Posverdad: mentiras, afectividad, yo-digital y revolución zombi (de gaytasunos a #metoo)(III)
- "La otra razón de que la posverdad sea tan emocional y performativa, además del miedo neoliberal, es la digitalización del yo"
- "El vídeo infame y nefario de la violación de una mujer joven por la Manada en los Sanfermines de 2016, constata el carácter altamente digital de la posverdad"
- "Si examinamos la ciencia en el año 2019, tenemos que concluir que la misma también responde a la posverdad"
Joseba Gabilondo, profesor de Literatura y cultura peninsulares en Michigan State University, acaba de publicar Globalizaciones. La nueva Edad Media y el retorno de la diferencia, editado por Siglo XXI de España
Nota: este artículo se complementa con la Parte I y la Parte II, publicadas previamente
Como apuntábamos más arriba, la otra razón de que la posverdad sea tan emocional y performativa, además del miedo neoliberal, es la digitalización del yo. Es ésta una dimensión de la posverdad ya analizada por varios autores. Su carácter tecnológico hoy en día se puede resumir en el hecho de que el único formato de la posverdad que se impone como tal es la de Twitter, WhatsApp, Instagram, Facebook, etc. donde el impacto emocional y mentiroso-zasquero de las noticias y las opiniones chillonas de los usuarios se convierten en la materia que establece los límites de la veracidad (y donde el sistema digital cerrado de China lo convierte en un laboratorio singular del cual no tenemos suficientes noticias).
Volveremos al fenómeno #metoo, #yotecreo, y la Manada, pero, adelantemos que el vídeo infame y nefario de la violación de una mujer joven por la Manada en los Sanfermines de 2016, constata el carácter altamente digital de la posverdad. Dicho vídeo es símbolo de la dificultad para imponer la verdad criminal de una violación de grupo en un entorno posverdadero donde la mentira de la masculinidad heterosexual y su violencia siguen reinando en el Internet y la sociedad en general. Ha sido necesario la movilización mediática de grupos y organizaciones feministas, de la comisionada de la ONU, así como de una parte importante del país, ya no tan insensible a estas “nuevas” realidades que tienen una larga historia, para que la verdad evidente y violenta que aparecía en el vídeo se haya convertido en verdad legal, en una verdad jurídica que ha tenido que ir hasta el Tribunal Supremo, para que se imponga a la posverdad reinante. La problemática más común de cuando no hay evidencia visual o física de violación o maltrato, se convierte en la base de un iceberg que el vídeo de la Manada, como punta del mismo, solo hace aparecer.
Pero si alguien me va a decir que por lo menos aquí se puede ver la diferencia entre “verdad verdadera” y “posverdad mentirosa”, terminemos por decir que incluso este caso tampoco escapa al régimen posverdadero en que vivimos, ya que precisamente el acto que le concedía verdad social al vídeo era el no verlo, el creerlo, el intentar sacarlo de la red para que la víctima no volviera a sufrir una violencia repetida, esta vez, de manera social y mediática. Lo verdadero, la única acción verdadera y ética, era el no verlo. Este no es un caso aislado; también se extiende la posverdad visual al fenómeno Black Lives Matter en los EE. UU. La circulación de imágenes factuales de violencia policial, es decir, el fenómeno posverdadero de que un videoclip sobre un asesinato perpetrado por la policía se haga viral, ha cambiado la actitud social respecto a un hecho que la comunidad negra conocía de toda la vida: que la policía actúa en base a un racismo estructural que la lleva a matar a personas negras de manera indiscriminada.
De ahí que el #metoo y el #blacklivesmatter se hayan convertido en fenómenos políticos que parten de la circulación posverdadera de videoclips en Twitter, YouTube, etc. Vídeos cuya realidad y verdad, contradictoriamente, solo se pueden afirmar no viéndolos; la alternativa sería terminar sucumbiendo a una pornografía de la violencia que nos acerca de manera preocupante a la psicosis y a la perdida de humanidad. No es otro el caso del suicidio de Verónica en la fábrica de camiones CNH Industrial este año. El participar en la visión de algo factual te hace cómplice en una violencia que puede llevar a la víctima al suicidio.
