Cómo la Francia Insumisa fue reducida a un voto protesta

  • "Hubo muchos errores estratégicos en el centro del colapso que llevó al partido a pasar del 19,6% de los votos en las presidenciales a un 6,3% en las europeas"
  • "Jean-Luc Mélenchon debería haber dado un paso atrás mucho antes"
  • "¿Acaso Francia Insumisa sigue siendo capaz de transformarse en un partido de gobierno y de cambio radical? Hay muchas razones para dudar de ello"

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Lenny Benbara, director de Le Vent se Lève

Después de haber llevado a cabo una campaña casi perfecta en el 2017, fueron muchas las desilusiones que sufrió Francia Insumisa, el partido de Jean-Luc Mélenchon. Si bien algunas de ellas pueden atribuirse a factores externos, la realidad es que hubo muchos errores estratégicos en el centro del colapso que llevó al partido a pasar de un 19,6% de los votos en las elecciones presidenciales a un 6,3% en las europeas. Estos desaciertos corresponden a una estrategia que ve la política como una guerra de movimiento permanente y a una excesiva agresividad en el discurso, especialmente durante períodos que se prestaban a una narrativa más consensual. Aquí el análisis.

Durante el verano de 2017, identifiqué dos grandes desafíos a los que debía enfrentarse Francia Insumisa (FI) para expandirse hacia el flotante electorado de Macron y hacia las clases trabajadoras que se veían tentadas de votar a Marine Le Pen. Por un lado, el reto consistía en construir credibilidad para que una candidatura como la de Jean-Luc Mélenchon no fuese percibida como un "salto al vacío": nadie quiere jugarse su futuro en una partida de póquer. En una configuración en la que el neoliberalismo genera muchas incertidumbres y ansiedades, es natural que la gente necesite certezas y no riesgos. Por otro lado, esta expansión requería de la producción de un discurso de protección patriótico contra las amenazas de la globalización. Esta narrativa debía construirse de manera inclusiva y no excluyente, es decir, sobre la base de una concepción cívica y política de la nación y no de una definición étnica y cultural de la misma.

Este patriotismo hubiese sido, de este modo, una palanca fundamental para hacer comunidad y romper el círculo infernal de la atomización y del individualismo. El electorado de Marine Le Pen expresa muy claramente una fuerte demanda de protección. Esta demanda hubiese podido ser captada afin de darle un significado diferente que apuntase a las élites que no han asumido su responsabilidad frente a las amenazas que pesan sobre la cohesión social en lugar de señalar a los más débiles como lo hace la extrema derecha.

En otras palabras, el desafío era ofrecer una promesa de orden frente al caos neoliberal, y no sólo un discurso de protesta y de oposición al sistema. Nadie necesitaba que le convencieran de que Jean-Luc Mélenchon estaba en desacuerdo con el sistema existente. Por lo tanto, no se podía avanzar poniendo énfasis en este aspecto. A nuestro parecer, Francia Insumisa estaba llevando a cabo un trabajo de construcción de credibilidad que se interrumpió después del inicio de la temporada política en septiembre de 2017.

Donde todo comienza

Si volvemos a las consecuencias de la elección presidencial, es posible identificar una serie de indecisiones en cuanto a la estrategia que había que adoptar. Sin una respuesta convincente, el movimiento ha vuelto a su cultura original de izquierda radical, lo cual ha dado lugar a una serie de errores estratégicos que vale la pena considerar. Entre ellos, el principal ha sido la voluntad de librar una "guerra de movimiento" cuando lo que realmente era necesario era librar una "guerra de posición". En otras palabras, Francia Insumisa activó un discurso adaptado a los momentos calientes en un periodo en que era necesario desarrollar una estrategia específica para los momentos fríos, durante los cuales la relación de fuerzas es menos volátil. El uso de una agresividad excesiva, en particular, dejó al partido desamparado e inaudible cuando se movilizaron los chalecos amarillos.

Durante estas protestas, era tan necesario movilizar un discurso destituyente como lo era presentarse como una opción de recurso. Se nos responderá que Francia Insumisa apoyó en todo momento a los chalecos amarillos y se opuso al Gobierno. Sin embargo, para ser eficaz, un discurso no puede ser monótono: nadie escucha a una fuerza cuyo mensaje ya no es capaz de producir variaciones en su partitura desde hace meses. Este tipo de argumentación se convierte inevitablemente en un ruido de fondo que todo el mundo ignora de manera ostensible. Para ilustrar este argumento basta con recordar los momentos claves que marcaron la salida del partido de Mélenchon de las elecciones presidenciales y que demuestran que las cosas se hicieron a contratiempo.

