¿Nos vemos el sábado por el Sahara?

  • "Me pregunto si algún día nuestra bandera alcanzará para cubrir nuestra profunda deuda con la que fue la número 53 de nuestras provincias"
  • "Para abordar la situación del Sahara Occidental urge hacer una reflexión y tomar una acción política que quedó aparcada en el limbo de la transición"
  • El próximo sábado 16 de noviembre se celebra una manifestación en Madrid en apoyo a la causa saharaui

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Cada vez que buceo en la historia de la causa saharaui siento una mezcla difícil de combinar, entre la vergüenza -que asumo propia-como ciudadana de un país que debiera coger las riendas de un conflicto eternizado y que mira a otro lado y el orgullo de un pueblo que no deja de ser parte de nuestra memoria y que como un cónyuge que ha perdonado la traición, aún nos mira con cariño. Una mezcla que me recuerda la aspereza de la arena en los ojos a través de la que observas simultáneamente la belleza y la ferocidad del desierto.

En estos días de banderas y conflictos territoriales me pregunto si algún día nuestra bandera alcanzará para cubrir nuestra profunda deuda con la que fue la número 53 de nuestras provincias. Me pregunto si estirándole un pico hacía abajo, algún día la bandera de nuestro país alcanzará para tapar la flagrante omisión de nuestro deber, que vendió -en un juego de trileros- la libertad de un pueblo, a cambio de una cuota de pesca que nunca fue real y quién sabe qué más. Una falta de responsabilidad que condenó -hace ya 44 años- a un pueblo nómada a un conflicto eterno y a vivir clavado en un punto fijo. Allí en la hamada, la más dura de las zonas del desierto. Me pregunto si algún día nuestra bandera será más digna que la de Marruecos tapando el genocidio y la ocupación ilegal, la de EEUU dándole el aliento necesario en forma de ayuda económica y militar, o la de Francia frenando constantemente la resolución del conflicto, porque pesa más el interés económico que el derecho de un pueblo.

Según un informe de ACNUR, en 2018 se alcanzaba la cifra de 173.600 refugiados saharauis, viviendo una transitoriedad eterna en los campamentos argelinos de la provincia de Tindouf. Los cuales tuve la suerte de visitar hace unas semanas aprovechando el festival de cine Fisahara. Debo decir que quedé maravillada con la generosidad y hospitalidad de un pueblo orgulloso, que vive en unas condiciones realmente duras, en un lugar donde no crece nada, donde apenas hay agua y donde dependen de una ayuda externa cada día más mermada.

El propio festival se transmitió a parte de los medios locales, gracias a la asociación Un micro para el Sahara y la escuela de cine del Sahara que hicieron un trabajo increíble, resolviendo con habilidad y coraje la falta de medios, provocada por la denegación del visado en el último momento, a diez periodistas, incluidos los de RTVE desplazados para cubrir el evento.

La vida fuera de los campamentos no es mejor, en los territorios ocupados, un área que tuve la oportunidad de recorrer hace años y cuya situación –ya dura entonces- ha empeorado notablemente a día de hoy. Hablamos de vulneraciones continuas de derechos humanos, represión, violencia, encarcelamientos, torturas y desapariciones.

Hablamos, recién celebrados los 30 años de la caída del muro de Berlín, del contraste que ofrece un muro minado y vigilado de 2,720 km de extensión. Un muro que rompe con su propia estructura física la solución pacífica del conflicto, el último paso para completar la descolonización por la que aboga la MINURSO (Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental). Del mismo modo que sucede con el resto de resoluciones de la ONU y de su Consejo de Seguridad o del Tribunal de Justicia de la UE relativas, por ejemplo, a la explotación de los recursos y su comercialización.