No se pueden separar estos eventos de nuestra fascinación con los asesinos seriales ya que la interminable serie de películas y programas televisivos apuntan precisamente a ese personaje, mayoritariamente masculino, que convierte en cultura y en modo de vivir una violencia social que solo podemos contemplar de forma indirecta, viendo lo que no se puede ver, semi-viendo una violencia que, si se filmara de manera continua momento a momento en su verdadera duración completa, desafiaría la capacidad de visión de cualquier espectador; estaría más allá. El asesino serial marca el límite exterior de una realidad digital y visual que nosotros concebimos como interior y humana a través de la exterioridad de dicho asesino. Estos se convierten en marcadores de la posverdad visual y sus límites, que nosotros no podemos exceder sin pasar a la psicosis, y por eso delegamos en el personaje demente que, de todas formas, las películas y la televisión nos hacen comprensibles y fascinantes con la sola condición de que al final ellos también sucumban a su propia violencia en forma de justicia, cárcel, o ajusticiamiento policial y así, una vez marcado el interior del límite de la posverdad, desaparezcan como personaje exterior.
Evidentemente y como muchos críticos han apuntado, la era de Internet ha traído la superproducción (digital) sin precedentes de noticias, ideas, imágenes y rumores que, a su vez, se han convertido en bidireccionales, a diferencia de las noticias de los medios de comunicación tradicionales modernos que eran predominantemente unidireccionales, ya que los controlaba una empresa o un grupo y convertía a la mayoría del público en receptor generalmente pasivo de dichos medios, entre los cuales el periódico era el medio moderno por excelencia. Este no ha desaparecido, pero sí ha mermado considerablemente y, además, ha sido subsumido a la lógica digital y bidireccional de Internet. Muchas veces los periódicos solo pueden volver a recircular noticias que ya se han propagado por usuarios individuales y privados, de manera viral, en la red. En esto no hay nada nuevo y se ha analizado de manera extensa. Pero existen aspectos de esta cultura digital que se entrecruzan con la posverdad de formas nuevas e inusitadas y que no han recibido la suficiente atención —además de la necesidad posverdadera mencionada más arriba de no participar en el visionado de imágenes violentas para así afirmar su verdad posverdadera—.
Por una parte, está la superproducción de información en la que participamos de manera supuestamente voluntaria e individual según expresamos nuestras opiniones y compartimos vivencias en cualquiera de los formatos digitales hoy día existentes. Por mor de brevedad, vamos a reducir estos formatos a las siglas TWIYF (Twitter, WhatsApp, Instagram, YouTube, Facebook), aunque evidentemente el ecosistema es más amplio. Según WorldoMeters, hay algo más de 4.000.000.000 usuarios de internet (vía ordenador o teléfono celular) en el mundo; teniendo en cuenta que la población global es de un poco más que 7.000.000.000 individuos, se puede concluir que el 57% de la población mundial tiene acceso a Internet. Por lo cual el análisis siguiente solo afecta a la mitad de la población digital. El aspecto más interesante y que ahora empezamos a comprender y estudiar de maneras más críticas, tiene que ver con lo que se ha llegado a llamar la exteriorización (exomatización) del yo, o de manera más general, la digitalización del yo. El caso supuestamente más inicuo y familiar tiene que ver con las fotos que tomamos con el móvil durante el día y sobre todo durante fiestas, vacaciones y otros eventos sociales que juzgamos dignos de captura, de recuerdo, a través de la foto digital, el vídeo, y, sobre todo, el selfie.
Pero también se podría expandir a la creciente multiplicación de documentales de todo tipo y longitud que se están produciendo en todo el mundo por profesionales y amateurs, cuya producción es proporcionalmente creciente a la desaparición de periódicos y revistas que tenían el monopolio unidireccional de documentar la realidad. Las fotos que nos tomamos tienen el efecto sin precedentes de extender nuestro yo más allá de nuestra conciencia ya que, en general, la mayoría de esas fotos nunca se vuelven a repasar o ver, y por tanto no pasan a la memoria biográfica de uno mismo. Es decir, representan una nueva forma de inconsciente digital, de un yo digital que no controlamos, y que de todas formas tiene efecto en nosotros, ya que el mismo hecho de su exceso digital nos impulsa a guardarlos en servicios de almacenaje que no son de nuestra propiedad. También el publicar dichas fotos en TWIYF tiene el mismo efecto de crear un inconsciente digital que no controlamos y del cual tampoco somos dueñas completas. Por eso, hay esa tendencia de famosos y políticos a borrar cuentas y pasados posts y tuits en un intento de control sobre este inconsciente digital de nosotros mismos que hemos creado.