Las elecciones legislativas marcaron el primer ejemplo del retorno de la retórica agresiva, encarnada en el ataque al ex Primer Ministro Bernard Cazeneuve. Si bien este era el único miembro del gobierno anterior que había mantenido una relativa popularidad, fue descrito como "el asesino de Rémy Fraisse" una estrategia dudosa cuando se considera que Francia Insumisa iba a necesitar los votos del electorado socialista en las elecciones de junio. A esto hay que añadir la línea de campaña: el excandidato Jean-Luc Mélenchon pidió en vano a los votantes que votaran por su movimiento para que pudiera convertirse en Primer Ministro y crear una 6ª República. A los ojos del pueblo, la verdadera partida se juega durante las elecciones presidenciales, que son el principal acontecimiento político: el juego no se repite un mes más tarde en medio de un proceso de despolitización y disminución de la participación electoral. Por lo contrario, existía una alternativa simple: pedir votos a favor de Francia Insumisa para dar fuerza al proyecto de país que esta fuerza política encarnaba.

En resumen, se trataba de representar este apoyo como la primera piedra de una sociedad que, si bien no había ganado las elecciones, había de llegar a concretarse en algún momento. Este es exactamente el tipo de discurso que debería haberse movilizado en la noche de la primera vuelta, en lugar de dar una imagen de derrota y amargura como lo hizo Jean-Luc Mélenchon.

A pesar de esta mala estrategia de campaña, el establecimiento de un grupo parlamentario ha permitido que el movimiento recupere un rumbo positivo.

Su llegada al Parlamento dio lugar a niveles de cobertura mediática nunca antes vistos, que enfocaron las miradas en las acciones de los nuevos diputados. Una de sus primeras decisiones, sin embargo, fue dejar de llevar corbata durante los debates, una actitud que solo sirvió para halagar a su propia sociología y a la del corazón de su electorado consolidado: aquí, el segmento urbano y diplomado de los insoumis. Esta transgresión en la vestimenta corresponde para ellos al imaginario del desorden y de la contestación. Las clases trabajadoras, por lo contrario, quieren que se las represente “correctamente”. Esta voluntad de conservar las formas podrá ser considerada arcaica, pero es un hecho político que tenemos que tomar en cuenta.

La línea elegida para la temporada de 2017 es una continuación lógica de estos primeros símbolos, desde que el grupo parlamentario comenzó a denunciar el proyecto de ordenanzas sobre el derecho laboral como un "golpe de Estado social". Esta semántica refleja una estrategia de polarización totalmente excesiva en un momento en el que, nos guste o no, los franceses esperaban a ver cómo debían juzgar las acciones de Emmanuel Macron. Aquí estamos entrando plenamente en el vocabulario de la protesta, mientras que el período era de enfriamiento político y de espera. Siguiendo con esta línea, la FI le pidió entonces a la población que saliera a las calles con ollas y sartenes, una práctica típica de Túnez y de Latinoamérica, y que un millón de personas descendieran a los Campos Elíseos como señal de protesta. Lo absurdo de esta llamada denota la creencia, no menos absurda, de que es posible pulsar un botón para provocar una crisis de régimen.

Sin embargo, este discurso no fue aún inequívoco, como lo ilustra la primera presencia de Jean-Luc Mélenchon en el programa L’Émission politique ante el Primer Ministro Édouard Philippe el 28 de septiembre de 2017. Los observadores se vieron entonces positivamente sorprendidos por la cordialidad del discurso y el respeto entre los dos hombres.

La estrategia de protesta

Fue en el mismo Show Político que se selló el destino el 30 de noviembre de 2017. Recordaremos así el durísimo intercambio con Laurence Debray sobre Venezuela, en total contradicción con la imagen de opción "más allá de los partidos" que Jean-Luc Mélenchon debería haber apreciado y conservado, y que está actualmente intentando reconstruir desde su viaje a América Latina. Este programa mostró una elección de mensaje muy clara: debemos oponernos, oponernos y oponernos.

