Anatomía de la crisis en el Mundo Árabe
- En las sociedades de la zona, la situación de la mujer es el termómetro del avance o el atraso social
- El colonialismo europeo ha jugado un papel importante en la destrucción de los esquemas de referenciación tradicionales sin haber logrado sustituirlos por otros lo suficientemente sólidos
Yamani Eddoghmi, activista en la Asociación Marroquí de Derechos Humanos
Durante los últimos años el Mundo Árabe se ha convertido en una fuente incesante de noticias: no pasa un solo día sin que haya una información que nos haga preguntarnos "¿qué es lo que allí sucede?, ¿cuáles son las causas?, y ¿qué le depara el futuro a la región?" Da la impresión de que las sociedades de la zona viven una agitación sempiterna y sin solución aparente. Quienes tenemos algún vínculo con la región o nos interesamos por ella, sabemos que es necesario afrontar la situación desde otra perspectiva. Ahora más que nunca es necesario un acercamiento más sosegado y una exploración calmada y sin ligerezas. Solo así hallaremos una explicación al presente, una salida del laberinto actual y una puerta hacia un devenir mejor.
Considero que para comprender lo que allí sucede tenemos que dejar de lado todo aquello que distorsiona nuestra visión y nos abstrae de un buen análisis. No es fácil explorar lo que sucede a nuestro alrededor cuando el silbido de los obuses y el ruido de las bayonetas es ensordecedor. Por ello creo que sobrevolar el campo de batalla, alejarse del torbellino de los acontecimientos inmediatos y tener una visión más panorámica es más necesario que nunca. Solo así podemos profundizar en el hecho social y político de la región.
En las sociedades del norte de África y Oriente Medio hoy en día existen tres sectores permanentemente enfrentados y sin que se vislumbre una solución posible: el primero, formado generalmente por jóvenes de la clase media y media-alta, intelectuales y militantes de toda índole que aún siendo el sector más dinámico e innovador, no logra cristalizar sus deseos en un programa unificado y viable; Ello explica el porqué de su éxito en imponer sus demandas durante las movilizaciones de la mal llamada “Primavera Árabe” y su fracaso en fraguar y liderar un proyecto político viable. Hay un segundo sector dirigido por los islamistas, cuyo ideal está petrificado y anclado en el pasado; no obstante, es el mejor organizado y por lo tanto el más eficaz. Por último, el sector cuya coalición de intereses tiene como único objetivo el control del poder político - el Estado-. Éste extiende su poder a todos los demás ámbitos, desde lo económico hasta lo ideológico porque su único objetivo es garantizar su dominio absoluto sobre la sociedad y perpetuarse en el poder.
El conflicto y la acumulación asimétrica de poder
La lucha entre los dos primeros sectores y la intensificación del conflicto entre ambos ofrece hoy en día la mejor de las razones para la perpetuidad de los regímenes. La intensidad de dicho conflicto es proporcional a la fuerza de los regímenes vigentes en la región. Dicho de otra forma: cuanto más intensa es la confrontación entre ambos, más fácil lo tiene la élite gobernante. Las élites gobernantes han llevado la situación al extremo de confundir sus propios intereses con los de la nación. La confusión es de tal gravedad que para una amplia mayoría social le resulta inconcebible una transición política no traumática, hecho que se traduce en un miedo atávico frenando así cualquier intento de cambio. Los casos de Siria, Irak, Libia y Yemen son buenos ejemplos de ello.
Las circunstancias arriba descritas han terminado por generar las condiciones necesarias para que el sistema se reproduzca de forma casi perenne. Esto será así mientras la población siga padeciendo una fuerte incertidumbre y una sensación de desamparo, forzándola a recurrir a espacios donde pueden encontrar sentido a su existencia social. Los defensores de la modernidad han encontrado en los modelos importados su razón de ser; esto mismo ha llevado a que los islamistas se aferren más aún –si cabe- al campo de lo sagrado, convirtiéndose así en un verdadero obstáculo en el camino de la democratización y el progreso social.
El conflicto entre el sector que aspira a la modernización y el ultraconservador cuyo anhelo es instaurar un califato islámico hace las veces de los engranajes de un sistema perfecto de anclaje social. Mientras ninguna de las partes sea capaz de aportar una solución efectiva, la pugna seguirá siendo inútil y por desgracia continuará segando vidas. Mientras los regímenes políticos actuales sean los únicos capaces de ofrecer ese pequeño margen de certidumbre seguirán gozando de un dominio casi absoluto sobre sus respectivas sociedades y disfrutarán del mínimo indispensable de la lealtad necesaria para perpetuarse en el poder.
