son las barreras y obstáculos que se encuentran? ¿Con qué recursos cuentan y qué pasos deben dar? Y la más importante, ¿cómo podemos actuar mejor para reducir las tremendas desigualdades que sufren? En definitiva, tratamos de entender las barreras y facilitadores que favorecían o dificultaban el poder hacer una vida independiente en nuestro país.
“Hubo diferentes problemas. Primero, que no teníamos trabajo. Si en mi país alguien quiere alquilar mi casa, también yo le voy a preguntar si tiene trabajo… Es normal”, explica Malik. La vivienda y su relación con el empleo constituyen los principales obstáculos en el tortuoso camino hacia la autonomía. Barreras que afectan a gran parte de la población, como una crisis de asequibilidad de la vivienda sin precedentes, con un aumento del precio del alquiler del 50% en los últimos cinco años (según el Banco de España), así como un mercado de trabajo cada vez más precarizado. En este contexto, en el que tanto los sistemas de vivienda como de empleo expulsan a cada vez más personas, tienen que incorporarse en menos de un año personas que han dejado todo atrás y que comienzan de nuevo.
Obviamente, las barreras se hacen más presentes y los facilitadores se difuminan. Los trámites administrativos, la burocracia, los prejuicios o el desconocimiento de propietarios e inmobiliarias dificultan el acceso a avales o seguros. La tarjeta roja, cuando es desconocida, en vez de facilitar ejerce su función contraria. Cuenta Malik que “si yo supiera mejor español, medio problema solucionado, pero no tenemos el idioma y ven la tarjeta roja y quieren saber qué es y nosotros no podemos explicarlo bien”. Si además, sumamos situaciones de especial vulnerabilidad como que algún miembro de la familia tenga una discapacidad, como es el caso de uno de los hijos de Malik, la carrera de obstáculos se vuelve más difícil: las viviendas adaptadas son menos numerosas y, además, más caras.
Igual que ellos y ellas no se rinden en la búsqueda de una vida mejor para sus familias, Provivienda nos hemos querido focalizar en las potenciales soluciones que surgen de este diagnóstico. En primer lugar, se constata la necesidad de una mayor flexibilización del Sistema de Acogida. Cuestiones como ayudas al alquiler que se adapten a la realidad de la asequibilidad de cada territorio deberían poder complementarse. Las diferencias entre Vigo y Madrid, por ejemplo son llamativas: María José, una mujer venezolana en Vigo, nos relata “aquí son 375 euros y si le pongo los servicios no llego a los 500 euros”. Mientras, Marcel en Madrid lamenta que tiene que destinar parte del presupuesto destinado a la alimentación para complementar la ayuda al alquiler, que no alcanza para vivir en Madrid.
Los plazos dilatados en la homologación de títulos o en la tramitación de ayudas también dificultan la autonomía, ya que no se ajustan a los tiempos del programa. No solo hay que resolver este tipo de problemas para que el sistema de asilo funcione, además hay que lograr generar confianza a través de sensibilización a una ciudadanía que debe ser copartícipe del proceso de inclusión. Esto exige una mejor coordinación público-privada, así como entre los diferentes agentes públicos.
Pero al final de todo este viaje, las personas refugiadas se enfrentan a una aterradora realidad: en nuestro país no se reconoce la función social de la vivienda. Sin un parque público de vivienda asequible equiparable a nuestro entorno europeo, siguen estando desprotegidas. María José lo resume: “Aquí estamos como en un camino. Estamos aprendiendo. No es fácil adaptarte a todo. Y bueno, te vas adaptando, pero hay miedo. Yo creo que todos tenemos miedo”. El reto es que ya nadie vuelva a tener miedo a tener que volver a hacer la maleta, que no tenga que cerrar una maleta, porque cierre una puerta y -tras ella- esté el hogar que por fin ha encontrado.