Esto se debe a que fue en ese momento que empezaron los primeros signos de movilización social en torno a las demandas de los estudiantes y de los trabajadores ferroviarios. Por lo tanto, la elección de la protesta implicó una participación proactiva en la movilización. Sin embargo, este movimiento social ya mostraba la debilidad de los sindicatos y estaba claramente destinado a perder, dado su impopularidad y su incapacidad de provocar un desbordamiento sociológico o de renovar sus formas. Como todas las movilizaciones de izquierda tradicional, es decir, las que son formadas por funcionarios, estudiantes y graduados en situación precaria, su fracaso era previsible, sobre todo cuando la movilización ocurre menos de un año después de la elección del Presidente de la República. Desde este punto de vista, el movimiento invernal de 1995 es una excepción y la sociedad ha cambiado mucho desde entonces. Una actitud más cautelosa habría sido el apoyar la movilización, pero actuar como megáfono institucional en la Asamblea y no como sustituto de los sindicatos. Como resultado, la derrota del movimiento se convirtió en la de la Francia Insumisa, que se hizo cargo de la bandera del "campo de la derrota".

Después de esta movilización, tuvo lugar el proceso de elaboración de la lista del movimiento para las elecciones europeas. Este proceso, elogiado por su originalidad, ha dado lugar a un cambio de cultura dentro de Francia Insumisa. Fue en ese momento que esta fuerza se volvió "introvertida", mientras que hasta entonces había sido "extrovertida": sus dirigentes políticos se centraron en cuestiones internas y empezaron a movilizar recursos para avanzar sus peones y tratar de influir en la línea del partido. Este interminable proceso exacerbó las discrepancias internas e hizo que se diesen a conocer mediáticamente los conflictos y las salidas de diversos miembros. Francia Insumisa ya había asumido hace rato que su funcionamiento interno no era democrático y este tipo de ocurrencias no constituye una tragedia para la supervivencia de un partido político. Sin embargo, habría sido más prudente resolver la cuestión en unos pocos días asumiendo con autoridad la imposición de una lista, sin presentar a los ojos del público sus desacuerdos internos.

Las noticias del allanamiento de la sede del partido han sido, por supuesto, muy dañinas para su imagen. Este escandaloso operativo de policía política reveló escenas que les mostraron a los franceses un rostro agresivo, incluso preocupante, de esta fuerza. Este es un hecho exógeno entre otros, pero hay que admitir que forma parte de la explicación de la caída electoral del movimiento.

Paralelamente a este proceso, se eligió una línea incomprensible para las elecciones europeas. Por un lado, el movimiento afirmó que se trataba de un referéndum anti-Macron aunque, a estas alturas, Francia Insumisa ya no era la primera fuerza de oposición desde hacía muchos meses: la idea de posicionar estas elecciones como un referéndum sólo podía favorecer a la extrema derecha. Por otra parte, uno de los supuestos de la campaña era que sólo el electorado urbano y culto votaba en las elecciones europeas. Como resultado, el movimiento creyó que era necesario ir a buscar a los burgueses progresistas y venir sobre las tierras de caza del Partido Socialista, del Partido Comunista, de Génération‧s y de los Verdes, para robar segmentos de mercado en lugar de cultivar su originalidad. Para quienes observaban los debates europeos, era difícil distinguir las líneas desarrolladas por las diferentes fuerzas políticas que se identificaban con la izquierda.

Los resultados mostraron que funcionó mejor la estrategia contraria: las fuerzas que ganaron fueron las que tenían un mensaje claramente identificable. Emmanuel Macron, a pesar de la falta de carisma de su candidata Nathalie Loiseau, recogió los frutos de la imagen de "partido del orden" que se forjó en la violenta represión de los chalecos amarillos. Los Verdes se llevaron 13% de los votos por una marca simple que había sido puesta en la agenda por el movimiento contra el cambio climático: la ecología. La extrema derecha, por su parte, floreció gracias a su mensaje de protección y al temor de que Macron llegase primero en estas elecciones, en perfecta línea con la lógica del referéndum anti-Macron.

¿Qué hizo Francia Insumisa? Propuso un "camino de la insubordinación". Entienda quien pueda. Estas elecciones fueron una ocasión fallida para afirmar un mensaje de protección y de defensa de los intereses de Francia en Europa, en un momento en que se están perdiendo ciertos instrumentos esenciales para la soberanía del país. Mientras que la extrema derecha estaba muy débil, se perdió la oportunidad de recuperar a algunos de sus electores que anhelaban, sobre todo, el retorno de un Estado que los proteja. Evidentemente, podríamos añadir a esta crítica ciertos métodos de campaña dudosos. Pensamos en particular al gasto masivo en holovans (furgonetas que difundían intervenciones de candidatos por holograma), un método ineficaz  que ya no representa una verdadera innovación, o incluso a la enorme cantidad de reuniones que se organizaron en todo el territorio y que absorbieron mucha energía y recursos durante una campaña que, en realidad, se jugaba esencialmente en los medios de comunicación y en las redes sociales.