El hecho de que siempre se escape un post o tuit y alguien lo capture y circule en contra de las intenciones del usuario y creador original es prueba de que tenemos un nuevo inconsciente digital que a diferencia del burgués de Freud es exterior, es digital, y por tanto abre el yo y el cuerpo a un nuevo estadio de exomatización: el cuerpo se exterioriza como post, tuit, mensaje o foto digital en TWIYF/Internet. Los suicidios que se están dando entre jovencitos que han sufrido un bullying donde se usan sus propias fotos en contra de ellos, o el caso del suicidio de Verónica en la fábrica de camiones CNH Industrial este año, demuestran la falta de control que tenemos sobre nuestro nuevo inconsciente digital. Hay autores como Bernard Stiegler que defienden que no hay nada nuevo en esta exomatización, y que, es más, representa el acto más fundacional de la humanidad: la exteriorización de la conciencia y de las ideas humanas en forma de herramientas (empezando con piedras, huesos y pinturas rupestres) y que es la base del conocimiento humano o, en la terminología de Stiegler, es la fundación de la noesis humana.
Y dicho esto volvemos a los efectos emocionales de la digitalización del yo. Si todas estamos participando en esta superproducción y exomatización digital de nuestra individualidad, los efectos emocionales que crea dicho yo digital inconsciente son los que han transformado la verdad moderna (escrita básicamente en libros) en posverdad digital (donde los libros y documentos escritos son una extensión de la información digital). La superproducción digital de nuestro yo crea dos efectos complementarios que nos hacen más emocionales que racionales.
Por una parte, tenemos el efecto constante que nuestro yo digital tiene en la red, incluso cuando no estamos presentes o hayamos cerrado una sesión. Incluso cuando no estamos delante de la pantalla, nuestro yo digital de fotos, posts y mensajes sigue afectando y emocionando a los que sí están en la red, al punto que no solo tenemos una superproducción de mensajes sino una superafectamiento de los usuarios de la TWIYF. Antes, en la época del periódico, el libro, el programa televisivo, o la película, eran muy pocos los que tenían la capacidad de afectar a los otros, a las masas, de manera masiva. Ahora es todo lo contrario. Hay una democratización de la capacidad de afectar, de emocionar, al resto de usuarios e incluso no usuarios (como cuando un videoclip viral de la red también es comentado por radio, televisión y prensa). Esta superafectación es lo que convierte la verdad racional en posverdad emocional. Creo que todas hemos sufrido el fenómeno de la discusión o intercambio interminable donde una se engancha con otro usuario anónimo en un intercambio de opiniones donde el objetivo no es convencer al interlocutor sino vencerlo, derrotarlo, cansarlo, ridiculizarlo, delante de “todos” (todos en este contexto presenta potencialmente el universo completo de usuarios que constituye TWIYF).
El troleo sería la variante más violenta y unidireccional donde uno es el receptor de este intento de “vencer, derrotar, cansar, ridiculizar, etc.” Es la reacción afectiva y emocional donde se intenta eliminar a la otra usuaria ya que, y aquí vendría también el otro aspecto posverdadero y emocional de la exomatización digital del yo, uno no puede tolerar, sufrir, o soportar emocionalmente lo que representa la presencia del otro usuario (del Otro): la pura presencia digital e imborrable del Otro usuario la hace amenazadora e insoportable para el yo. El caso más claro es cuando algunas mujeres han intentado irrumpir en el mundo masculino de los vídeojuegos. El troleo violento y aniquilador de muchos usuarios jóvenes (masculinos) contra estas mujeres es completamente emocional y violento ya que las perciben como una amenaza radical contra sus yos jóvenes, masculinos, y de una heterosexualidad en crisis. En este sentido, las diferencias y discriminaciones que se dan en el mundo exterior, en la realidad analógica, solo quedan exacerbados por TWIYF.
Por otra parte, nuestro yo digital mismo se torna contra nosotras mismas y hace nuestro yo digital insoportable, amenazante y destructor. Es ese tuit o foto que, en medio de la conversación emocional, una escribe o sube a la red y del cual una se arrepiente con rapidez (siendo el sexing la versión más extrema). Es esa prolongación o exomatización digital de nosotros mismos que, en su emocionalidad, queremos rechazar, de la que nos arrepentimos y que vuelve de forma amenazante (sobre todo si no se puede borrar sin quedar en evidencia pública) que hace que nuestro inconsciente digital nos cuestione de formas fantasmáticas y amenazantes. No hay nada nuevo en todo esto, ya que antes, una frase dicha públicamente en una discusión acalorada podía tener el mismo efecto, pero la capacidad de negarla y de controlar su diseminación era mucho mayor (solo en los pueblos pequeños sin prensa ni radio el cotilleo funciona de la misma manera que el TWIYF, aunque en escala micro). Hoy en día hemos renunciado a dicha capacidad. Por lo cual e irónicamente, hemos llegado a la gran contradicción de la exomatización digital: cuanto más individuales nos sentimos al subir nuestras fotos personales, nuestras opiniones individuales, nuestros mensajes particulares, más conectamos a la red, y por tanto más nos convertimos en parte de un colectivo grupal y no individual donde todo el mundo se emociona y es afectado por lo que el resto dice y sube. Nunca hemos sido menos individuales, menos singulares, menos particulares que ahora. Nunca nos ha afectado el resto de las usuarias de TWIYF más que ahora.