Allí, en los territorios ocupados, pude observar con mis propios ojos cómo Marruecos borra y falsea la historia, eliminando todo vestigio de la colonia española, dejando a penas unas pocas palabras en español colgadas en la forja de entrada al colegio de la Paz  o la casa de España y la arquitectura de casino e iglesia de El Aaiún. También escuché a jóvenes marroquíes hablando de las provincias del sur como parte ancestral de su país. Y vi a personas disfrazadas grotescamente en un intento de difuminar la identidad de un pueblo orgulloso, que se me acercaban identificándose como saharauis y hablándome de su pertenencia al reino.

Pero al fin y al cabo este es el comportamiento “lógico” de un Estado ocupante, sobre el papel de la ONU en estos territorios habría que hablar también largo y tendido. Sin embargo quizá resulte -aunque sea conceptualmente- más dolorosa incluso la actitud de bloqueo de Francia o la actitud vergonzosa de olvido y desmemoria de España. Así me pareció ver en las muecas de sorpresa y decepción frente a la magia del cine, cuando la proyección del documental Provincia 53 mostraba la ignorancia generalizada, de transeúntes escogidos al azar en las calles de nuestro país, sobre su conocimiento de la provincia 53 o el idioma que se habla en el Sáhara Occidental o incluso de que el país del que se estaba hablando, había sido anteriormente el Sáhara Español.

Todo esto sucede en nuestro último territorio por descolonizar y uno de los muy pocos que quedan en el mundo, cuya potencia administradora, aunque no le llegue el pendón por mucho que estiremos estiremos la tela de la bandera, sigue siendo España. Reconocido así incluso por un Auto de nuestra Audiencia Nacional, que recuerda la responsabilidad e inacción al respecto de nuestro Estado. Conviene recordar que el Derecho Internacional forma parte de nuestra justicia interna según el artículo 10.2 (otro que cumplimos más bien poco) de la Constitución española.

También he comprobado esta omisión de nuestra responsabilidad política, histórica y legal que arrastramos, durante la legislatura pasada, en la que formé parte como diputada de la Asamblea de Madrid en las conferencias de intergrupos parlamentarios de paz para el pueblo saharaui. Donde pude también sentir de cerca como, sin restar su importancia simbólica, las voluntades personales de políticos de distinto signo se ahogaban en las limitaciones de los partidos que pueden y no quieren y los que quieren pero aún no pueden. Ojalá, insha’allah -como dicen allí- los cambios recientes abran nuevas posibilidades.

Sobre todo porque, para abordar la situación del Sáhara Occidental urge hacer una reflexión y tomar una acción política que quedó aparcada en el limbo de la transición, por respeto a los derechos humanos y la justicia internacional. Y si esto le sirve a algunos, también aunque sea por puro interés estratégico. ¿De verdad en Europa, no nos interesa la estabilidad que proporciona una República Democrática en el Sahel, que pueda plantear una línea de contención al impulso en auge del extremismo, que tanto preocupa a quienes lo tapan todo con banderas? ¿No nos preocupa que generaciones que nunca han pisado su propia tierra se harten de resistir? A mí sí. Y si hemos llegado a tal nivel de deshumanización, que no lo hacemos por el sufrimiento ajeno, hagámoslo para prevenir el propio.

Con todo, quedan mil cosas por nombrar en este artículo, pero quiero acentuar lo que más me impresiona del pueblo saharaui, al que si tuviera que identificar con una sola palabra, ésta sería resiliencia. Y lo sería porque contiene en si misma su resistencia, creatividad y dignidad infinitas, que desarrollan, por ejemplo, con la creación de su escuela de cine en los campamentos de refugiados, con la que como ellos mismos dicen: “su historia no ha sido escrita, pero será filmada”.

El próximo sábado 16 de noviembre se celebra una manifestación en Madrid. Saldrá de Atocha a las 12 del medio día para reclamar el fin de la represión en el Sáhara Occidental y la libertad de los presos políticos. Me gustaría que acudieras, yo estaré allí y mi objetivo era convencerte, conmoverte y persuadirte con estas líneas.

¿Nos vemos el sábado?

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