La violencia como principal herramienta de dominación
Otro de los problemas es las altas dosis de violencia en las que ha sido socializada la población. Muchos solo conciben el cambio a través de la venganza y la violencia. Según estos el único cambio verdadero y concebible pasa necesariamente por un proceso revolucionario de extrema violencia. La situación en muchos países de la región así lo demuestra. No podemos obviar lo que les sucedió a Muammar Gaddafi y Saddam Hussein. El ensañamiento con el cadáver del primero y la exhibición del segundo dan cuenta del grado del rencor y el desprecio que siente la población hacia sus dirigentes.
A todo lo relatado hasta el momento hay que añadir un cuarto elemento que desde mi punto de vista dará mucho de qué hablar en el futuro: el factor étnico. Debido al empecinamiento de las élites en el poder y a las prácticas genocidas del sector altamente conservador, cada vez más el sentimiento de pertenencia resurge con una enorme fuerza. El fracaso de los Estados en generar un sentimiento nacional junto con una situación social deplorable, ha hecho que la etnia o el grupo social se conviertan en un refugio cada más seguro. Los kurdos en Oriente Medio no son más que la cima de un iceberg y la señal de un futuro que se me antoja sombrío; no podemos descartar otros grupos sociales que, si bien aún no han conseguido fuertes marcos de autoreferenciación, no podemos descartarlos como fuerza social capaz de agitar el frágil equilibrio de la región. La opresión y la negación del otro como actor social y político han constituido la seña de identidad de los regímenes de toda la región y han sembrado las semillas de una inestabilidad cuyas consecuencias apenas empezamos a vislumbrar.
Con todo lo dicho, existe un elemento transversal a todo lo que sucede en el Mundo Árabe y a todos los factores arriba mencionados. Me refiero a esa otra mitad que rara vez entra en los cálculos políticos, por no decir nunca. En las sociedades de la zona, la situación de la mujer es el termómetro del avance o el atraso social. Mientras las sociedades de la región no sean capaces de superar el pensamiento patriarcal petrificado y mientras nosotros los hombres no seamos capaces de hacer una profunda autocrítica y revisión de nuestra mentalidad y concepción de la sociedad, una sociedad extremadamente violenta con ellas, todo cambio será incompleto e inútil. El patriarcalismo impone en la región unas estructuras de poder y de dominación basadas en la obediencia y sumisión en las cuales las mujeres tienen todas las de perder. El estatus social de la mujer en las sociedades árabes está estrictamente delimitado y su rol es rigurosamente determinado por una idea extremadamente machista de la sociedad, las instituciones tanto sociales como políticas son una maquina poderosa de opresión y de reproducción social. Hablar de cambio mientras esta situación siga estando vigente sin duda es un verdadero desvarío.
Otro factor importante en el actual atraso de las sociedades árabes es el pensamiento metafísico que conlleva la ausencia de una actitud crítica y una obediencia ciega en amplias capas de la población. Lo sagrado lo engulle todo: hasta el más mínimo detalle de la cotidianidad y por lo tanto de toda la realidad social. Es tal el poder de la esfera religiosa que para la inmensa mayoría le resulta inconcebible una vida fuera del mismo. Hecho que las élites en el poder aprovechan con gran destreza, al menos hasta el momento.
Por último y no menos importante, está el factor externo de la intervención extranjera en la zona. El colonialismo europeo ha jugado un papel importante en la destrucción de los esquemas de referenciación tradicionales sin haber logrado sustituirlos por otros lo suficientemente sólidos. La riqueza y la situación geoestratégica de la región la ha convertido en el objetivo preferido de las grandes potencias. Se podría decir que la perdición de la región está en su riqueza. No podemos olvidar que las dictaduras de la zona gozan de un enorme apoyo por parte de las democracias occidentales. El mejor ejemplo es el régimen de Arabia Saudita, que aún asesinando de manera atroz a un periodista –Jamal Khashoggi- en territorio extranjero su poder no ha mermado ni un ápice.
Se podría decir que las sociedades árabes sufren hoy una dicotomía que les deja al borde de la esquizofrenia social. Por un lado las dinámicas sociales que ellas mismas producen las anclan a un pasado dominado por lo sagrado e inmutable y por otro las dinámicas del presente con su velocidad les exigen una rápida y eficaz adaptación. Se puede decir y sin riesgo a equivocarse que hasta el momento la población de la región ha fracasado en ambas tareas y ello le impone una realidad verdaderamente asfixiante y la somete a unas altos niveles de estrés que se manifiesta en una situación de extrema violencia que entraña una destrucción sin precedentes.