Nunca hemos participado de manera voluntaria e individual en nuestra des-individualización digital, en esta colectivización nuestra que es más masiva que cualquier proyecto socialista estalinista o maoísta. Y la prueba está en ver cuánto tiempo podemos aguantar sin echarle una mirada al móvil. El usuario medio americano lo consulta 80 veces por día a razón de una mirada por 10 minutos, y la generación más joven incluso duermen con el mismo de tal manera que el sueño o el sexo no son óbice para continuar conectándose a TWIYF en horas nocturnas. Deleuze ha hablado de transubjectificación y hay quien diría que esto es la colectivización digital de la dinámica amo-esclavo de Hegel. Žižek a su vez subrayaría no tanto lo emocional, sino lo fantástico, de fantasía política, de dicho fenómeno. Pero no tenemos espacio aquí para expandirnos en disquisiciones filosóficas más esotéricas.
Solo apuntar un hecho que va en contra de un puro análisis emocional de la posverdad: el carácter de creación de plusvalía digital de TWIYF. Como ya se ha apuntado varias veces, pero hay que repetir, la mayoría del trabajo emocional, pero trabajo a fin de cuentas en su sentido más capitalista, lo hacen los usuarios de manera “voluntaria”, por lo cual los beneficios económicos de TWIYF no vuelven a los usuarios, sino que se concentran en manos de unos pocos individuos que son los dueños legales de los TWIYF. Mark Zuckerberg seria la cara más conocida de este capitalismo oligárquico donde la explotación del usuario para la acumulación de capital se lleva acabo de manera voluntaria. Este sería el otro aspecto de la posverdad para tener en cuenta: nuestra capacidad de ofrecernos voluntariamente a la explotación capitalista de nuestro trabajo digital.
Por lo tanto, la posverdad no es simplemente digital o emocional, sino, principalmente explotadora, de formas que no son radicalmente nuevas, pero que sí apuntan a una revolución cuantitativa que solo se puede llamar superproducción digital voluntaria. Acaba de salir un libro en inglés editado por Eva Illouz: Emotions as Commodities (Emociones como mercancías). Se está hablando mucho del concepto de “comunes” en el sentido de servicios, culturas y espacios que no debieran estar dominados o monopolizados por el capitalismo. Lo que los TWIYF demuestran es que no podemos volver a ideas antiguas de lo que era común y no mercantilizado. Hay que pasar a ideas futuras donde incluso el concepto de “común” debe ser superado en aras a definir algo más sofisticado que se adecue a su condición de posverdad digital. De la misma manera hay que avisar que cualquier estudio de emociones que no se estudie en su relación con el capitalismo es una nueva forma sexy de legitimar el neoliberalismo. El cuerpo no existe fuera del capitalismo.
Apocalipsis: la ciencia como posverdad capitalista y la paradoja mortal de la meteorología
Por último, alguien podría argumentar que, muy bien, el TWIYF o Internet pueden haber alterado nuestras percepciones de lo que es la posverdad social, política e histórica, pero la ciencia continúa siendo inalterablemente verdadera y resistente a la posverdad. Es decir, 2 y 2 continúan siendo 4 incluso en los tiempos de la posverdad. Si se entiende la ciencia como pura matemática, es decir como un ejercicio de pensamiento que se atiene a ciertas reglas lógicas, evidentemente las reglas aseguran que el ejercicio confirme el resultado ya presupuesto por las mismas, tanto en el pensamiento como en la realidad física. Pero esto no es una verdad científica sino una tautología lógica aplicable al mundo físico. La verdad última de la ciencia es que ha sido el motor más importante de desarrollo capitalista y que sin éste la ciencia nunca habría conocido el avance que ha experimentado (las sociedades no capitalistas son igualmente de inteligentes, pero su conocimiento no se canaliza a través de la ciencia).
