TIRO AL MUÑECO // El camarote de Bertín
- Segundo relato de la serie 'Tiro al muñeco'
El mercurio se había instalado plácido sobre la rayita de los treinta y no bajaría de allí en toda la noche, así que el comisario Balbás estaba despierto cuando su móvil saltó como un resorte —desde la mesilla hasta el suelo— al borde de las cinco. Unos jóvenes que hacían botellón —le informaron desde la Central— acababan de encontrar el cadáver de un hombre en los alrededores del complejo de La Moncloa. Recalentó unos restos de café, se puso una camiseta de tirantes de los Iron Maiden y salió pitando hacia la morgue, hasta donde habían trasladado el fiambre. Su Opel Corsa blanco no tiene aire acondicionado, así que, pese a lo temprano de la hora, el trayecto resultó un infierno. Quizás por eso cuando abrió la puerta de la estancia donde se practican las autopsias y una corriente fría hizo reverberar los pelillos de su nuca experimentó un efervescente alivio; eso sí, sólo hasta que se le empezaron a poner duros los pezones, una sensación que no podía soportar. El forense rompió a largar en cuanto Balbás hizo pie en su quirúrgico y aséptico chiringuito.
—Estamos hablando de un varón de origen caucásico, moreno, de entre 45 y 50 años. Mide 1.90 y es de complexión fuerte y atlética. Su dentadura roza la excelencia y lleva una alianza de oro, por lo que he colegido dos cosas: la primera, que nos encontramos ante un hombre de posición acomodada; la segunda, que muy probablemente estuviera casado.
—Sí. Todo eso ya lo sé. Fundamentalmente porque se trata del presidente Sánchez. Le he reconocido nada más entrar.
—No sabría decirle… Hace años que rompí con la política. Fue un día que vi a Inda y a Ferreras en La Sexta. Me dieron tanto asco que desenchufé el televisor y los cuatro o cinco aparatos de radio que tenía esparcidos por la casa y los arrojé a un punto limpio. Hasta el casette del coche arranqué sin miramientos.
—¿Y qué hay de la hora y de la causa de la muerte?
—Yo diría que el óbito se produjo alrededor de medianoche. No presenta ningún tipo de golpe o laceración y tampoco he detectado lesiones internas. Todo apunta a un amago de infarto que pudo complicarse por un golpe de calor. La combinación resultó explosiva y acabó con él.
—Pero era un hombre sano. Se cuidaba… Hacía deporte… De hecho, lleva puesto el chándal…
—Algo debió afectarle… El rictus crispado, los ojos en blanco y la mandíbula desencajada, además de la circunstancia de que mantiene aferrado el móvil entre los dedos, parecen indicar que una llamada pudo desencadenar la crisis.
—¿Por qué no se lo ha arrancado todavía?
—Necesito su permiso… Tendré que enderezar las articulaciones … Y no será agradable, se lo advierto…
—Proceda.
El comisario Balbás recuperó el móvil y corrió hasta la calle para averiguar la identidad de la última persona que habló con el presidente. La forma más rápida de hacerlo era buscar en el registro de llamadas.
—¿Diga? —contestaron desde el otro lado.
—Le llamo de la Policía. ¿Quién es?
—¿Perdone?
—Soy el comisario Balbás, de la Policía, ¿con quién hablo?
—Soy Bertín.
—¿Cómo?
—Bertín Osborne.
—Encantado, don Bertín. Ese teléfono desde el que me habla, ¿es suyo?
—No. Es de Felipe.
—¿Felipe?
—Felipe González… ¡Felipeeee! —grita Bertín desde el otro lado de la línea—. Te llama un comisario de policía… Dice que ahora viene… Estaba en el jacuzzi… Le paso…
—¿Diga?
—Soy el comisario Balbás…
—Espere un segundo, haga el favor… Es que me he dejado el puro en… Ya está… Dígame… Bajad un poco el volumen de la música, que no se oye nada… A su disposición…
—¿Habló ayer al filo de la medianoche con el señor Pedro Sánchez?
—No exactamente… Le llamé para decirle que le mandaba un archivo con una foto y un mensaje, pero no sé si lo recibió, porque la comunicación pareció cortarse unos segundos después…
—Ah, sí… Aquí está el archivo… Lo tengo… Espere, que lo estoy abriendo… “ÉSTE ES EL ÚNICO CAMINO… Y TÚ LO SABES”… ¿Es ese el mensaje del que me habla?
—Efectivamente…
—Pero… Espere… ¡Por Dios bendito!... La foto… ¡Esta imagen es…! ¡Es…!
El comisario Balbás hinca la rodilla en el suelo, se lleva la mano al pecho y se desploma sobre la acera con el móvil de Pedro Sánchez aferrado a fuego entre los dedos…
—Se ve a Rivera —prosigue González desconociendo la suerte que ha corrido su interlocutor—, ya sabe, el primo ese de Ciudadanos, dándome crema en la espalda. Protección 30, que si no me quemo. ¿Lo está viendo? Es en la terraza de Bertín, por eso vamos en tanga… Como le hubiera gustado todo esto a Carlos Fuentes… ¡Oiga! ¿Me escucha? ¿Sigue usted ahí?... ¿Me oye?... Juan Luis, haz el favor, que no sé si me estoy quedando sordo o qué…
—¿Hola? Soy Juan Luis Cebrián, el académico… ¿Me ‘junas’?... … ¡Habría que cerrar los malditos periódicos de papel, joder! —dice escondiendo la boca tras la mano—… Mira a ver si te contestan a ti Fernando, que no me quisco de nada…
—¿Aló? Excuse moi. Fernando Savater al habla, ¿me siente?… No será usted vasco, ¿verdad?... Toma, Ana Patricia… Deja este trasto por ahí, haz el favor, que parece que se ha cortado… Y acércame un carabinero antes de que se los acabe Girauta… ¡Qué bicho!
(Lee aquí el primer relato de la serie: Duelo al sol en Chípiron Beach)