Por WhatsApp circula estos días una foto de los expresidentes andaluces Manuel Chaves y José Antonio Griñán riendo a mandíbula batiente. En un globo de diálogo Chaves susurra a su colega socialista “Nos están juzgando por hacer desaparecer 800 millones y estos imbéciles con el máster de Cifuentes”, a lo que Griñán responde: “Calla, que se van a dar cuenta”. Efectivamente, con un retraso de casi dos décadas se juzga en Sevilla el Caso ERE, un episodio de corrupción que habría desviado desde 2001 cerca de mil millones de euros procedentes de la Unión Europea mediante una trama fraudulenta creada por la Junta de Andalucía socialista. Este juicio debería haber hecho palidecer todas las demás noticias, pues se trata de uno de los mayores casos de corrupción política sucedidos en Europa, dada la cuantía, la duración y la procedencia del dinero robado. Se busque donde se busque en el viejo continente, cuesta hallar sucesos comparables. Ni los 450 millones de euros comunitarios que la mafia italiana trasalpina podría haber robado mediante subcontrataciones amañadas en la construcción del tren de alta velocidad Lyon-Turín. Ni los 7 millones de euros del Parlamento Europeo que Marine Le Pen habría usado para pagar a su plantilla parisina del Frente Nacional.
Entre los casi 1.000 millones de euros desviados con las prejubilaciones fraudulentas del Caso ERE y los 2.000 millones de euros que se habrían malversado con la red clientelar de falsos cursos de formación ―el llamado ‘Caso Edu’, paralizado y desmembrado desde 2015―, los gerifaltes socialistas de la Junta habrían podido robar 3.000 millones de euros durante dos décadas. Conviene tener presente que las prejubilaciones ya se concedían desde la década de 1980 y que el 85% de las piezas que componen la colosal causa del Caso ERE estarían todavía sin investigar. Recordemos que Andalucía ha recibido 80.000 millones de euros de la Unión Europea hasta 2015, cuando la UE empezó a bloquear las partidas. Al ver estos días al amnésico Manuel Chaves repitiendo como un zombi que no recuerda nada ni sabe nada ni conoce a nadie, la idea de la Junta de Andalucía del PSOE recibiendo una cascada de millones europeos durante 35 años es algo que hiela la sangre.
¿Y están todos los reporteros de España agolpados en Sevilla? ¿Están todos los telediarios del país dedicados a machacar el tema 24 horas al día, como harían la CNN, la CNBC y la Fox de haberse dado un caso similar en Estados Unidos? ¿Están los corresponsales extranjeros de los grandes medios europeos cubriendo el juicio del Caso ERE en la capital hispalense? La respuesta es sencilla. No. Y la explicación es, también, sencilla. La corrupción socialista andaluza está clasificada como un tema ‘facha’ por la cultura binaria que rige la vida de los españoles. Del mismo modo que sucedía durante el franquismo, cuando las noticias pequeñas servían de pantalla de los grandes temas silenciados, durante este mes de abril de 2018 la presión mediática se ha centrado monótonamente en una información menor ―el Caso Cifuentes― que ha acaparado la atención de un modo casi mórbido. Habrá quien pueda alegar que el ciclo informativo de la era cibernética tiene sus ritmos, pero lo cierto es que los curadores de información ―periodistas y gurús mediáticos― se encargan de machacar a diario lo que uno debe asumir. En este caso, el tema obligatorio es el Caso Cifuentes, que se impone por presión mediática al verdadero tema, el Caso ERE. El Caso Cifuentes se ha inflado como un lagarto de gorguera australiano, que despliega un paraguas cartilaginoso en torno a la cabeza cuando quiere parecer más grande.
Bajo el burdo espectáculo español de autoengaños, farsas y mentiras grotescas ―¿alguien duda que el nacionalismo catalán y sus derivaciones secesionistas han estado y están financiados con dinero público?― yace la férrea dictadura binaria del guerracivilismo, que funciona como mecanismo de ocultación de la verdad. En La trilogía de la guerra, Agustín Fernández Mallo escribe que “La cultura anglosajona es heredera directa del visceral, casi patológico, rechazo a la mentira, justo al contrario que en los países católicos, donde como es sabido la mentira es motor de la cotidianidad, así como estructura profunda de todo lo considerado cívico y perteneciente a las buenas costumbres”. Tal vez sea este el motivo de que el votante español se distinga del votante de la Vieja Europa por su alegre tolerancia de la corrupción y la mentira. Y tal vez sea este también el motivo de que vayamos a encajar con un padre nuestro y tres avemarías que el mayor caso de corrupción habido en Europa vaya a quedar sepultado ―como ha sucedido con Pujol― en el más profundo de los olvidos.