El regreso a la izquierda resistencialista

El balance de estos dos años es el reingreso de Francia Insumisa al espacio político de la izquierda contestataria, vuelta que se ve magníficamente simbolizada por el uso de la expresión “federación popular”, que suena más o menos como un Frente de Izquierda 2.0, experiencia que fracasó después de las elecciones de 2012. En los hechos, el populismo se ha entendido demasiado como un discurso de oposición y de antagonismo agresivo. Sin embargo, no lo es: cuando hablamos de populismo, nos referimos a la búsqueda de una transversalidad basada en la oposición a un adversario común. No hay razón para que la oposición a Macron se convierta en pura resistencia y obsesión por la protesta.

En el período pos-presidencial, por lo contrario, se podrían haber realizado tareas fundamentales para librar una guerra de posiciones y adquirir una cultura institucional esencial para la posterior conquista del Estado y el ejercicio del poder. Una de las deficiencias de los movimientos políticos, que son muy eficaces para ganar las elecciones y moverse dentro de los momentos electorales calientes, es precisamente la falta de institucionalización. Por lo tanto, sin volver a la forma del partido tradicional, se podría haber pensado qué formas de organización adoptar para los momentos fríos, con el objetivo de defenderse en una guerra de posiciones.

Esta es una de las condiciones importantes para llevar a cabo el trabajo de legitimación que es imperativo para cualquier fuerza de cambio radical. Este trabajo no puede reducirse al programa, sino que implica también un conjunto de códigos y una cultura que hay que apropiarse. Conquistar el Estado significa activar redes y lograr seducir a altos cargos que poseen enfoques e intereses específicos. El libro de Marc Endeweld sobre las redes de Macron, publicado en 2019, ilustra de manera brillante la existencia de un Estado profundo que no puede ser desalojado por las elecciones: debemos estar dispuestos a jugar dentro de sus intersticios y contradicciones. Se trata de una tarea a largo plazo que debe prepararse con mucha antelación, por ejemplo con la creación de un think tank, que solo surgió, en la estrategia de Francia Insumisa, dos años después de las elecciones presidenciales.

Para complementar este esfuerzo institucional, Jean-Luc Mélenchon debería haber dado un paso atrás mucho antes, tomando altura y distancia para presentarse como un recurso dentro del movimiento. Después de 2017 y su catastrófica segunda vuelta, Marine Le Pen desapareció durante casi dos años, lo cual no impidió que regresara a tiempo. La vía del voluntarismo y la guerra de movimiento constante terminaron jugando en contra del éxito de Francia Insumisa.

Los chalecos amarillos surgieron porque ya no existe en Francia una oposición capaz de canalizar la insatisfacción. Si bien la extrema derecha recuperó ligeramente su popularidad, parece afortunadamente condenada a la simple gestión de una renta electoral. Frente a este vacío, la gente utiliza la vía extrainstitucional para hacer oír su voz en un contexto en que todos los mecanismos de canalización dentro de las instituciones han sido saboteados. Desde este punto de vista, el gobierno exacerba las tensiones cuando lleva a cabo operaciones de policía política y sabotaje de las fuerzas opositoras.

Además, los chalecos amarillos ofrecen una segunda lección estratégica: no se puede empezar una guerra de movimientos pulsando un botón. Debemos aceptar que no elegimos el terreno en el que se libra la batalla política. Por eso es crucial adaptarse a los diferentes tipos de períodos. Cuando la sociedad está altamente polarizada, es relevante activar una dosis más alta de conflicto en su discurso, mientras se juega la carta de posicionarse como una alternativa al gobierno instituido, que no ofrece respuestas satisfactorias. Cuando la coyuntura política se calma, incluso temporalmente, el nivel de conflicto discursivo debe reducirse.

