La unidad de la derrota
- Parece ser que la unidad solo es exigible cuando uno se autoerige como el grupo unificador, no así cuando la permanencia del Ayuntamiento está en juego
- La unidad una posición meramente moral, desde luego no ética y aún menos política, que trasciende la realidad vivida y no atiende a las situaciones y demandas específicas
Jorge Lago y Jorge Moruno
Seguramente la más repetida lectura de los amargos resultados de las izquierdas en Madrid sea el mantra de la división de la izquierda. Esta interpretación tiene muchas variantes pero todas ahondan en la misma consideración de la unidad como fetiche, como propiedad política siempre necesaria y positiva, estática y por tanto independiente de toda situación o contexto concretos. La unidad por la unidad en todo momento y en cualquier lugar.
Es esta, sin embargo, una posición meramente moral, desde luego no ética y aún menos política, que trasciende la realidad vivida y no atiende a las situaciones y demandas específicas. Amén de que es un argumento de una extraña reiteración por distintos y a veces contrarios actores: ¿recuerdan que en el año 2014 se acusaba a Podemos de dividir a la izquierda, e incluso de que su nacimiento respondía a intereses ocultos que contaban con extraños aliados mediáticos, políticos y empresariales que estarían actuando en su beneficio y en detrimento de las verdaderas opciones de la izquierda? Ya casi nadie sostiene que Podemos dividiera en 2014 a la izquierda, o que estuviera apoyada por agentes ocultos del capital, pero los mismos argumentos, exactamente los mismos, se han dirigido estos días a Más Madrid. La historia unas veces se repite, otras simplemente rima y algunas más parece que hace metástasis.
Repitámoslo una vez más: tanto en 2014 como hoy la «división de la izquierda» no resta necesariamente, como tampoco suma la «unidad de la izquierda» en todo contexto y elección. En las europeas de 2014, en las elecciones generales de 2015 y en las autonómicas de 2019, la supuesta división de las izquierdas ha sumado más votos. No se ha ganado la Comunidad de Madrid, pero la irrupción de Más Madrid con 20 diputados ha aumentado el bloque progresista en porcentaje de voto, algo especialmente destacable cuando se compara con los resultados de Madrid en las elecciones generales, o con el resultado en el resto de Comunidades Autónomas. Hay restas que suman, sí. O que multiplican.
En un clima de retroceso generalizado para las izquierdas, empezando por el peso que obtiene en Bruselas el grupo de la izquierda europea, en España solo mantienen o mejoran su resultado con respecto a 2015 Andalucía con Teresa, Cádiz con Kichi y la Comunidad de Madrid con Errejón. Respecto al Ayuntamiento de Madrid, donde Carmena ha ganado las elecciones pero con 15.000 votos menos que en 2015, muchos son los que achacan la pérdida del consistorio, de nuevo, a la división de la izquierda. Sin embargo, si seguimos esta supuesta lógica, quienes dividen son por defecto los que no se suman a quien puede tener opciones de gobierno. Parece ser que la unidad solo es exigible cuando uno se autoerige como el grupo unificador, no así cuando la permanencia del Ayuntamiento está en juego. La pregunta que se planteaba en estas elecciones era, sin embargo, bien simple: se revalida o no se revalida el Ayuntamiento; dando por hecho que la peor de las opciones era que no se revalidase. ¿Han puesto todas las formaciones (y sus medios, intelectuales y tuiteros aledaños) toda la carne en el asador para revalidar el Ayuntamiento? ¿Han hecho campaña por Carmena (con entusiasmo o con la nariz más o menos tapada) todos los actores que ahora se desesperan ante la posibilidad de que VOX tenga capacidad de decisión en un Ayuntamiento del PP? Todo indica que no.
Una de las opciones para revalidar el Ayuntamiento, si no se quería apoyar a Más Madrid por diferencias legítimas, fobias no tan legítimas o pugnas de poder del todo ilegítimas, pasaba porque Madrid en Pie obtuviese un 5% de los votos. Sin embargo, la posición que ha mantenido la dirección de Podemos ni ha logrado que entrara Madrid en Pie ni ha conseguido que gobierne Carmena. En síntesis: Podemos ni se echa al hombro la campaña de MeP ni apoya y defiende a Carmena. Al cabo, ha faltado un apoyo necesario al primero y ha ayudado (es difícil medir cuánto pero muy fácil saber que bastante) a una campaña de desmovilización del voto a la segunda, especialmente en una acción coordinada la jornada de reflexión.
Otra razón para entender esta victoria agridulce en Madrid hay que situarla en la campaña del PSOE, de una dolorosa desgana, confiada en un arrastre del efecto Sánchez que no llegó y que ha acabado perdiendo más de 26.000 votos, vale decir, un concejal menos para la suma progresista. Cierto, ese concejal perdido no hubiese sido suficiente, como tampoco los votos de MeP, y claro que el equipo de Carmena tiene que analizar errores propios, pero antes, o precisamente para poder analizarlos en condiciones, hagamos algo de memoria: en 2015 se ganó por la mínima, 7.000 escasos votos dieron el concejal que permitía sumar con el PSOE, y una suma que fue solo posible gracias a un contexto de histórica desmovilización de la derecha, con una abstención inédita de su electorado. Ganar en 2019 no implicaba mantener apoyos, ni ampliarlos ligeramente, suponía aumentarlos en mayor proporción que la recuperación previsible del voto de la derecha (esto es, en más de 60.000 votos). No era imposible, nada suele serlo desde el deseo y la imaginación, pero no era especialmente fácil y, desde luego, en absoluto automático.