Con lo cual, si examinamos la ciencia en el año 2019 y la consideramos a través de verdad más importante de nuestros días, tenemos que concluir que la misma también responde a la posverdad. Me refiero a que la ciencia, entendida como una disciplina propulsada por el capitalismo, es la actividad humana que ha producido la posibilidad de su propia extinción, y más generalmente, la posibilidad de que la raza humana desaparezca. Me refiero, claro, a la crisis ecológica global, resultado de la expansión capitalista y científica. Es decir, las posibilidades de que la verdad de la ciencia desaparezca como resultado de su contribución al desarrollo capitalista hace que sea la misma ciencia la que pueda terminar negando su propia existencia y verdad. Puede que la ciencia pase a convertirse en una práctica que funde su verdad en su auto-negación.
Pero el efecto de la posverdad en la ciencia es más profundo todavía. La posverdad nos plantea una paradoja o disyuntiva científica insoluble más interesante si cabe. Evidentemente la desaparición de la raza humana está unida al fenómeno de calentamiento global que se ha producido en la era industrial —o en lo que ahora se ha dado en llamar el Antropoceno— como resultado de la producción ininterrumpida de dióxido de carbono o CO2 y otros gases similares. Aunque la mayoría de la comunidad científica está de acuerdo en que dicho fenómeno es verdadero y representa un peligro existencial radical para la humanidad, también dicha comunidad asume que es casi imposible predecir de manera exacta cuáles van a ser los efectos reales y específicos, en tiempo real, del calentamiento global.
Se sabe que el aumento de temperatura desde el comienzo de la industrialización hasta hoy es de alrededor de 1 grado. Se sabe que, si la temperatura aumenta hasta 2 grados, los efectos van a ser devastadores y que, si el aumento llega a los 5 grados, se puede empezar a hablar de la extinción completa de la humanidad. Según explica Peter Brennan en su The Ends of the World, hace 252 millones de años la temperatura subió precisamente 5 grados, lo cual aceleraron los niveles de metano que provenían el Ártico y, como resultado, el 90-95% de organismos vivos desaparecieron. No hace falta que elaboremos más datos científicos para explorar los efectos de la posverdad en la ciencia; el margen de aumento de temperaturas de 2 a 5 grados basta.
El problema es que la ciencia no puede predecir el futuro con certitud. Evidentemente nuestro futuro se debate entre esos aumentos de temperatura, entre 2 y 5 grados, pero si preguntamos a la ciencia meteorológica si puede predecir cuándo y cómo vamos a llegar, si alguna vez llegamos, a esas temperaturas, la meteorología no sabe o no contesta. Tampoco la ciencia puede establecer con certitud si es técnicamente posible evitar dicho calentamiento sin alterar radicalmente el sistema capitalista que define la economía actual: la ciencia no sabe si puede dar una solución científica al sistema económico que la ha creado, el capitalismo. Solo puede adelantar conjeturas más o menos fiables. En cualquier otro campo, esto sería aceptable; que la ciencia no pueda predecir si algún día se podrá erradicar el cáncer completamente o encontrar una cura universal para el mismo es comprensible y aceptable. Pero en el caso del calentamiento global no es aceptable la falta de verdad de la ciencia, de su limitada capacidad de conjeturar, ya que el resultado puede ser existencialmente aniquilador para la humanidad. La falta de verdad científica sobre el futuro humano representa la diferencia entre la extinción y la continuación de la humanidad.
Es más, Sabine Hossenfelder del Frankfurt Institute for Advanced Studies, publicó este año un artículo en The New York Times explicando que la meteorología no tiene la capacidad computacional (un trillón de cálculos por segundo) para poder predecir el tiempo meteorológico con la suficiente precisión y, siguiendo la ecuación de Navier-Stokes, hacer predicciones certeras a largo plazo. Haría falta algo como un ordenador de la magnitud del Gran Colisionador de Hadrones de CERN en Suiza y por tanto está más allá de los presupuestos de cualquier país individual. La propuesta que se hizo al efecto a ERC (European Research Council) no fue aceptada. El hecho de que se haya fundado un aparato para investigar la realidad física subatómica, pero no el futuro existencial o apocalíptico de la humanidad, explica por sí mismo la lógica interna del capitalismo.