Haciendo lo contrario, el riesgo es estar a contratiempo y lejos del sentido común. Podríamos hacer un paralelismo con la cuestión de la unión de la izquierda. Resulta paradójico ver que, justo después de las elecciones presidenciales, FI hubiese podido llegar a un acuerdo que le asegurase una dominación duradera sobre las demás fuerzas de izquierdas y no lo hizo. Fue en un momento en el que ya se encontraba en caída en las encuestas que comenzó a considerar que Macron era el “campeón de la derecha” -lo cual es muy discutible- y que, por lo tanto, era necesario convertirse en actor hegemónico de la izquierda, un objetivo que ya está fuera de su alcance.

¿Y ahora qué?

En vísperas de las elecciones municipales, la Francia Insumisa se encuentra en una posición muy débil. Su capital político ha sido derrochado, por lo que es mucho más complicado que antes librar una guerra de posiciones. Es probable que así sea hasta las próximas elecciones presidenciales. Desde este punto de vista, parece que ya se ha acordado que se necesitará una nueva herramienta y opción transversal, no definida sobre la base de la división izquierda-derecha, para cumplir el plazo de 2022. Sin embargo, parece poco probable que el éxito de Francia Insumisa en 2017 pueda ser reeditado sin cambios muy significativos.

Es posible identificar una serie de condiciones para impulsar una opción potencialmente exitosa. En primer lugar, debe crear una oposición entre la mayoría de la sociedad y la pequeña minoría privilegiada que ha capturado el Estado, los medios de comunicación, la economía, etc. Es este tipo de eje el que puede ayudar a formar una mayoría y resonar con el estado moral del país. Además, su imposición permite borrar el eje que la extrema derecha trata de promover para condicionar la agenda y reordenar el campo político, es decir, el de la antinomia entre nacionales e “inmigrantes no asimilados”.

En segundo lugar, esta opción electoral debe posicionarse fuera del eje izquierda-derecha en términos de retórica e identidad, si quiere expandirse hacia electorados accesibles y a los que todavía falta llegar: la fracción dégagiste de los votantes macronistas de 2017, los abstencionistas, las clases trabajadoras cautivas de la extrema derecha y los jóvenes que fueron uno de los puntos fuertes de la Francia Insumisa durante las últimas elecciones presidenciales. Aquí es donde el patriotismo progresista, en línea con la Revolución Francesa, entra en juego. La transversalidad de la referencia a la patria permite ir más allá del imaginario limitado de la izquierda tradicional.

Tercero, esta fuerza debe generar certezas y demostrar su credibilidad. Desde este punto de vista, el discurso sobre la convocatoria de una asamblea constituyente después de una elección parece contraproducente. No es viable decir: "Denme el poder para que al día siguiente lo abandone". Los votantes eligen representantes listos para asumir el poder y sus responsabilidades. La referencia a América Latina se depara aquí con uno de sus límites. Por otra parte, el sistema de shadow cabinet del Partido Laborista en el Reino Unido parece ser una referencia interesante.

En cuarto lugar, esta opción debería parecer nueva e innovadora, no nostálgica de las formas del pasado. Francia está particularmente atrasada en cuanto a la utilización política de los espacios digitales. Aunque hay mucho lugar para la innovación, pocas fuerzas políticas parecen haber tomado este camino. En este punto, Francia Insumisa sigue siendo la formación más avanzada cuando se la compara con sus competidores, con la posible excepción de Emmanuel Macron en algunos aspectos. Como ilustran los ámbitos políticos italiano y estadounidense, queda mucho por hacer en este campo digital. Por último, no hay discurso victorioso contra Emmanuel Macron sin seguir una línea que combina un mensaje de orden y protección, por un lado, y novedad, hype y disrupción, por otro. De cierto modo, es necesario definir una compleja alianza entre aspiraciones progresistas y conservadoras para preservar lo existente.

¿Acaso Francia Insumisa sigue siendo capaz de transformarse en un partido de gobierno y de cambio radical? Hay muchas razones para dudar de ello. Su ventaja, por lo pronto, es que sus competidores parecen aún menos capaces de explotar la nueva situación política creada por el macronismo, que por el momento ha destruido cualquier forma de alternativa dentro del bloque oligárquico. El año 2022 está aún muy lejos y no faltan sorpresas en este quinquenio presidencial, como lo demostraron el caso Benalla y el movimiento de los chalecos amarillos. Más que nunca, el campo político francés parece estar marcado por una incertidumbre radical y la imposibilidad de establecer expectativas lineales. No cabe duda de que el equilibrio de poder cambiará significativamente y se moverá, así que no hay nada definitivo. En todo caso, no se asaltan los cielos sin la imprescindible transversalidad.

Nota: artículo original publicado en Le Vent Se Leve

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