Errores que lo expliquen, sí, seguro que podemos hacer una lista amplia y detallada, pero si queremos que sirva para el futuro y no solo para hacer cuentas con el pasado, creemos que conviene entender primero ese juego dual entre la desmovilización generalizada de la derecha y una movilización histórica de la izquierda que hizo posible, en 2015, ganar una plaza tan conservadora como Madrid. Igual conviene entender que el Ayuntamiento se ganó gracias a que una parte de la derecha no fue a votar contra la ola de cambio que supuso el ciclo 2011-2015, pero que esa “generosidad” era impensable que volviese a suceder cuatro años después, salvo que se ampliara, y mucho, la base social del cambio político. Que, por tanto, contábamos con la abstención prestada de la derecha y con un empuje del ciclo 15M que había que entender entonces y seguimos necesitando comprender ahora: ¿esa victoria en Madrid significaba un cambio de ciclo histórico o una excepción? ¿Había una movilización social detrás que acompañara al nuevo Ayuntamiento o una población expectante? ¿Había surgido un nuevo electorado mayoritario y de izquierdas en Madrid o se nos presentaban nuevas posibilidades y nuevas subjetividades políticas por definir? Es más, ¿se podía seducir a parte de esos antiguos votantes que venían del centro, de la abstención o de la misma derecha? ¿Pasaba la victoria, cuatro años después, por afianzar una política y una identidad de izquierdas o por ensanchar un espacio político extremadamente frágil? ¿Se desdibujaban las identidades políticas tradicionales en favor de otras nuevas o precisamente había que construir o articular esa novedad? Hubo, qué duda cabe, distintas respuestas a estas preguntas en el seno del ayuntamiento de Ahora Madrid. Esas distintas respuestas tuvieron seguramente algo que ver en la dificultad de mantener el proyecto de Ahora Madrid. Y, seguramente también, con las dudas de Manuela Carmena en repetir al frente de la alcaldía.
Vayamos al sur, que dicen casi todas las interpretaciones que es por donde Carmena ha perdido más apoyos. Pero volvamos al sur sin infantilizarnos y sin paternalismos: ¿se puede explicar la abstención porque el Ayuntamiento desatendiera las demandas y necesidades materiales de un proletariado movilizado y de izquierdas en esos barrios? ¿O porque se prestara más atención al centro y al norte? Sabemos que los números de las inversiones dicen una cosa distinta de la percepción social en esos barrios. Sabemos, también, que la derecha en los últimos 25 años no se ha caracterizado por atender y responder a las necesidades materiales del sur, que la derecha, cuando ganaba la alcaldía elección tras elección, ganaba en muchos de esos barrios y su gestión no se caracterizaba por satisfacer sus demandas materiales sino por agravarlas. Sabemos, también, que Ada Colau, que ha mantenido una política seguramente más ambiciosa que Carmena en vivienda, por ejemplo, (por razones también de posibilidad y tejido social y no solo de voluntad), ha perdido tantos votos en Nou Barris como Más Madrid en Usera. En fin, hacer una lectura lineal entre descenso de apoyo en el Sur y falta de radicalidad, arrojo, izquierdismo, voluntad y atención a lo material, lealtad, unidad, cercanía con el mundo obrero (póngase el lema militante que se prefiera), sirve para reconfortarse en la derrota, pero no para comprender lo sucedido.
Igual no podemos obviar, para interpretar qué ha pasado en Madrid, que en estos últimos años se ha producido un cambio de ciclo político en toda España y, con él, una profunda desafección hacia las posibilidades y gramáticas del cambio político. Esa desafección solo se ha mitigado por el miedo a una victoria de la derecha extrema en las últimas elecciones generales. Pero en autonómicas y municipales se ha confirmado ese cambio de ciclo y esa desafección, con un aumento de la abstención en casi todos los barrios populares –si bien el resultado mejora en las municipales en comparación con las generales- a la par que una cierta vuelta del voto bipartidista. En este cambio de ciclo igual tiene tanto que ver el declive de Podemos y de todo lo que es aún percibido como su mismo espacio político (Carmena incluida para no pocos votantes) que una insuficiente política material en Madrid. La crisis de Podemos, de su liderazgo, de su imagen, de su concepto de la democracia y la pluralidad, de la coherencia de sus líderes… ¿limita los resultados en Madrid tanto como la desigualdad manifiesta entre los barrios del sur y los del norte? ¿Cuánto lo hace?
Habrá que analizar e hilar, repensar formas de articular un nosotros siempre más amplio, tanto desde las instituciones como desde los movimientos sociales y políticos; también de construir partido, organización, de formar o reclutar cuadros y, sobre todo, de entender el funcionamiento de las identidades políticas en sociedades profundamente fragmentadas y con recursos excesivamente limitados. Pero convendría que todos los que no hemos sabido profundizar el ciclo político del 15M, con Podemos como máximo responsable de su agotamiento, seamos capaces ahora de compartir una misma noción común de aquí en adelante: llegar a un acuerdo para desterrar, de una vez y para siempre, el fetichismo de lo estático e ideal que anula toda posibilidad de pensamiento vivo y vigoroso, convirtiendo todo análisis en una sospecha conspiranoica y en un dogma esclerótico, que no es sino una nueva versión del pecado y el castigo, vale decir, otra metafísica de los verdugos.