Además, este tipo de cálculos científicos no tienen en cuenta la variante social: el ritmo al que el capitalismo podría empezar a reducir la emisión de gases si hubiera una movilización y resistencia organizadas a nivel global. Está claro que el capitalismo como tal, y esto lo establece ya Marx en sus Grundrisse, es un sistema que tiene una lógica interna que no es compatible con lo que se podría denominar la creación de las condiciones básicas para una vida humana digna y, por lo tanto, va a continuar acelerando la producción y emisión de gases. Es decir, la pregunta científica más importante, la más existencial de nuestro tiempo no la puede decidir la ciencia, en parte, porque es demasiado compleja y, en parte, porque debe tener en cuenta el aspecto político-económico que representan tanto la tendencia capitalista a incrementar ciegamente la producción como la capacidad limitada de la humanidad de contrarrestar dicha tendencia.
Una de las posibilidades que hoy en día debemos tener en cuenta, como posibilidad muy real, es la del apocalipsis medieval: la extinción de la humanidad. Lo que nos sabemos y la ciencia no puede aclarar es las probabilidades de esta posibilidad existencial. Se puede ser más optimista o pesimista, pero la complejidad de la pregunta es proporcionalmente inversa a nuestra capacidad de responder a la misma. Esta es la paradoja existencial de la posverdad que define a la ciencia (meteorológica) y al futuro de la humanidad: no tenemos una verdad científica que responda al problema más importante y existencial que la misma ciencia, como producto capitalista, ha contribuido a crear de manera central.
Es más, según la lucha entre humanidad (o clases no de élite) y capitalismo (clases de élite neoliberales) se haga más pronunciada y los efectos del calentamiento global sean cada vez más evidentes, la ciencia podrá ofrecer resultados más claros y precisos, pero precisamente la certitud de la ciencia crece de manera proporcionalmente inversa a la posibilidad de que los efectos del calentamiento global sean irreversibles y estemos condenados al apocalipsis. Dicho en pocas palabras, hay muchas posibilidades de que para cuando la ciencia nos ofrezca una respuesta precisa, sea demasiado tarde. Cuando se dé ese momento existencialista y apocalíptico donde la ciencia por fin pueda ofrecernos la respuesta más científicamente necesaria a la humanidad, habrá muchas probabilidades de que la ciencia deje de ser necesaria o justificable, de que deje de ser verdadera. Esa paradoja funda la radical condición de posverdad de la ciencia actual.
El caso del calentamiento global solo es el más grave de una mayor serie que apunta a una creciente falta de convicción en la verdad de la ciencia, a una reacción posverdadera en contra de la ciencia a todos los niveles. La falta de confianza en los tecnócratas neoliberales del Estado y de las entidades supra-estatales, como la Troika, se une a la falta de fe en tecnologías claramente útiles como las vacunas.
La verdad de la posverdad: comediantes y nueva Edad Media
Y para complicar más este escenario confuso, nuevo pero necesario para comprender nuestra condición posverdadera, terminemos con algunas notas telegráficas que exigen más espacio del que este artículo se puede permitir.
Solo los humoristas, los humoristas de análisis y carcajada sofisticada, tipo Polonia de Tv3 o los (africano)americanos John Stewart y Trevor Noah de Daily Show, son capaces de capturar la complejidad de la posverdad en su dimensión mentirosa, emocional y poscientífica sin reducirla a una verdad unidimensional; su comedia representa lo que se puede definir como un zasca extendido. Es por eso que hoy en día el mejor análisis y crítica de la realidad política y social solo se da en el humor y en la comedia también presente en el TWIYF.
Estamos volviendo a una Edad Media donde la palabra (de honor) que se daba tenía una realidad física y temporal tan real como nuestras fotos y posts de TWIYF, donde las palabras tenían efectos mágicos tan letales como el vídeo sexual de Verónica, donde la gente comprendía que las emociones eran un campo de batalla real que llevaba a la quema de brujas o a los levantamientos populares espontáneos, donde la verdad no estaba en los textos oficiales del Estado —en la religión— sino en las parodias, chistes, cotilleos y performances que se podían presenciar en las plaza y mercados de pueblos y ciudades, y donde el humor y la parodia eran las armas cognitivas más importantes del pueblo. Finalmente, también estamos asistiendo a una nueva Edad Media donde la posibilidad de un apocalipsis final, no el apocalipsis en sí, sino la posibilidad de dicho evento es muy real pero, simultáneamente, también muy impredecible en su condición de “verdad” científica posverdadera. Hoy en día la creencia mágica o religiosa en el apocalipsis es tan “científica” como la meteorología más puntera y puede ser, paradójicamente, más efectiva a la hora de actuar políticamente. El género posverdadero más científico, político y central de nuestra nueva Edad Media apocalíptica es la ciencia ficción.